sábado, 12 de junio de 2010

DESCONCHONES EN EL CORAZÓN



Reconozco que cada semana me cuesta más escribir esta columna, que escribir se ha convertido en una tortura. ¿Qué decir cuando todas las palabras son insuficientes o directamente inútiles? ¿Qué escribir cuando no están los tiempos para líricas y cuando es imposible una literatura “de combate”, porque no hay trincheras? El futuro pinta mal, muy mal, y esto ni siquiera debería preocuparnos –¿realmente pintó bien el futuro, alguna vez, para los que nos somos poderosos?–, sino fuese porque tenemos hijos, sino fuera porque hay niños en el mudo: es por ellos por quien merece la pena resistir. Ojalá fuese lícito desear que todo saltase por los aires, que un fogonazo nos borrase del mapa, empezando por los políticos y los banqueros y siguiendo por todos nosotros. Pero no, ni siquiera es posible escribir eso: no puedo escribir –lo siento– porque me escuecen las palabras. El escozor de palabras aventura un desmoronamiento: han aparecido desconchones en mi corazón.

Todavía quedan fanáticos que no se hacen preguntas, que escriben o predican certezas y adhesiones inquebrantables; aún son legión los convencidos de que los suyos tienen razón, toda la razón, y no se conceden así mismos la tregua de pensar que ha desaparecido la verdad. Yo, sin embargo, cada vez me pregunto más a menudo si no estaré equivocado y soy incapaz de encontrar respuestas. Y así, es imposible hilvanar artículos, porque un artículo necesita una mínima coherencia, un discurso exiguo –pero discurso–, una certeza, siquiera una. ¿Cómo escribir si no se sabe si es bueno que el PSOE pierda las elecciones por terror a que las gane el PP? ¿Cómo escribir si es imposible dilucidar si llevan razón los que postulan un recorte del déficit y del bienestar, para poder simplemente sobrevivir, o los que defienden a capa y espada las conquistas históricas de los trabajadores, aunque nos hundamos aferrados a ellas?

Lo peor de estos días oscuros que nos tocó vivir, es que se han trastocado todas las brújulas y cuando nos hemos asomado al balcón de la incertidumbre, nos hemos sabido perdidos. Y el perdido, hoy, carece de esperanzas porque todos los caminos han sido borrados. Sin contar con que, deshechos los nudos sociales que nos unían en una ilusión y desaparecida cualquier diferencia ideológica sustancial –el postureo estético no es una diferencia– en el panorama político, nos encontramos solos: han desaparecido las utopías criminales del siglo XX, y quieren quitarnos hasta la posibilidad de un espacio habitable y mínimo para conseguir el pan nuestro de cada día. Es difícil encontrar en la historia de la humanidad un momento tan crucial como éste, tan desesperante, tan paralizador, en el que todas las decisiones parecen equivocada y todas se dirigen a un lugar desconocido. Es difícil encontrar un momento en el que el hombre haya estado más a la intemperie, más desnudo de ideas y proyectos, más alanceado por la sensación –confirmada día sí día también por gobiernos y banqueros y organismos internacionales– de que todas las furias de la historia se han conjurado para desgarrarnos más, para desprotegernos más, para hacer más sombrío el futuro de nuestros hijos. La historia como burla.

No sé, pero sucede que me he cansado de ser hombre. Y de escribir. Ojalá pudiésemos despertarnos de esta pesadilla, que crece alimentada con nuestras desilusiones y por nuestra rabia: ojalá pudiese seguir escribiendo.

(Publicado en IDEAL el día 10 de junio de 2010)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No lo entiendo. Decir "me he cansado de ser hombre" es casi un pecado cuando quien lo dice acaba de conocer la experiencia de la paternidad. ¿No será que confundes un dolor de cabeza con la cabeza misma?

Manuel Madrid Delgado dijo...

No es costumbre contestar comentarios anónimos, pero de vez en cuando conviene romperla. ¿Es casi pecado decir que uno está cansado de ser hombre cuando acaba de ser padre? Al revés, precisamente porque al ser padre he descubierto una extraña sensibilidad en mí interior que me hace más insoportable el sufrimiento de los inocentes, es por lo que siento asco de "la humanidad". Veo las fotos de los niños que huyen de la matanza étnica y religiosa en Kirguizistán: ¿qué esperanza puede uno conservar en el ser humano si hay hombres dipuestos a asesinar a niños por el simple de hecho de ser de otra "raza" o porque tuvieron la desgracia de que el dios que se cruzó en sus vidas no coincida con el de sus perseguidores?
Tengo guardada en un viejo cuaderno una fotografía, en blanco y negro, de las matanzas de Ruanda; en ella se ve a un hombre que, sobre un montón de cadáveres (muchos de ellos de niños), sostiene el cuerpo muerto de su hijo, de dos o tres años, con un tajo de machete en su cuerpecito. En ese momento, delante de esa foto, se desmoronó mi confianza en el ser humano: yo antes pensaba que el ser humano es bueno por naturaleza, pero cada vez estoy más convencido de que los pesimistas como Gray llevan razón cuando afirman que somos parásitos de un planeta enfermo de humanidad. Y en realidad, repito, sólo lo siento por los niños, porque cada vez soporto menos el verlos sufrir.
Y no, no confundo un dolor de cabeza con la cabeza, porque en realidad lo que me duele es el corazón.
Saludos.