lunes, 21 de marzo de 2011

EL APOCALIPSIS Y DESPUÉS





A determinados periódicos y televisiones no les han dolido prendas para titular con gruesos trazos la catástrofe de Japón: sobre fotografías nebulosas que tienen como fondo las gigantescas chimeneas de las centrales nucleares afectadas por el terremoto, la palabra «Apocalipsis» se ha repetido hasta la saciedad. ¿Es necesario exagerar lo que ya por sí solo es suficientemente grave y desbordado como para no necesitar acrecentamientos? La dimensión de la tragedia —el terremoto violentísimo, la ola gigante incontrolable, el frío, el corte de suministro eléctrico, las víctimas incontables...— realmente nos obliga a pensar en el borde del precipicio. Pero la propia sociedad japonesa, con el ejemplo de civismo y serenidad que está dando para afrontar los inmensos riesgos que se otean en su horizonte, nos enseña a pensar en medio del terror fabricado a partes iguales por la furia de la naturaleza y la estupidez del ser humano.

Y es que, en medio del remolino del miedo, paralizados incluso por la imprevisible deriva de los acontecimientos, se hace necesario reconstruir un argumento sereno que nos obligue a afrontar el cómo queremos seguir viviendo. Porque el terremoto de Japón y el desastre nuclear que lo ha seguido a lo que nos obliga es a eso: a ponernos delante del espejo de nuestras sociedades del derroche y ver cómo queremos vivir y cómo queremos que vivan —si es que queremos dejarle un planeta vivible— nuestros hijos.

La japonesa era una sociedad encantada por la tecnología, la modernidad, la eficacia, la eficiencia. Japón parecía haber demostrado que la naturaleza es domesticable, que se puede construir un mundo a nuestra imagen y semejanza. El mundo según Japón parecía un mundo capaz de controlar lo incontrolable y lo impredecible. Los dioses, el destino o simplemente la trágica realidad de lo real, nos han arrojado sin piedad, nuevamente, a nuestra condición de seres frágiles. El terremoto ha humillado nuestra soberbia: no se trata, pues, de pensar en medio del miedo a una explosión atómica sino de pensar en medio del reconocimiento de la derrota. Hay límites: los humanos tenemos límites, no podemos controlarlo y dominarlo todo, y por más que la tecnología y la ciencia han conseguido avances impensables en muchos campos, habrá siempre un margen que se escapará a nuestras seguridades y nuestras ecuaciones, un margen del que puede levantarse la polvareda, la humareda, la marea que rompa sin misericordia el débil cristal del que estamos hechos.

Pensar en la derrota significa asumir que no es asumible una energía, una tecnología, que en determinados momentos (esos en los que no valen las ingenierías ni las seguridades) puede abocar a la humanidad al horror más absoluto. Pensar así no es pensar como seres aterrorizados sino, sencillamente, como seres limitados, que es lo que realmente somos. Porque no podemos imponer condiciones a la naturaleza no podemos construir peligros que se escapen a nuestro control. Esto, claro, lleva a un escenario nuevo, que es donde seguramente no queremos entrar: renunciando a la energía nuclear, lo que tenemos que replantearnos es nuestro propio modelo de vida basado en la dilapidación de los recursos y los bienes. Las sociedades del bienestar —que se han transfigurado en sociedades del derroche— no pueden vivir sin la energía nuclear pero viviendo con ella conviven con la más terrible amenaza. Ya la crisis económica debiera haber golpeado nuestras conciencias y nuestras formas de vida, pero no lo ha hecho. Seguramente, cuando Japón deje de estar en las portadas de los periódicos, el apocalipsis nuclear dejará de interesarnos hasta nueva orden. El problema es que si de una vez por todas no afrontamos nuestras limitaciones y aprendemos a vivir con ellas y en ellas, este Apocalipsis inducido de ahora dará paso a un Apocalipsis por el que realmente acabará devorado todo lo que somos. Porque quien juega a vivir como un dios acaba pereciendo como un dios.

(IDEAL, 18 de marzo de 2011)

1 comentario:

Jeremias dijo...

Me han regalado el libro "Apocalipsis... Y después qué?" (Editorial De los Cuatro Vientos -Bs.As. Argentina)
Lo estoy leyendo por segunda vez y lo recomiendo a todos los que esten preocupados por el futuro...