domingo, 7 de noviembre de 2010

TEA PARTY



Más religión, entendida como un arma política y moral al servicio una represión de la conciencia, como un martillo de la sexualidad. Más nación, entendida como un magma excluyente y cerrado al que sólo pertenece el que abrace los principios instituidos por los iluminados. Más guerra, concebida como el cumplimiento de un mandato divino de purificación por el fuego y la sangre. Más blancura, que se traduce sin más en el desprecio absoluto hacia todos los que no se ajustan al patrón del perfecto patriota, hacia los diferentes, los extranjeros, los homosexuales, las madres solteras, los negros. Yo no sé si un partido o un movimiento popular que, punto arriba punto abajo, se sustenta en esos principios es algo de extrema derecha, ultraconservador o abiertamente pseudofascista. Pero me imagino el sufrimiento que algo así puede generar.

El Tea Party no surge como respuesta a la gestión de Obama, aunque algunas de sus decisiones hayan servido para soldar los dispares discursos de un movimiento ligado a la cara más oscura de los Estados Unidos. El aliento del Tea Party flotaba en el ambiente desde que por medio del engaño se justificó la invasión de Irak y el tremendo horror allí causado. El Tea Party se fraguó en cada colegio en el que a los niños se les enseñaba lo de la creación del mundo en siete días y lo de Adán y Eva no como una historieta bíblica sino como algo más verdadero y creíble que la teoría de la evolución. El Tea Party estaba ya en la despiadada visión de lo real de Condoleezza Rice o Dick Cheney o Donald Rumsfeld, el Tea Party alentaba en el desprecio por el dolor humano. Eran esos los puntos de partida y les ha bastado con aplicar la máxima de la propaganda nazi: repitiendo mil veces y en mil medios mentiras evidentes –¿alguien medianamente inteligente puede pensar que Obama es un socialista o un musulmán?– el Tea Party se ha convertido en el centro de la vida política norteamericana.

Al leer, ayer, las noticias que hablaban de la victoria de los republicanos y del papel que en ella ha jugado el Tea Party, pensaba en las nuevas víctimas que esa jugada política va a generar. Al oír a los republicanos clamar contra la reforma sanitaria de Obama, pensaba en las miles de familias estadounidenses excluidas del sueño americano y que no pueden costearse un seguro sanitario decente, pensaba en los niños que esperan en los pasillos de un hospital para ser atendidos mientras sus padres desesperan y maldicen. A los halcones del Tea Party no les importa la dignidad con la que estas personas sean tratadas: a ellos, tan cristianos, tan pagados del Evangelio, el sufrimiento y la amargura de sus semejantes les resultan indiferentes. Arrebatados por su visión mesánica y militarista, convertidos en una especie de sanmigueles de la postmodernidad destinados a descabezar a los diablos de la Ilustración, son partidarios de una política sin entrañas en la que no hay cabida para la piedad y la compasión. Tienen el ideal de la libertad absoluta, como si la libertad sin las trabas que imponen la solidaridad y la convivencia no deviniese también en tiranía. Están dispuestos a imponer ese ideal aunque para ello dejen sembrados de excluidos los campos de la historia: no podrá nunca contabilizarse la amargura que generen, porque es imposible traducir en números la angustia de una madre que no puede comprar la leche de sus hijos. Parecen nuevos, pero son viejos conocidos de la revolución conservadora porque ya gobernaron otras veces: Reagan, Thatcher, el siniestro Trío de las Azores. Llevan en los genes la visión del mundo de McCarthy y de Karol Woitjla, su odio por los intelectuales, su desprecio por los heterodoxos. Basan su política económica en el puro egoísmo, pero ese capitalismo salvaje y sin trabas que proponen y que veneran con fe de inquisidores, ha sido el causante de la crisis que padecemos. Proponen curar al enfermo inoculándole más virus de la enfermedad que padece: están convencidos de que es necesario un caos de dimensiones apocalípticas –la Gran Depresión, la guerra, los totalitarismos... otra vez– para que ellos puedan hacerse con el poder sin limitaciones. Saben que sólo pueden imponer su cruda visión de la realidad si sitúan al mundo al borde del espanto.

Sabemos que Esperanza Aguirre comulga con las ideas del Tea Party. La ambiciosa presidenta madrileña se denomina liberal, pero yo pienso que algo tan hermoso como el liberalismo no puede tener cabida en esta edad de hierro inaugurada con el auge del Tea Party.

(IDEAL, 4 de noviembre de 2010)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena idea la de incluir en la crítica al Tea party, además de factores ideológicos, el que tú añades: el sufrimiento que han causado los principios que enarbolan "sin complejos", y el que pueden causar si no se les pone enfrente un bloque de cemento elaborado con muchas dosis de cultura política y con pedagogía, explicaciones, buen uso de la política, etc.
Frente al riesgo de contagio del Tea Party esperemos que nuestros políticos no caigan en el "echarse las manos a la cabeza", y que más bien se pongan "manos a la obra": procurando que la gente entienda eso que tú dices, que lo que acabarían trayendo es sufrimiento.

Muy buen artículo.


Miguel.

E. Santa Bárbara dijo...

Hace unos días entrevistaron, en una emisora de radio, a una representante de este movimiento. Al principio pensé que era un espacio de humor. Era una inmigrante brasileña, casada con un inmigrante cubano, que no dejaba muy bien parados a los norteamericanos que no eran "de pura sangre", ni a los pobres, ni a los marginados, ni a los oprimidos. Decía que una de sus finalidades era infiltrarse en las filas republicanas para transformar, desde dentro, un partido que los representaba a medias, porque estaba un poco a la izquierda.

Cuando me percaté de que la entrevista iba en serio, me quedé asombrado, fuera de juego, atónito, sin saber qué decir.

Entendía que hubiese en el mundo gentes de ultraderecha, (hay de todo en la vida), pero me indignaba que se identificasen con la religión católica, una religión católica hecha a su medida y con sus principios manipulados. Jesús siempre estuvo junto a los que sufren, al lado de los humildes y de los sencillos y esta gente del Tea Party se situaba justo al otro lado. Éste es el tipo de gente que hace tanto daño a quienes queremos seguir a Jesús. Ya habrá quien intente identificarnos con ellos. Yo nada tengo que ver, me desmarco rotundamente porque me indigna que se use la religión y el nombre de Dios para separar a los hombres, para marginar a los parias y para hacer diferencias entre los buenos y los malos.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Querido Miguel, me parece que si la política quiere seguir conservando un espacio propio y no morir absorvida por el mercado, tiene que pensar en términos éticos. Y el sufrimiento de los otros es el término ético más importante. Por eso, quienes todavía queremos ser de algo parecido a la izquierda tenemos que pensar así: cuánto sufrimiento se genera cuando se facilita el despido de los trabajadores, cuánto sufrimiento se genera cuando se reduce el subsidio de desempleo, cuánto sufrimiento se genera cuando se privatiza la sanidad o la educación, cuánto sufrimiento se genera cuando se clama contra el reparto de condones en los países más pobres, cuánto sufrimiento se genera cuando se clama contra la planificación familiar, cuánto sufrimiento se genera cuando se responsabiliza a los parados o a los marginados de su situación, cuánto sufrimiento se genera cuando se pagan sueldos de 700 u 800 euros, cuánto sufrimiento se genera cuando se despide a una mujer embarazada... La política tiene repercusiones en nuestras vidas, por eso es tan importante, por eso es necesario que nos la tomemos en serio y que la liberemos de las manos de los políticos profesionales que la tienen secuestrada y al servicio de los poderosos. A mí me parece que una forma interesante de liberarla es comenzar a decir estas cosas, comenzar a escribir sobre estas cosas: sobre el sufrimiento que generan las decisiones políticas, sobre el dolor que le causan a los que menos pueden defenderse de ellas. La política ni es inocente ni es objetiva, en política no existe el "interés general" y hay intereses contrapuestos, y cuando se opta por los intereses de los banqueros o de los empresarios (al menos por los intereses de los empresarios según se conciben ellos mismos en España) se está causando sufrimiento en las familias de los trabajadores, de los parados, de los jóvenes sin recursos. No sé si esto es renunciar a una política ambiciosa, pero ya no creo en las utopías y me parece que el gran papel de la socialdemocracia en este siglo es conservar, como escudos protectores frente al dolor, las grandes conquistas sociales del siglo anterior. La compasión debe ser el ojo ético con el que la izquierda mire el mundo.

Eugenio, el problema no es que movimientos con pulsiones fascistoides como el Tea Party utilicen la religión cristiana en beneficio de sus ideas: el verdadero problema es cuando las religiones cristinas, y dentro de ellas sectores muy integristas y muy poderosos de la religión católica, se prestan a sostener moralmente este tipo de partidos. No podemos olvidar que Juan Pablo II es uno de los pilares ideológicos fundamentales de la revolución conservadora iniciada, políticamente, por Reagan y Thatcher: esa revolución se traduce en sufrimento. Cuando la Iglesia se opone al uso del condón (no ya en nuestras sociedades, donde por suerte casi nadie le hace caso en ese tema, por muy beato o muy cofrade que se reclame) en sociedades arrasadas como las africanas, coincide con los que en el Tea Party claman contra la planificación familiar y eso está causando mucho dolor y mucho sufrimento. ¿Si el Tea Party obliga al congreso estadounidense a reducir la ayuda de EEUU a la planificación familiar en el Tercer Mundo, y EEUU es el principal provedor de ayuda en este sentido, hemos pensado cuánta miseria y qué gigantesco drama estaremos causando para los próximos decenios? La Iglesia tiene que leer los Evangelios: pero como vivimos en una época de emergencia, no puede hacerlo con anteojos. Tiene que mojarse en el sentido del amor y no hay más amor que el que sirve para reducir el sufrimiento en el mundo. Si la Iglesia no colabora en esta tarea, por tradición, por ceguera o por lo que sea, no podrá acusar a los que la liguen a estos movimientos crecientes que sólo pueden producirnos temor a quienes seguimos creyendo en la libertad y la justicia social.

Saludos a los dos.

Anónimo dijo...

Si el artículo era bueno, Manolo, tu comentario es aún más lúcido. Combina en dosis justas corazón y razón. Creo que un día de estos me publicarán un artículo en Ideal que mandé el sábado. Se llama "Tan necesario como injusto", y versa sobre el papelón de la socialdemocracia light en esta crisis. Verás que en alguna idea coincidimos completamente.

Eugenio, estoy contigo en que produce desazón ver cómo se toma el Nombre de Dios en vano. Invocar a Dios para sacralizar una nación, un modo de vida, una costumbre, una ideología, un partido político, etc., es pecado contra el segundo mandamiento. Por muy americano que sea.
Un abrazo,
Miguel.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Miguel, estoy deseando leer tu artículo (mándamelo por si luego no lo pillo en el periódico). Aún cuando no coincidimos, me parecen muy interesantes y este tema del que hablamos es el tema fundamental. La socialdemocracia tiene que rearmarse como una fuerza conservadora: "hay que conservar la llama, no la ceniza", dijo ese gran hombre que fue Jaurés, "hay que conservar la salud, no la enfermedad", dijo ese otro gran hombre que fue Azaña. Hay que conservar conquistas tan importantes como la sanidad pública, la escuela pública, la libertad de cultos, la protección social, la ayuda de desempleo, las políticas de planificación familiar y de protección sexual, los derechos de colectivos históricamente marginados y perseguidos como los homosexuales... Esas grandes conquistas se traducen en pequeñas cosas que hacen la vida mejor. Todo lo demás es palabrería, discursería. Nada. Y por eso el nuevo conservadurismo socialdemócrata tiene que articular una ética de la compasión: hay que conservar la escuela pública o los hospitales públicos o el sistema público de pensiones, porque si se privatizan, se recortan o se suprimen eso genera dolor y sufrimiento. Hay que conservarlos porque son una barrera frente a la expansión del sufrimiento.
Por lo demás, y en relación con lo que plantea Eugenio, para mí el problema fundamental no es tanto que algunos se apropien del nombre de Dios para causar sufrimiento, sino determinados sectores de creyentes ponga ese mismo nombre al servicio de una ideología concreta, de opciones políticas oportunistas y ello aún al precio de generar sufrimiento. La visión religiosa del Tea Party acabará generando dolor, por mucho que sus partidarios se escuden detrás del mensaje de Cristo, que es un mensaje de amor. Pero no creo que sea sólo el Dios del Tea Party el que genere sufrimiento: más cerca nos quedan otras visiones estrechas, que interpretan el amor sin condiciones del Evangelio, para excluir, separar, condenar, juzgar, catalogar... y eso genera sufrimiento. Me vienen a la mente las manifestaciones "en defensa de la familia", en las que curiosamente no se exigían sueldos justos para atender las necesidades de los hijos, en las que no se reclamaron precios razonables para la vivienda familiar, y en las que no se condenó a quienes despiden a las mujeres embarazadas, en fin, en las que no salieron a relucir ninguno de esos temas que causan sufrimiento y que debería ser tarea prioritaria reducir, sino que se clamaba contra la posibilidad de que los homosexuales pudieran formar sus propias familias en uso de un legítimo derecho que para nada ofende la liberdad de los demás. O sea, que hay que reiventar no sólo la socialdemocracia sino que también la religión tiene que redefinirse en términos de compasión. Me parece que aquí tú y yo también coincidiríamos.
Saludos.

Anónimo dijo...

Manolo, me vas a hacer perder la mañana con tanta cosa tan interesante...
Es difícil no estar de acuerdo con lo que dices. Insisto en que me parece especialmente esclarecedor la invocación al criterio de lo que hace daño (causa sufrimiento) y lo que libera o pone dique al sufrimiento. "No dañar" es un mandamiento previo (condición necesaria) a ese otro de "amar". Quien quiere amar pero para ello excluye, destierra, olvida, condena a la resignación o simplemente daña, está amando "ideológicamente", no realmente: creo que ese fue el principal mensaje de Jesús, cuya seña de identidad, para mí, fue la COMPASIÓN.
Y estoy contigo, desde hace años, en que la función de la socialdemocracia es hoy día conservadora. Yo me defino a mí mismo como socialdemócrata por derivación o desembocadura inequívocamente cristiana, y creo que su función histórica actual habría de ser la de hacer frente al populismo desintegrador, infantil, egoísta y alienado en forma de nacionalismo, gregarismo, que renuncia a la propia condición de "ciudadano", y cuyo Dios principal es la seguridad frente a la amenaza de los otros.
Te mando el artículo en correo aparte.
Un abrazo,
Miguel.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Lo que tú dices es también muy interesante: frente al creciente populismo, practiado también por la izquierda, no queda más remedio que oponer el dique socialdemócrata, que sería una forma superior de civilización. Sólo que esa socialdemocracia conservadora que postulamos tendría que apelar también y de manera fundamental, para no desarticular su estructura, al civismo democrático, a la heterodoxia y al redescubrimiento de valores hasta ahora considerados tradicionales. De hecho estoy convencido de que el gran reto de la socialdemocracia para poder conservar los diques frente al sufrimiento, para poder mantener el Estado compasivo, la sociedad compasiva (el Estado y la sociedad que se duelen con los que sufren y por eso habilita estructuras para paliar el sufrimiento o para evitarlo) es incorporar a su discurso los valores de la responsabilidad y la reciprocidad. Esto es: uno recibe del Estado y de la sociedad, pero tiene que asumir el deber de esforzarse, de agradecer, de corresponder a lo recibido. Esa gran queja de las clases medias (había colectivos "subsidiados" que se acomodaban en su situación y no hacían nada para solucionar sus problemas, exigiendo crecientemente vivir mantenidos) hizo que éstas basculasen hacia la apuesta conservadora y neoliberal, tan peligrosas. A eso la socialdemocracia no supo dar respuesta y ese reto lo tiene pendiente para poder conservar lo que existe y para poder ampliarlo, volviendo a sumar a las clases medias en el reto histórico del proyecto social compasivo.
Saludos.