De verdad, creer en lo público se está convirtiendo en algo no ya difícil sino directamente heroico. Aunque había prometido hablarles de la desfachatez de lo privado a raíz de un problema con el BBVA –ya volveré sobre eso– hoy toca volver a la desvergüenza de lo público, y esta vez nada menos que en aquello que más sagrado debería ser, o sea, relativo a los que tienen el encargo moral y profesional de defender a los ciudadanos. Y es que hoy he vivido en mis carnes la falta de respeto con la que un policía nacional puede tratar a ciudadanos medianamente decentes. Les cuento, brevemente.
Esta mañana me ha recogido en la puerta del Ayuntamiento mi amigo Cristóbal, popularmente conocido como El Rano, ejemplar trabajador municipal. Íbamos a subir al Recinto Ferial para arreglar diversos problemas y echar una ojeada. Al pasar por la Plaza de Santa María le he comentado que habría que hablar con la empresa encargada de las obras en dicho lugar para que cambie a otro sitio la caseta de personal que ahora está puesta junto al Ayuntamiento, para dejar ese espacio despejado de cara a las actividades de Feria. Al pasar por delante del Parador de Turismo ha parado el vehículo unos segundos, los justos para decirle a un operario de la obra que había que cambiar la caseta, que el Alcalde ya lo sabía, yo le he dicho que era para la Feria y el hombre ha dicho que hablaría con su encargado. Esa ha sido toda la conversación: cuarenta, cincuenta segundos.
Mientras esto tenía lugar había detrás del coche de Cristóbal un coche de la Policía Nacional que, cuando hemos continuado la marcha, nos ha ordenado que nos parásemos. En ese momento, el agente –joven, con bastante poca educación y en actitud chulesca– se ha dirigido a Cristóbal, le ha exigido que se identificase y al no llevar encima su DNI le ha pedido la documentación del coche. Por más que hemos intentado explicarle que estábamos trabajando, que nos esperaban en el Ferial, que nos hemos detenido a penas unos segundos, no ha habido manera: con voz cortante me ha mandado callar y ha dicho que hemos obstaculizado el tráfico y vulnerado los derechos de los vehículos que iban detrás, y que no hemos permitido el paso de un vehículo de la autoridad que nos ha pitado. Os juro que no hemos oído los pitidos: no decimos que no hayan existido, simplemente no los hemos oído, o sólo hemos oído el que se supone ha sido el último, el realizado mientras pedían el alto. Bueno, pues ninguna de estas razones le han servido al tipo, que ha seguido a lo suyo mientras yo hablaba con sus superiores en la Comisaría o mientras desde la Alcaldía hacían gestiones para frenar el desaguisado.
Al final, el valiente policía ha avisado a la Policía Local, teniendo Cristóbal la mala suerte de que no acudiesen dos compañeros nuestros con capacidad de comprensión y de compañerismo sino dos calcos del nacional, que han terminado la conversación diciendo que cuando un policía se comporta así algo habríamos hecho. Ni los testimonios de los obreros que había delante de El Salvador los han podido convencer de que nosotros decíamos la verdad. Los compañeros de la Local sensatos han llegado un poco después, y ya no han podido hacer nada para salvar la situación.
Más allá de lo triste que es para un par de trabajadores verse implicados en un asunto, mal asunto, en el que intervienen dos policías nacionales, dos responsables de la Comisaría y cuatro policías locales, algo que ni para los peores delincuentes se ha visto en Úbeda, lo verdaderamente patético es que seguramente los policías nacionales que han gallardos han sido con dos ciudadanos normales y corrientes son los mismos que luego, y por ejemplo, no se atreven a parar a los famosos pikikis cuando van con sus coches sin respetar señales, insultando a los ciudadanos, sin ningún papel o evidentemente bebidos. O los mismos que recomiendan a los padres que bajan a la Comisaría a denunciar que un pikiki ha amenazado o golpeado a su hijo, que se de la vuelta y que ni se complica la vida él ni mucho menos se la complique a los policías. En realidad es imposible creer en esto público que consiste en descargar toda su potencia sobre los ciudadanos decentes y en acobardarse ante los matones. Creo que si el domingo hubiese elecciones, como hay en Alemania, votaría a quien propusiese dinamitar lo público y privatizarlo hasta las fuerzas armadas: creer en lo público es de héroes, y yo no he tenido vocación de héroe.
PD. Lo anterior no significa que no haya, que los hay (en la misma Comisaría de Úbeda los hay, los responsables de la Comisaría –Miranda, Lomas– lo son) policías locales y nacionales ejemplares, serviciales, educados y comprensivos. Significa que hoy hemos tenido mala suerte y nos ha tocado uno que se parece mucho al médico del que un día hablamos en este Camino.
3 comentarios:
Me resulta incomprensible, intolerable, subrealista y, lamentablemente, real como la vida misma.
Quizá olvidan estos "agentes de la autoridad" que están al servicio de los ciudadanos y que su cometido no es el de ser más "flamencos" por llevar pistola o ser policía. ¡Qué equivocación más penosa!
Hace unos años me pasó a mi un caso similar y que denota la falta de vocación de individuos que actúan de esta guisa.
En mi caso todo ocurrió cuando avanzaba por una cuesta, aquí en Jaén, y cuando estaba en mitad de la misma, asoma por la parte superior otro vehículo. La estrechez de la calle sólo permite el paso de un vehículo.
En lugar de este coche dejarme pasar, avanza y hace que me detenga a casi en todo lo alto de la cuesta. Se baja un hombre de lado del acompañante, se dirige a mi coche y me hace gestos para que baje la ventanilla. Saca la cartera y me muestra una identificación oficial del ejercito y de la guardia civil (puesto que tienen ambos carnes). Y me dice que he obstaculizado a su vehículo. Toma ya!! yo que voy por mitad de la cuesta y obstaculizo a un vehículo que aun no había asomado.
Le rebato que según me enseñaron en la autoescuela, en una cuesta y ante la ausencia de señales, la preferencia la tiene le vehículo que asciende, cosa que me dice se pasa por aquel sitio.
Después de esto, le hace un gesto a la conductora de su vehículo para que se aparte y cuando paso, veo como toma nota de mi matricula. Acto seguido, paro a la altura de su coche, y me bajo para tomar yo la matrícula del suyo, cosa que me recrimina. Entonces, le hago saber que hago lo mismo que el, y me dice que tendré noticias.
Por suerte, hasta fecha de hoy - y de esto hace más de 4 años - no he sabido nada de ese individuo, y en la guantera del coche creo que aun sigue el papel con la matricula que anoté.
Lamentable pero cierto. Y este abuso y coacción es más habitual de lo que sería deseable y de lo que creemos.
¡Vaya rachita llevas tu con lo público!
Un fuerte abrazo desde los jaenes.
Parece que a algunos el uniforme les altera la sesera y se dedican a darle caña al ciudadano y a quitarse la gorra ante los delincuentes, muy educados ellos. Pero lo mejor es lo que vi anoche, para alucinar: dejé a mi hijo y a mi mujer en casa, después de estar en la Feria, me fuí a echar un ojo al espectáculo de teatro y al volver a casa me paré en el bocata a comprar un par de bocadillos para cenar. Cuando salía con mi bolsa camino de casa vi como bajaba por la calle Cronista Pasquau un coche de la Policía Nacional, circulando realmente lento. Al llegar a la altura del bocata, se paró en medio de la calle (tal y como nos paramos el día de marras Cristóbal y yo) y el mismo policía que se encaró con nosotros se bajó tranquilamente del coche y cuando yo torcía la esquina para salir a la Avenida de la Constitución me pareció ver que entraba en el bocata. El coche, claro, seguía en medio de la calle. Se ve que en este caso sí estaba permitido. Ver para creer, pero sucedió tal y como lo cuento.
Lo cierto es que la salud de lo público es preocupante: la sanidad vuelve a dar un ejemplo perfecto de lo que pasa, pues mientras la casta política dice a bombo y platillo que la sanidad española es la mejor del mundo, un informe europeo independiente nos sitúa en el puesto 33 de Europa, a la altura de los países del Este y denuncia las gravísimas carencias del sistema sanitario español, en el que el paciente es el último mono y su salud lo que menos importa.
Saludos, Pedro, y cuidadín con los uniformados.
Así nos vá. Todos hemos sufrido por tener que soportar la impotencia de lo injusto. Creo que no se puede hacer nada. De vez en cuando se mejora la actitud de todos los prepotentes, cuando alguien con güevos y sin pensarlo le planta (en la)cara a esta y otras "gentes". Es triste, pero estamos viendo que impera la ley del mas fuerte (y/o cabrón).
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