En muchos foros y artículos, el gesto de Christian Hernández ha servido de burla, como si correr delante del toro y saltar al callejón y negarse a matar al bicho y cortarse la coleta y reconocer que se tiene miedo no fuese un acto supremo de valentía. Estoy convencido de que nos iría mucho mejor si cada uno reconociésemos nuestros miedos, nuestras limitaciones, si estuviésemos dispuestos a asumir que no todos servimos para todo. La extensión de un falso y peligroso concepto de igualdad nos ha hecho creer que cualquier sirve para ingeniero aeronáutico o para fontanero o para maestro o para alcalde de su pueblo. Y es que confundimos el derecho a poder ser cualquiera de esas cosas mediante el sacrificio, el estudio y la preparación, con un supuesto y falso derecho a serlo sin más, porque sí: llegará el día en que alguien se declare en huelga de hambre a la puerta de un quirófano porque no lo dejan entrar a practicar su derecho a ser cirujano cardiaco.
Pero ocurre que salimos al escenario de la vida y nos creemos nuestro papel de tal manera que no somos capaces de reconocer que o no somos buenos actores, o el papel no estaba hecho a nuestra medida. Ocurre que nos da miedo que nos abucheen y preferimos seguir fingiendo, haciendo como que sabemos o como que podemos. Pero eso no es de valientes; al revés, es de ser profundamente cobardes, porque significa que no somos capaces de asumir nuestras limitaciones, pero sobre todo significa que no somos capaces de iniciar otro camino que nos conduzca a buscar aquello que realmente nos haga ser útiles y vivir sin doblez. Lo fácil –lo cobarde– es torear con el pico de la muleta y citando fuera de cacho; lo difícil –lo valiente– no es solo torear empapando de trapo los pitones fieros del toro y desde sus terrenos, sino también tomar las de Villadiego y reconocer que el toro produce miedo y que no se puede controlar el miedo. Lo valiente es dar la cara.
Cuentan por ahí que el Presidente del Gobierno le dijo a su mujer que su trabajo es tan sencillo que miles y miles de españoles pueden desempeñarlo sin problemas. Son muchos los que piensan que cualquier trabajo es tan fácil, que cualquier responsabilidad es tan liviana, que no hay ser humano sobre la faz de la tierra que no pueda desempeñar el puesto y soportar la responsabilidad. Da igual que la evidencia diga lo contrario: es suficiente con tachar a la evidencia de “facha” o de “elitista” o de “clasista” para desmontarla ante los ojos de una mayoría que no desee que nadie le airee sus limitaciones. En realidad no hemos pensado cuanto mejor nos iría a todos si el médico que no sirve para médico colgase el estetoscopio y cerrase la consulta; y si el policía que le tiene miedo a los ladrones se dedicara a cultivar lechugas, tan inofensivas; y si el ministro o el concejal que son claros ejemplos de ineptitud política lo reconociesen y volvieran a sus ocupaciones anteriores, si las tenían... Cuanto mejor, si renunciásemos a seguir engañando a los demás y dejásemos de engañarnos a nosotros mismos, si buscásemos nuestra vocación, nuestro lugar en la tierra, el puesto que se acomoda a nuestras capacidades. Cuanto mejor si en lugar de esperar que el toro no nos coja, corriésemos delante de él, saltásemos la barrera y nos cortásemos la coleta. Cuanto mejor nos iría si abundasen mucho los Christian Hernández.
(Publicado en IDEAL el 24 de junio de 2010)
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