viernes, 4 de marzo de 2011

SEPULCROS BLANQUEADOS




La barbarie perpetrada por Gadafi en Libia nos demuestra cuán fácil es que las palabras –las grandes palabras europeas, nuestra vana retórica– vayan por un lado y los hechos por otro. ¿Cuántas de los momentos que consideramos «históricos» no responden a la extraña confluencia entre palabras y hechos, entre el predicar y el dar trigo? Ocurre también, claro, que somos demasiado propensos a juzgar la actitud de nuestros políticos, como si estos no fueran la imagen que de nosotros mismos nos devuelve el espejo de lo colectivo. ¿Por qué es tan barato para los dirigentes europeos hablar de democracia, de todos esos grandes valores construidos por hombres que fueron mejor, más honestos, más valientes, menos calculadores que nosotros, mientras sólo piensan en los pozos de petróleo de Libia y les importa tres bledos que miles de inocentes estén siendo asesinados por bandas de matones? Simplemente porque también nosotros cada día practicamos esa doble moral, ese pomposo discurso que no se corresponde con lo que hacemos. Quisiera pensar que existe una ética de lo público y lo civil que supera la hipocresía impuesta por la moral victoriana o por la moral contrarreformista del catolicismo. Pero no es así: muchos somos los que predicamos pero muy pocos los que dan trigo.

Pienso en un caso que ha salido a la luz pública gracias a unas grabaciones que demuestran lo fácil que es considerarse bueno y practicar el mal. La historia, aunque esconde una cantidad muy grande de sufrimiento, es fácil de contar: un hombre que trabaja como maestro en un colegio religioso es acusado de delitos gravísimos, que pueden costarle varios años de cárcel; cuando después de muchos años de calvario judicial es declarado inocente, la monja que dirige el colegio le dedica un ramillete de buenas palabras y lo pone de patitas en la calle para evitar el «qué dirán». Perfectamente blanqueada, libre de pecado, esa monja tiró la primera piedra sobre la espalda de un inocente. Pura y dueña de una verdad absoluta, juzga sin misericordia.

Evidentemente el divorcio entre lo que se dice creer y lo que realmente se practica, es tanto más escandaloso cuanto más elevados son los valores a los que se apela. Que una mañana se pueda leer el Evangelio de Jesús, hinchado de amor al que sufre, de compasión por el proscrito, y que minutos después no tiemble el pulso para cometer una injusticia indecente, no puede más que causar escándalo. Tanto como la actitud de los líderes europeos que contemplan impasibles los crímenes cometidos en Libia. ¿Y si la historia fuera algo más profundo que las imposturas de los grandes, que sus dobles caras y sus dobles juegos? ¿Y si fuese verdad que la historia la hacemos cada uno nosotros cuando causamos dolor y acudimos raudos a lavarnos la conciencia? ¿Y si la historia no fuese más que lo que consienten nuestras traiciones, nuestras hipocresías, nuestros silencios, nuestras complicidades?

Tenía que escribir este artículo: me parece una impostura acudir aquí a criticar la parálisis de la Unión Europea (todas las crisis la pillan por sorpresa y está siempre a la espera de ver lo que deciden los Estados Unidos) y la doble moral que impide acabar de una vez con la vida de Gadafi para poner fin al sufrimiento del pueblo libio –la ética de Núremberg sigue teniendo vigencia–, guardando silencio ante el sufrimiento que le causaron a ese maestro, a ese hombre inocente. No seamos soberbios: ningún artículo va a cambiar el mundo por criticar a los poderosos, porque a los poderosos nuestros artículos les resbalan. Pero sí podemos ayudar a denunciar a los hipócritas que juegan con la bondad mientras clavan puñales por la espalda. No vale denunciar el gran mal si agachamos la cabeza antes los males que nos rodean. Esos, por lo menos, podemos desenmascarlos, desvelarlos y ayudar a que sepamos qué moral le enseñan a nuestros hijos en según que sitios.

(IDEAL, 3 de marzo de 2011)

2 comentarios:

Miguel Pasquau dijo...

No cada vez que se cometen crímenes fuera hay que ir a apagar el fuego con bombarderos. Si fuera así, entonces Aznar habría tenido razón al apoyar a Bush en Iraq. La guerra, es decir, la intervención militar con armas, es un último recurso. Yo no reprocho a Europa que no haya desembarcado ya en Libia. Lo que le reprocho es que no pronuncie palabras más claras, condenas más inequívocas y que no haya cercado comercialmente a Gadafi, aunque vaya en perjuicio de nuestros propios intereses. Ahí es donde encuentro yo, ahora, la debilidad de Europa: apenas tiene margen para la grandeza, va demasiado justa y pospone demasiado los principios. Pero lo de "ir allí" a solucionar el problema... Cuidado.

Manuel Madrid Delgado dijo...

En esto coincido contigo. No pienso que en Libia sea necesario mandar la VI Flota para que acabe con Gadafi: Gadafi es un problema que tiene que finiquitar el pueblo libio. Lo que me molesta es el lenguaje calculado de las potencias europeas, ese sí pero no, para nadar y salvar la ropa. No hay que mandar aviones, pero sí hay que decirle alto y claro a Gadafi que es un criminal, que Europa lo ha descubierto ahora (jejeje: seamos piadosos con nuestros líderes) y que se acabó su juego, hay que decirle que sólo le espera un tribunal y posiblemente la horca. Tal vez no me he expresado bien, pero lo que quería decir es lo que tú has dicho.
Saludos.