miércoles, 9 de junio de 2010

JUNIO



En junio, el tiempo “se colma y desemboca”, según el decir del poeta Octavio Paz, que es una manera de decir que en junio el tiempo lo atraviesa todo con la lanza de su discurso hecho de hermosuras y –por qué no decirlo– de vórtices abismados de nostalgias: las memorias de junio nos anclan en la vida, en nuestra vida. Por eso, junio nos llena siempre de no sabemos qué exacta plenitud, ensayada cada mañana por el vuelo quebradizo de los vencejos, por el sol que arrebata en una luz poderosísima todas las formas del mundo ofreciéndonos su perfil más exacto, sin imposturas, por un hormigueo de felicidades que recorre la sangre, entristeciéndola. ¿Qué significa junio en el curso del año, en la cartografía de nuestras vidas? Junio es una plenitud. Una plenitud de la vida, un desbordamiento o desembocadura de afanes y de esfuerzos. Junio –hecho con las procesiones barrocas del Corpus, con frutas recién lavadas, con campos todavía verdes y espigas que amarillean, con fuentes aún tomadas por el canto del agua– es un mes sabio, siempre que coincidamos con Montaigne en que la prueba más clara de la sabiduría es una alegría continua: junio es el mes alegre, por excelencia. Una treintena de días para la alegría, para el olvido, para el apartamiento y la renuncia de la amargura.

Cada mes del año trae su carga de añoranzas, y junio nos devuelve casi intactas aquellas horas de la niñez en que apurábamos el curso, tocando con los dedos las vacaciones y el verano, escondidos detrás de las esquina de San Juan. Esta mañana un niño –ropa de verano, mochila a la espalda: ocho, nueve años, y toda la inocencia aún intacta– caminaba de la mano de su madre. Aún el amanecer tenía el rubor naranja que adorna el cielo cuando la luz descubre la desnudez de la noche; habían quedado los niños en la plaza irse de excursión. Y este niño de la mañana de junio me ha traído a la memoria aquella infancia mía, aquellos días de junio tan largos, aquellas excursiones que te devolvían derrengado a la casa, al anochecer, habiéndote hecho vivir aventuras casi idénticas a las que habitaban los libros de la Biblioteca Municipal. Al ver a ese niño, su gesto feliz y a la par sobrio, su ánimo dispuesto a la felicidad, he descubierto la importancia que junio tiene en nuestras vidas, la permanente llamada que junio implica para nuestra condición fugaz de hombres. Es imposible que al llegar junio no se estrene una felicidad remota, no se ascienda a un pasado luminoso y tan quebradizo como la propia condición de nuestras alegrías: junio es un mes que el calendario ha dispuesto para hacer mejores –para limpiar, para lavar, para peinar– los rostros de los días idos. Junio, desarruga el semblante de nuestro espíritu, nos estira por dentro, nos blanquea con racimos de celindas las bolsas moradas que las preocupaciones y las crisis y los desánimos han puesto debajo de nuestros ojos, hartos de mirar y de ver. Junio, de un salto mágico, nos transporta al niño que anida entre los pliegues de la edad que nos empuja hacia la muerte.

La vida: nos embarcamos, surcamos mares, atracamos, según Marco Aurelio. Junio: la dársena de la vida, el refugio de las tempestades, el amparo frente al vendaval. Desembarquemos.

(Publicado en IDEAL el 3 de junio de 2010)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

OTRO ARTÍCULO PRECIOSO, ENHORABUENA ES UN PLACER LEERTE

Anónimo dijo...

Manolo, qué maravilla de artículo. Comparto tu pasión por el mes de junio. He paladeado cada renglón, cuántas imágenes sobre los días de junio en las que me reconozco. Pura literatura. Enhorabuena.

Miguel Pasquau.

José Arias dijo...

Aunque muy de vez en cuando te lo expreso de viva voz, al leer este artículo me atrevo a decirte: ¡gracias por compartir tantos momentos juntos! Artículos como este me hacen reafirmarme en que sin esos momentos la vida no tendría esas vivencias que te hacen alegrarte por encima de esas otras que diariamente soportamos. Me sumo a lo expresado en los dos comentarios anteriores, eres pura literatura que colma muchas cosas al leerla.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Miguel, Pepe, me miráis con buenos ojos. Yo también os quiero mucho a vosotros.
Abrazos.