Primera nota. A determinadas personas el resultado electoral en Andalucía les ha llevado a exclamar que los andaluces han elegido el latrocinio de los eres, la cultura de la subvención, el amiguismo y el enchufismo practicados por el PSOE durante lustros. Es un mensaje simplista, que sólo puede explicarse desde la rabia por haber perdido lo que parecía tan ganado. En última instancia reducen lo de ayer a una elección entre el Lazarillo y el Buscón o Eduardo Manostijeras. ¿Fue eso? Si eso era lo que en realidad se votaba, es lógico que no ganaran los manostijeras: al fin y al cabo, el pícaro es un personaje netamente español y lo otro es un monstruo venido de fuera.
Segunda nota. Pongamos que de entrada se trataba de eso: o los eres o los recortes. Pero de salida ha resultado otra cosa, porque el mensaje electoral andaluz es infinitamente más complejo. Reducirlo a eso (“los andaluces han vuelto a elegir a los de los eres, tienen lo que se merecen” o a “los andaluces han dado el visto bueno a lo que venimos haciendo desde hace treinta años”) es no haber entendido nada.
Tercera nota. La abstención elevadísima ha sido el gran actor de la jornada electoral. ¿Dónde ha estado el granero abstencionista? En la izquierda ha ido a votar todo el mundo, en la derecha también. La abstención ha estado, posiblemente, en la clase media desideologizada que alternativamente vota al PP o al PSOE y que no tiene un perfil ideológico que le permita ocasionalmente votar al Izquierda Unida. Esos miles y miles de electores que ayer no podían en conciencia votar a IU, entendieron que votar al PSOE era una inmoralidad y votar el PP una temeridad. Y se quedaron en su casa, ofreciendo una magnífica lección que debe ser entendida por todos, si quieren entender.
Cuarta nota. ¿Qué tiene que entender el PSOE? Que no levanta pasión en la sociedad, que no ilusiona, que su mensaje es casposo, antiguo, que sus tres décadas de gobierno en Andalucía pesan como una losa, que frente a sus corruptelas no tiene al electorado que en Valencia perdona a Camps y lo eleva los altares sino a un electorado que se irrita por ver cómo se compra cocaína con el dinero de los parados, que la gente sabe que ellos también hacen recortes, que la gente se ha cansado de la Andalucía imparable o de la segunda revolución de Andalucía. Que si quiere volver a sumar ilusiones y si quiere volver a encabezar un proyecto político creíble, serio y respetado, tendrá que pensar en clave de futuro y en clave socialdemócrata, y que tendrá que pensar en las clases medias y dirigirse a ellas, pero sobre todo que tendrá que abrir las ventanas no sólo para que salga el aire viciado de estos años sino para arrojar por las mismas a todos los chaves y los zarrías y toda la canalla chupóptera que se han agarrado a la piel de las administraciones, como garrapatas o vampiros, en su único beneficio personal.
Quinta nota. ¿Qué tiene que entender el Partido Popular? Que entre los votos que el 20 de noviembre barrieron a los socialistas y llevaron a Rajoy a La Moncloa había muchos votos nacidos no de la ilusión y el convencimiento sino de la pura rabia, del puro cansancio, votos que fueron garrotes contra las espaldas de Zapareto y sus desvaríos, y que cuatro meses después de aquel día, esos votos de las clases medias ilustradas y con conciencia de la cohesión social, empiezan a espantarse ante la reforma laboral, las proclamas ultraconservadoras o la previsión presupuestaria. Que si realmente quiere —si realmente es eso lo que quiere— encabezar un proyecto nacional, regeneracionista, patriótico, para sanar los muchos males de este país, debe superar la estrechez de su visión neoliberal y ultraconservadora y la prepotencia con la que por ejemplo Arenas ha encarado esta campaña electoral y debe abrirse a los principios de, por ejemplo, el cristianismo social, en el que podrá integrar a sectores moderados de las clases medias que valoran positivamente las políticas de cohesión social, la protección de los asalariados o la escuela o la sanidad públicas que comienzan a percibirse en peligro. Que sólo dando ese paso podrá integrar en su proyecto a todos esos votos que se le prestaron el 20 de noviembre con el sólo fin de castigar a Zapatero.
Sexta nota. ¿Qué tiene que entender Izquierda Unida? Que tiene que apostar por políticos moderados y sensatos como Juan Serrano —el alcalde de Canena al que todo el mundo cataloga como un hombre bueno, como un político decente—, dejando de lado a visionarios como el alcalde de Marinaleda, para que su proyecto sea apetecible para más amplios sectores sociales, que tiene que implicarse en el gobierno de la Junta de Andalucía con racionalidad, responsabilidad e inflexibilidad en lo que respecta a las líneas rojas que no pueden atravesarse, que tiene que exigir sí o sí al Partido Socialista que reconozca sus errores y expulse a sus corruptos y que ponga fin a esa sensación de que la Junta de Andalucía es un cortijo de incompetentes, que tiene que ejercer una especie de protectorado sobre los socialistas mientras estos no acometan su renovación integral, que tiene tener claro que pagará muy caro en las urnas cualquier desliz, cualquier consentimiento para con las chapuzas, desmanes y tropelías a que los socialistas han estado tan acostumbrados durante treinta años.
Séptima nota. El resultado andaluz es un aviso contra la política del PP y le da aliento a la huelga general. Entre los progresistas españoles ha nacido la sensación de que otra vez “hay partido.”
Octava nota. Desde comienzos del siglo XX, la palabra “regeneración” ha sido, en España, un imán al que se han pegado políticos de todas las ideas y pelajes. Por desgracia, en el siglo XXI los políticos no tienen ni puta idea de lo que verdaderamente es la regeneración que España necesita hoy como hace cien años: para comprender su significado, los primeros en regenerarse tendrían que ser ellos.
Novena nota. Todos se sienten ganadores: los perplejos por no tener mayoría absoluta, los perplejos por no haberse hundido, los perplejos por tener las llaves en sus manos. Pero ayer sólo un claro ganador en Andalucía: el hastío de los ciudadanos, compuesto a partes iguales por asco hacia los socialistas y por miedo hacia los populares. Y no puede haber regeneración cuando a los ciudadanos se los pone entre la pared del asco y la espada del miedo.
Décima nota. La abstención, estúpidos, es la abstención.
3 comentarios:
Manolo, simplemente acertado.
Leo también con retraso la entrada sobre la exposición de nuestra amigo Antonio Espadas. Me toca otras fibras, paso de la razón a ese camino intermedio donde se juntan la amistad, la cercanía, la infancia y la admiración por vidas ejemplares.
De una forma o de otra me alegras esta tarde de lunes, vísperas de esos días deseados.
Un abrazo,
Nicolas
Un decálogo sensato y que me deja un comentario fácil: el que tengo oidos para oir que....
La historia está llena de ocasiones perdidas, van demasiadas en nuestras espaldas, ojalá esta no sea una más-
Un abrazo
Aunque sea por pura higiene, higiene política, habria que haber sacudido las alfombras y haber hecho "sábado", como se decia antes, para hacer la limpieza semanal de la casa.
Que el mundo no se acaba en estas elecciones, que no van a ser las últimas, las definitivas, que después vendrán otras, y luego otras, y luego otras y así sucesivamente; por lo tanto, que nadie se obsesione, que hay tiempo para hacer muchas limpiezas y muchos "sábados".
Ahora ya no hay razones para el estímulo y la superación política. Los sillones no corren ningún peligro, no hay razones para el stres o el temor de que te echen. Puedes hacer lo que quieras con toda impunidad o tranquilidad, que nadie te va a castigar, auque sea un castiguillo temporal en la sombra politica.
!qué lejos estamos aún¡
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