miércoles, 3 de noviembre de 2010

LO QUE VALE EN LA VIDA




Cada vez estoy más convencido de que son las pequeñas cosas las que convierten la vida en algo valioso que merece la pena ser vivido. Irse, durante un fin de semana de tres días, a una casa apartada de todo ruido, cerca de Chilluévar, rodeada de olivares y montes y chopos amarillos, con dos parejas de amigos y sus hijos, es una de esas cosas que le dan valor a la vida. Y le dan valor porque en esos momentos que hemos disfrutado queda la vida desnuda: no hacer nada, ese lujo de derrochar el tiempo perezosamente, sin prisa, desayunando tranquilamente, charlando sin más, comiendo sin prisa, bebiendo cerveza o vino blanco, acostándose ya no tan tarde porque los hijos nos dejan molidos, viendo como el fuego parpadea misteriosamente, riéndose a carcajadas una madrugada en la que, con las criaturas ya dormidas, hay que remover todos los muebles de los dormitorios para matar una lagartija que se ha colado en ellos y que según las madres amenaza con devorar a sus retoños, y todo mientras mi hijo, más espabilado que el rabo de las pobres lagartijas, llamaba a voces a sus amigas, felizmente dormidas...

Unos días como estos enseñan también que es posible sobrevivir. Sobrevivir a dos días de lluvia incesante que te obligan a recluirte en un salón tomado por cuatro criaturas de entre diecinueve meses y cinco años a las que hay que sumar Dora la Exploradora y el dichoso Mono Botas, y cuajado de juguetes de todo tipo. Amistad y supervivencia, la vida en estado puro. Pero la mejor vida.

4 comentarios:

Perikiyo dijo...

Esos momentos, son los que hay que atesorar en la recámara, para usarlos en caso de emergencia, igual que un extintor; o cuando hace falta remedio, igual que una aspirina.

Saludos.

E. Santa Bárbara dijo...

Aprovecha esos momentos. Voy con mucha frecuencia a Málaga. Mi hija ya no viene con nosotros casi nunca y mi hijo lo hace a regañadientes, a cambio de contrapartidas (es un chantajista, aunque yo "me dejo")..
De chicos los llevábamos a todos sitios. Guardamos fotografías de momentos entrañables, que no volverán. A veces, las miro con cierto dolor.
A pesar de todo, la vida te ofrece siempre algo nuevo: el lunes estuve, sentado en una terraza, tomando unas cervezas y el sol, frente al mar, con mi mujer. Solemos hablar de cosas que obviamos cuando estamos en casa y resulta terapeútico. Por el retrovisor vemos a esos hijos que ya no quieren venir "con dos abuelos", pero esos ratos resultan muy gratificantes.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Perikiyo, ojalá los tengamos que utilizar siempre como aspirina para curarnos las heridas que le tiempo deja en el alma, y nunca como extintor. Un dolor de cabeza se pasa, pero el fuego destruye.

Eugenio, ahora que soy padre entiendo esa melancolía por el tiempo que pasa también sobre nuestros hijos. El mío tiene 21 meses, los cumple hoy, pero cada día notamos como se aleja más aquel bebé recién nacido, y uno quisiera poder detener el tiempo. Supongo que a medida que los años pasan los hijos se nos hacen más ajenos, pero eso en realidad es algo positivo: no es bueno que los hijos dependan de los padres, es positivo que se busquen su hueco, que quieran hacer cosas, que no quieran estar con sus padres. Durante esos años, supongo que las parejas madurarán de otra manera, seguramente más melancólica, viendo en los hijos ya crecidos los años pasados e intuyendo los años de la cuesta abajo que comienzan a vivirse, que deben ser años muy intensos. Piensa que al final los hijos volvemos siempre a los padres, y que esa rebeldía de la adolescencia y de la juventud, ese "desprecio" de lo que nuestros padres significan, se acaba y cuando se entra en la madurez se descubre otra relación con los padres, más serena y yo pienso que más fecunda. De todos modos, yo no he entendido realmente a mis padres ni he sabido lo que me querían hasta que he sido padre. Y sí, merece la pena guardar estos momentos, porque ya se encarga la vida de traer los malos.

Abrazos a los dos.

E. Santa Bárbara dijo...

"De todos modos, yo no he entendido realmente a mis padres ni he sabido lo que me querían hasta que he sido padre".

Ésa es una de las pocas verdades absolutas. A todos nos ha ocurrido y, por siempre, seguirá ocurriendo.