Los datos trimestrales indicaban que caminábamos hacia el abismo, pero el gobierno no hacía nada, negaba la evidencia y miraba hacia otro lado. Y los sindicatos callaban. Cada mes decenas de miles de españoles se quedaban en paro y mascaban solos el drama de su desesperación, pero el gobierno no hacía nada, negada la evidencia y miraba hacia otro lado. Y los sindicatos callaban. Todos los organismos internacionales avisaban de que era urgente reaccionar, tomas medidas para frenar la dramática dimensión que adquiría la crisis en España, pero el gobierno no hacía nada, negaba la evidencia y miraba hacia otro lado. Y los sindicatos callaban.
Se cerraban negocios, quebraban empresas, las familias no podían pagar sus hipotecas, pero el gobierno hablaba de desaceleración y los sindicatos mascaban sus subvenciones, serviles. Se decía que más de un millón de familias tenían a todos sus miembros en paro y que la pobreza infantil superaba en España el 20%, pero el gobierno regaba sus brotes verdes y los sindicatos seguían mascando sus subvenciones, rastreros. El prestigio internacional de España se revolcaba por los suelos, la deuda pública española corría el riesgo de ser tan creíble como la promesa de un político, Obama y los líderes europeos tienen que conjurarse para intervenir en la política económica de este país y obligar al ZP a hacer algo, pero el gobierno ya veía la luz al final del túnel y los sindicatos rumiaban sus subvenciones, paniaguados.
Y ahora, esos sindicatos que han amparado, consentido y bendecido durante casi tres años la política suicida de Rodríguez Zapatero, quieren que los funcionarios vayamos a la huelga. UGT y CC.OO. que, apresebradas en la cosa de la sopa boba, han permitido que se sucedieran los consejos de ministros sin que se tomasen medidas –mientras crecían la crisis y el desprestigio de España–, que han consentido que el consejo de ministros se encomendase cada viernes a Jesús de Medinaceli para ver si obraba el milagro imposible, que han consentido que la inactividad del gobierno nos abocara al plan de estabilización impuesto por los Estados Unidos y los socios europeos, UGT y CC.OO., decía, quieren ahora que vayamos a la huelga. Ja ja ja ja ja...
Pues no, yo no me voy a sumar a la huelga de la función pública del 8 de junio y ese día estaré en mi oficina cumpliendo con mi deber. Con el deber que le debo a los ciudadanos que pagan mi sueldo, a esos ciudadanos que lo están pasando mal, que están desmoralizados y asustados ante la creciente incertidumbre de un futuro cada día más negro por culpa de banqueros, políticos... y sindicalistas. Pero sobre todo con el deber moral que le debo a mi padre, jubilado al que le han congelado la pensión sin que los sindicatos digan nada, o con el deber moral que le debo a mis amigos en paro, de los que los sindicatos no se han acordado en todos estos meses. Y voy a trabajar porque esta huelga es un paripé si los sindicatos no extraen conclusiones políticas del plan de ajuste: si estuviesen convencidos de la perversidad de las medidas adoptadas por el Gobierno, pedirían la inmediata y necesaria dimisión del Presidente del Gobierno. Y, por supuesto, no voy a ser cómplice de una huelga patrocinada por la UGT porque la UGT lleva meses y meses bendiciendo la vulneración de los derechos de los funcionarios en la administración en la que yo trabajo. Cobraré un 5% menos y me apretaré el cinturón, pero mi dignidad no se la vendo a la UGT ni por todo el oro del mundo. Por todo eso, yo, no voy a la huelga el 8 de junio.
¿Era necesario hacer algo para frenar la dramática situación del país? Sin duda, y si se hubiera hecho en 2008 todo habría sido menos doloroso, menos traumático: todo habría sido más fácil si el gobierno, en lugar de hacer funambulismos populistas, se hubiese dedicado a gobernar. ¿Es sensato que los funcionarios colaboremos y nos sacrifiquemos por el bien de todos? Sin duda, aunque esta rebaja duela más porque la hace el gobierno que con su incompetencia manifiesta nos ha conducido a este callejón donde no queda ni un farol encendido, a esta oscuridad que nos asfixia, adoptando medidas solo cuando se lo han impuesto desde fuera gobiernos más lúcidos y asustados por la situación de España y por la incompetencia monumental de sus dirigentes. (Sí, ya sé que el gobierno no es responsable de la crisis: pero es responsable, sin justificaciones, de que la crisis haya alcanzado este nivel casi ingobernable y es responsable de decir un cosa y una hora después la contraria y al día siguiente vuelta a empezar.)
¿Huelga para qué? ¿Para justificar a Cándido Méndez y a Fernández Toxo? ¿Para dar por buenos sus silencios y su idilio con ZP? ¿Para que al día siguiente todo vuelva a ser igual entre gobierno y sindicatos? No, lo siento: conmigo que no cuenten para este patochada.
Para protestar contra el gobierno del abismo y contra los sindicatos consentidores y contra toda la casta política, yo trabajo el 8 de junio. Para pedir un cambio de rumbo político de 180 grados –aún sabiendo que cuando lleguen las elecciones, que llegarán, será metafísicamente imposible votar con esperanza o ilusión– yo trabajo el 8 de junio. Por solidaridad con los parados y los jubilados y las madres, por solidaridad con las familias, yo trabajo el 8 de junio. Por sentido del deber, por responsabilidad y por patriotismo, yo trabajo el 8 de junio. Y porque soy un funcionario decente y no un liberado sindical, yo trabajo el 8 de junio, aunque me hayan rebajado el sueldo cobardemente, con alevosía. Por dignidad y coherencia, yo trabajo el 8 de junio.
(Publicado en IDEAL en el día de hoy)
1 comentario:
Buen artículo, pero no sobran algunos matices:
España no tiene la culpa de lo que pasa en Grecia, ni de lo que pasa en Hungría. Tampoco de lo que pasa en Reino Unido. Ni de lo que pasa en Alemania (Merkel va a bajar el sueldo a los funcionarios, va a suprimir la ayuda a la natalidad, y va a subir el IVA). El gobierno sí tiene la culpa de haberse adherido, junto a todos los demás gobiernos europeos sin excepción, a una política "contable" de expansión del gasto como receta contra la recesión, que ahora hay que pagar. Y tiene la culpa (ahora sí, made in Spain) de haber agotado hasta el final la burbuja inmobiliaria para conseguir superávit en la anterior legislatura, y exhibirlo orgulloso como gallo de pelea.
Dicho eso, yo tampoco voy a la huelga, sobre todo porque me prometí a mi mismo que nunca haría uso de un derecho tan importante por cuestiones que fuesen de "bolsillo". Sólo haré huelga por motivos generales, y/o por solidaridad con cosas importantes. Sin embargo sí entiendo a los sindicatos: es lógico que protesten, frente a quien toca (aquí toca este gobierno, y tiene que asumirlo: basta ya de echar la culpa a la oposición) por el hecho en sí de que una crisis de la que no han tenido la culpa los trabajadores ni los funcionarios, tenga que causar merma y limitación de sus posiciones, derechos e ingresos. Entiendo que el mundo del trabajo ofrezca resistencia a las inercias del mercado especulativo.
Pero insisto: yo también voy a ir a trabajar el día 8, y seguramente también el día que convoquen huelga general.
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