sábado, 15 de mayo de 2010

SE ACABÓ LA FIESTA



Lo único bueno que tiene la realidad es que resulta incontestable: puesto cada uno delante de su propio espejo, la imagen de lo que se es rebota como un bofetón. Que duele más cuanto más tiempo se llevaba viendo de espaldas al mundo, sentado en un atajo de la historia a la espera de un milagro o una redención, o buscando mensajeros sobre los que hacer recaer la responsabilidad de los propios actos o de las omisiones cometidas. Casi parejas han sido las bofetadas recibidas por Rodríguez Zapatero y por Benedicto XVI, que llevan meses intentando el uno tapar la crisis que machaca a España y el otro los crímenes cometidos contra niños indefensos por cientos de sacerdotes y ocultados por decenas de obispos. Pero se acabó la fiesta y la realidad apagó las luces de la verbena: ya está cada uno –ya estamos todos– puestos delante del espejo. Y al presidente con cara de galán de feria tontiloco –feliz porque sale en una foto con Obama–, lo han obligado a tomar las decisiones que se negaba a tomar, y que duelen más precisamente porque lo que hace dos años hubiese sido mera cirugía ambulatoria hoy es una operación a vida o muerte. Y el Papa con rostro de funcionario siniestro de las alcantarillas vaticanas, que se frota las manos como el Burns de los Simpson, ha tenido que reconocer que la Iglesia no está perseguida por ningún enemigo, sino corroída por sus propios pecados y que el perdón no libra de la justicia, aunque todavía le falta colaborar con las autoridades entregando a los curas que abusaron de los niños y a los obispos que, conociendo el terrible delito, los protegieron.

Sí, se acabó la fiesta: para el Presidente del Gobierno, para el Papa. Para todos. Porque pensábamos que la felicidad era este acumular, este eludir preguntas o responsabilidades, este mirar hacia otro lado que podía mantenerse mientras la despensa estuviese llena, aunque fuese de cosas inútiles. Pero la fiesta ha terminado y sobre los papeles arrugados del escenario nos encontramos sentada –borracha y llorosa– la imagen de esa falsa felicidad. Derrotada, con nuestras viejas esperanzas olvidadas en el fondo de su bolso de cartón. El espejo nos ha agarrado por las solapas y nos ha puesto delante de él, para abofetearnos, a manos llenas. Para que despertemos: para que veamos que murió la socialdemocracia y que la cornada del catolicismo es casi mortal, para que entendamos que son necesarios otros discursos y otros hombres, otros políticos y otros pontífices, para que exijamos elecciones o concilios, pero sobre todo para que descubramos de una vez que hay que inventar otra manera de ser felices. Con menos cosas, pero con cosas más importantes: con el pan nuestro de cada día. Bebiendo el hoy con menos preocupaciones por el mañana. Ser felices con lo poco, para que podamos apartar de nuestras vidas tantas cosas como nos impedían la felicidad real.

Ha llegado la realidad. Y nos sentimos estafados, embargados por la ira. (Estaba buscando palabras para esta rabia, pero es imposible encontrarlas desde la certeza de que lo único que nos queda es la lucha por la supervivencia. En realidad, yo no sé por qué estoy escribiendo, porque se acabó la fiesta y se oye en el horizonte el tuntún de los tambores de batalla. ¿Qué será, mañana, de la felicidad?)

(Publicado en IDEAL el 14 de mayo de 2010)

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