lunes, 8 de noviembre de 2010

AÑOS 30




Una anécdota. Una ilustración.

Mi abuelo Juan odiaba las gambas y los langostinos. Le daban asco. Me contó una vez que su repulsión por esos dos manjares le venía de niño. No porque se diese un atracón de marisco que le llevase a aborrecerlo: él era hijo de jornaleros y la primera vez que se fue a la aceituna –con sus dedos tiernos tenía que excavar en la tierra congelada de diciembre para sacar las aceitunas clavadas en el hielo, hasta llenar una espuerta si quería que le diesen el trozo de pan que era su jornal– tenía cinco años, así que difícilmente podía su padre comprarles gambas o langostinos. Pero contaba que ocasionalmente los señoritos ubetenses se reunían en el inmenso jardín que el convento de las descalzas tiene sobre la muralla: allí organizaban sus banquetes, más o menos por los últimos años de la Dictadura de Primo de Rivera. Cuando terminaban, las monjas abrían la puerta y dejaban que todos los chiquillos pobres que se amontonaban en la puerta del convento entrasen al patio y se comiesen las sobras que se habían quedado por el suelo, como si fuesen perros. Una de esas sobras eran las cabezas de las gambas y los langostinos: mi abuelo se las comió allí y supongo que aquél asco y aquella rabia de niño pobre que veía salir del convento a los hijos de los ricos, con sus trajes de marinero y sus juguetes relucientes, hizo que le tomase asco a las gambas, a sus cabezas que ya habían chupado otras bocas.

Esa era la Iglesia de los años veinte, de los años treinta, de los años cuarenta, de los años cincuenta. La Iglesia que tomó partido por los poderosos, que los acogía en su opulencia y que entrega a los niños pobres sólo las sobras. La Iglesia que, por ejemplo, separaba en el colegio de las Carmelitas a las niñas bien y a las niñas pobres: aquéllas entraba por una puerta, con sus brillantes uniformes azules, éstas lo hacían con sus humildes batones grises por la puerta de servicio. Las honrosas excepciones que salgan a relucir no ocultan el gran pecado de la Iglesia española durante décadas: pecar contra la caridad, pecar contra los pobres.

El anticlericalismo de los años treinta fue, en gran medida, el grito desesperado de una población hambrienta y humillada –¿se nos ha olvidado el «comed zarzas y República»?– y de unos intelectuales hartos del papel jugado por la Iglesia en el control del pensamiento y la creación. Comparar la actual situación política española en materia religiosa con lo que pasó entonces (en una sociedad desgarrada que caminaba hacia la guerra civil, de la que la Iglesia también fue culpable y responsable) puede hacer que algunos comparen con similar injusticia el papel de la Iglesia y que digan que la de hoy es como la Iglesia de aquel festín en el que mi abuelo se comía las sobras, ante la mirada divertida de las monjas. Pero esa comparación sólo puede responder o a la «chochez» de quien las pronuncia, o a su mala fe o falta de visión política. Sinceramente no concibo la segunda en un jefe de Estado y máximo responsable de una de las más numerosas religiones del mundo, que además pasa por ser uno de los intelectuales más reputados de nuestra época. Prefiero, pues, quedarme con la primera, aunque me engañe, porque me parece más piadosa: son las palabras de un anciano de 83 años, antaño martillo de heterodoxos, y hoy en manos de los sectores más integristas del obispado.

No me gusta una política religiosa que, por miedo, le da un trato de favor –siquiera de favor moral–, al Islam. Me gusta una sociedad en la que la religión es vivida por quienes la practican como un acto de crecimiento interior, y no como un arma arrojadiza que rellena manifestaciones donde se ofenden los sentimientos de quienes no creen o de quienes creen de otra manera. Me gusta una sociedad que tiene claro que, a efectos de convivencia, la Constitución es más importante que la Biblia o que los Evangelios o que el Corán, y que sabe que el diálogo cívico sólo es posible en ese foro sin religión que son los ayuntamientos o los parlamentos o las urnas y no en las mezquitas, las catedrales o las sinagogas, un foro donde lo que cuenta es la opinión razonada y no el dogma o el sentimiento abrigado en el fondo de la conciencia o del corazón. Como creyente, no me gustan las palabras de Ratzinger, que hieren, ofenden y, sobre todo, no dicen la verdad. No ha sido ningún laicismo violento o agresivo el que ha hecho que la visita del Papa no haya sido masivamente seguida por fieles en las calles de Santiago o Barcelona: que la Iglesia se ponga de una vez la mano en el corazón, para ver cuáles son las causas que realmente explican el abismo que cada día se abre más entre ella y la gran masa de la sociedad española. Todo puede ser que la culpa no sea del laicismo –ni siquiera del torpe laicismo de ZP– sino de los papados que, embargados por la revolución conservadora, se han empeñado en desandar a pasos agigantados el camino abierto por el Vaticano II. Todo sea que Ratzinger esté viendo la paja en el ojo de otros y no la viga en el suyo.

14 comentarios:

blasru dijo...

Chapó.

Fernando Gámez dijo...

Me parece, Manolo, que te pasas un tanto en bastantes de tus afirmaciones desde el pricipio al final de tu escrito.
Requerirían por mi parte un extenso cambio de impresiones contigo y un gran número de preguntas, ante muchas dudas al leerlo, para intentar comprender las razones de tu exposición.
No creo que, si te confiesas creyente como lo haces en tu escrito, debas dirigirte al Papa con expresiones como anciano que chochea,...cuando está reconocido mundialmente como un gran intelectual y una mente de la más preclaras, a pesar de su edad, que en la Iglesia hay; aparte de que a muchos de los que lo seguimos, nos ofende quien lo ofende, por lo que para nosotros representa: "Cristo en la tierra".
Manolo, creo sinceramente que tienes una forma muy peculiar de entender a la Iglesia, que nos "chirría" a algunos de tus asiduos lectores, sobre todo cuando enjuicias a la Jerarquía.

No deseo entablar una polémica de respuestas en tu blog; preferiría chalar contigo, si a bien lo tienes.
Un respetuoso saludo.

Uvejota dijo...

Era de esperar!!
Yo lo estaba deseando, por el aprecio que os tengo a ambos.
Creo que los extremos nunca son buenos, pero deben existir para regocijo de los que nos gusta situarnos en el centro.
Agradecería infinito ser invitado a esa charla y/o cambio de impresiones… ¡¡como oyente!! (no sería capaz de otra cosa)
Recibid sendos abrazos
v.j.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Querido Fernando.
Tengo el mismo poco ánimo de ofender que el Papa cuando pronunció su frase. Y me parece que lo que hay que analizar es esa frase y la actitud política de la jerarquía: ¿de verdad es lícito éticamente decir que la situación en España es cómo la de los años 30, cuando se quemaban conventos e iglesias y se mataban curas y en las procesiones tenían que ir con pistolas debajo de los mantos de las vírgenes? ¿Es ofensivo pensar (y dejo claro en el escrito que lo pienso por caridad y respeto a quien lo dice) que él que pronucia eso comienza a no estar en pleno uso de sus facultades? Ese, y no el de ofender, es el sentido de chochear, porque lo cierto es que el Papa es un anciano. Un gran intelectual (lo reconozco), y un gran intelectual no sólo dentro de de la Iglesia, quizá fundamental para intentar comprender la relación entre fe y razón, pero con 83 años. Prefiero pensar que "chochea" antes que pensar que pronuncia esas palabras para hacer daño a la sociedad española, porque son, objetivamente, palabras que faltando a la realidad, hacen daño y tienen intencionalidad política.
No sé en qué más piensas que "me paso": ¿en considerar que afectos de la convivencia pública la Constitución y un ayuntamiento son más importantes que la Biblia o una sinagoga? Me parece evidente: la Constitución o el parlamento son de todos, nos representas a todos y establecen cauces para solucionar conflictos que a todos nos atañen; los otros elementos, son elementos de parte, de partes, por muy numerosas que algunas de esas partes puedan ser. Como creyente, soy de los que piensan que la fe y sus dudas, si de verdad tienen que dar frutos, deben ser algo íntimo, privado (lo que no significa que no tengan expresiones públicas legítimas), y que lo público debe medirse por los valores políticos surgidos y elaborados a partir de la Ilustración: la libertad, la igualdad, la solidaridad, la tolerancia, la ausencia de religión oficial del Estado...
Es cierto que tengo una manera muy peculiar de entender la Iglesia, forjada en las tertulias de la Mesa del Pino, en las lecturas de Martini, de Torres Queiruga, de C.S. Lewis, de Unamuno, de los teólogos del grupo Juan XXIII (¡¡¡qué gran Papa y qué necesario es uno como él, con urgencia!!!) o del propio Evangelio. A mí lo que me chirría son los juicios de la jerarquía y sus posiciones e intenciones políticas: "mi reino no es de este mundo". Pero me parece que el plano de los creyentes se enriquece con estas diferencias y que lo que hay que hacer es cultivarlas, renunciar al dogmatismo y no dejar que nadie piense por nosotros. Como creyentes, tenemos derecho a que se reconozca nuestra madurez, a poder criticar, a equivocarnos. No me gustan los dogmatismos, me parecen excluyentes, totalitarios y peligrosos. Y antievangélicos.
Saludos y un abrazo a los dos.

ARTURO DÍAZ dijo...

Algunos católicos que se creen sin objeciones ni dudas ni matices lo que otros le dicen que tienen que creer saltan cuando alguien manifiesta no compartir su estrechez de miras y se callan ante barbaridades como esa que dijo el Papa de que la mujer tiene que realizarse en el hogar y, gracias a Dios, también en el trabajo.

Me permito la licencia de traer aquí, con permiso de Manolo, algunos párrafos de un artículo de Fernando Savater, que considero que dan luz sobre este tema (va parte en este mensaje y otra parte en otro, porque blogger no permite mensajes tan grandes):

“Han preferido el deshonor a la guerra y ahora tendrán el deshonor y la guerra", dijo Churchill eHan preferido el deshonor a la guerra y ahora tendrán el deshonor y la guerra", dijo Churchill en una ocasión famosa; podríamos parafrasear sus palabras para aplicarlas a las circunstancias de la visita de Benedicto XVI a España: nuestras autoridades renunciaron al laicismo democrático para no pasar por anticlericales y ahora se ven sin dignidad laica y encima tachadas de anticlericales por el beneficiario de su abandono de los principios.
¿Acaso aún no han aprendido que la Iglesia es insaciable y se toma todas las concesiones sin agradecimiento por lo que se le da y con aire ofendido por lo que aún se le niega? En eso se parece mucho a los nacionalismos... a los que tanto debe y que tanto le deben.”
El Papa denuncia el terrible laicismo de España no solo a pesar de que recibe en su viaje la pleitesía exagerada de todas las autoridades civiles, no solo pese al financiamiento y privilegios fiscales de la Iglesia, no solo a pesar de que se mantiene el concordato de origen franquista que impone la presencia clerical en la educación y hasta en el ejército, sino por los terribles agravios y la "persecución" que sufre por parte de un Parlamento que legisla sobre el aborto o sobre el matrimonio homosexual sin obedecer al clero y que hasta pretende sustentar una asignatura de educación cívica que no cuenta con el níhil óbstat episcopal.
Para el Papa, estamos como en el año 36 y de ahí a quemar iglesias solo hay un paso. Por lo visto, ni siquiera 40 años de franquismo bajo palio nos autorizan a emanciparnos un poquito de una institución que tan eficazmente ha trabajado por perpetuar el atraso intelectual y la falta de libertades políticas en nuestro país desde comienzos de la modernidad.”

ARTURO DÍAZ dijo...

Sigo y termino con las citas del artículo de Savater.

Dice que para el Papa, experto en teología: “la verdad no es una función que se alcanza a través de la razón que observa, experimenta y deduce, sino la revelación que llega por la boca del que habla desde la infalibilidad. ¡Abajo el relativismo, escuchemos al Absoluto! Y la libertad, claro, es la de obedecer no a humanos vulgares y a las leyes por ellos consensuadas, sino a quienes representan e interpretan el poder de lo sobrehumano...”

“Por si fuera poco, el Papa merece los máximos honores porque se trata nada menos que de un jefe de Estado. ¡Y menudo Estado, a fe mía! El único de la Europa actual que abiertamente no respeta quisquillosos derechos humanos como la libertad religiosa, la igualdad de sexo para optar a cargos públicos y otras menudencias democráticas semejantes. Es un Estado tan original y único en su género, prueba de la especial protección divina que lo ampara, que se parece mucho más a las teocracias de otros lugares del mundo que a los impíos regímenes laicos que le rodean. El Vaticano es una especie de Arabia Saudí pero decorada por Miguel Ángel y Rafael, lo cual es una gran mejoría estética, aunque en cambio representa poco avance político.
Evidentemente, el gran problema religioso y la mayor amenaza para las libertades públicas en España lo representan las mujeres que llevan velo islámico, no el ver a nuestros representantes electos mostrar todo tipo de deferencia y reconocimiento moral al gobernante de ese Estado modélico... que por lo visto ejemplifica las raíces de la Europa democrática mejor que tanto laicismo y tanta ciencia sin trascendencia como vemos por ahí.”

“lo cierto es que las prácticas católicas no dejan de disminuir en nuestro país. ¡Pero si ya incluso hay más matrimonios civiles que eclesiásticos...!”

“De modo que parece llegado el momento de, sin ofender a los católicos, no agraviar tampoco a quienes no lo somos y a quienes siéndolo comparten con nosotros el deseo de un Estado realmente laico, en el que la religión o la falta de ella sean un derecho de cada cual pero no una obligación de nadie... y mucho menos de las instituciones que son de todos y para todos.
Por eso, es necesaria y urgente una ley de libertad religiosa a la altura de nuestra realidad social y del siglo en que vivimos. Para que los creyentes puedan ejercer a título personal su religión al modo que prefieran, siempre que no conculquen las leyes civiles... y, sobre todo, para que los no creyentes o los que creemos otras cosas no tengamos forzosamente que sentirnos avasallados por la fe de nadie.”

Anónimo dijo...

Sigo con interés este debate, que me interesa mucho.

A Arturo Díaz quiero decirle que el artículo de Savater no merece, en mi opinión, tanto espacio. Para criticar cierta actitud de la Iglesia no hace falta incurrir en tanto tópico periodístico y de conversación de barra de bar. Es más lúcida, en mi opinión, la crítica de Manolo Madrid que la de Savater, aunque Manolo también ponga un punto de desazón que puede resultar exagerado.

A mí tampoco me gustó como crítica lo de la chochez del Papa, por dos razones: primero, porque ser octogenario es una manera de ser y estar en el mundo que merece profundo respeto. Segundo, porque yo creo que esas palabras del Papa reflejan mucho más los mensajes que Benedicto recibe de Rouco y compañía, que su propia manera de pensar. Sinceramente, no me gusta que algún periódico, como El país, haya limitado su crónica de la visita del Papa a ese desafortunadísimo comentario sobre la persecución de la iglesia por el laicismo. No hay persecución, sino creciente desafección.

Prefiero la intelectualidad confesional de Benedicto XVI al politiqueo de menor altura de cierto sector de la iglesia española. Y creo que va siendo hora de que la Iglesia deje de regañar por la desafección de la gente, y se ponga a pensar qué cosas ha hecho mal (perdón: hemos hecho mal) para que esto sea así.

En cuanto al tema del laicismo, parece evidente que hoy día los espacios públicos han de estar protagonizados por la Constitución y la democracia como modo de decantación de valores en forma de leyes. Pero también estoy con lo que dijo Jáuregui el otro día en una radio: que la religión no es en absoluto una cuestión meramente íntima y privada, sino que tiene una dimensión pública. Podemos discutir qué formas de presencia pública, qué reflejo de la tradición cristiana en comportamientos sociales, e incluso qué nivel de apoyo financiero desde el Estado a las Iglesias: pero no creo que deba tratarse mejor a la tauromaquia o al fútbol que al hecho religioso y sus concreciones sociales: como mínimo, una Iglesia es una asociación de interés público.
Sobre la ley de libertad religiosa estoy de acuerdo con quienes habéis dicho que es necesaria. Pronto y bien hecha. Una ley que formule una "política religiosa" democrática y aconfesional, pero tampoco savateriana.

Perdón por la plática.

Miguel.

Anónimo dijo...

(Perdón, veo que me he hecho un lío al enviar el comentario y ha salido tres o cuatro veces)
Miguel.

Manuel Madrid Delgado dijo...

A ver Miguel, creo que no se ha entendido bien lo que quería decir con "chochez", que en ningún caso tenía intención de ser algo denigrante. Claro que ser octogenario es una manera extraordinaria de ser y estar en el mundo y que hay ancianos que aportan cosas valiosísimas a la sociedad, aunque ahora, cegados por lo nuevo y lo joven, despreciemos a los viejos. Lo que quería decir es que como prefiero no pensar que el Papa se ha puesto en su viaje a España al servicio del sector más ultra del episcopado español, pues a causa de la edad comienza a cometer estos fallos. Tú sabes que los ancianos suelen ser como niños, que a veces dicen cosas que no quieren decir o que muchas ocasiones no dan su brazo a torcer. Prefiero pensar en un Ratzinger así que en uno perverso que pronuncia palabras para hacer daño.
Por lo que respecta a la dimensión íntima de la religión y su proyección social, pública, creo que no hay que confundirse. Para mí la religión (para mí también es religioso el ateo que se interroga por cuestiones trascendentes) es algo esencialmente íntimo, ligado a los sentimientos más profundos y limpios del ser humano. Que eso tiene una proyección pública es evidente y debe ser respetado, reconocido y amparado. Pero una cosa es la dimensión pública de la creencia religiosa y otra la dimensión política, que es lo que ciertos grupos católicos pretenden imponer. Una cosa es que se tenga derecho a celebrar las procesiones de Semana Santa con garantía de respeto a los derechos de quienes en ellas participan, y otra muy distinta que las creencias religiosas de los cofrades, por ejemplo, se tengan que situar por encima del bien y del mal e informen la acción legislativa. Una cosa es tocar el tambor porque se cree en Dios y otra considerar una ofensa imperdonable que la norma civil haya regulado y autorizado los matrimonios homosexuales o la investigación con células madre. No sé si me explico...
Ahora borro los mensajes repetidos.
Abrazos.

blasru dijo...

Creo que el resumen de este debate, su solución, está en las palabras que el Maestro pronunció hace ya más de 2000 años: "A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César"

Manuel Madrid Delgado dijo...

También puede resumirlo "Mi Reino no es de este mundo"; o "No juzgues y no serás juzgado"; o "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra"...
Saludos, Rubén.

Anónimo dijo...

A estas alturas, que ya está más que demostrado que Dios no existe, no sé a qué viene tanto debate.
Antonio.

Uvejota dijo...

¿Como?
¿Ya está más que demostrado que Dios NO existe?
¡¡Me dejas anonadado Antonio!!
¿Quien ha sido el que ha "demostrado" eso? cuenta... cuenta...
Cordiales saludos
v.j.

Anónimo dijo...

Dos cosas, Uvejota:

1. todo lo atribuible a dios ha sido refutado por la ciencia con leyes causales.
2. Además, los que tenéis que demostrar que dios existe sois vosotros.

Antonio.