lunes, 14 de septiembre de 2009

QUÉ DIFÍCIL CREER EN LO PÚBLICO



Desde siempre he sido un convencido de las virtudes de lo público, sobre todo de la virtud que lo público tiene como instrumento para la igualdad entre los ciudadanos, que es, no lo olvidemos, el soporte fundamental de la ciudadanía. Y sin embargo, las últimas semanas están haciendo que se tambaleen estas convicciones mías, que tan bien paradas salieron cuando nació mi hijo y el trato que recibieron mi mujer y mi Manuel por el personal sanitario de la Maternidad de Úbeda fue encantador.

Les cuento.

En primer lugar esta el tema de la seguridad ciudadana en Úbeda, que hasta hace unos meses era una ciudad tranquila y relativamente segura. Pues resulta que ya no lo es, que un grupo de matones que mi amigo Alberto ha denominado humorísticamente como de “los picachus” ha tomado la ciudad y se han apropiado de las calles. ¿Puede haber ciudadanía cuando las calles están tomadas unos cuantos que imponen su norma y su violencia y el Estado ha desaparece y renuncia, pecando de omisión, a imponer el imperio de la ley y la salvaguarda de los derechos de los ciudadanos? No, no puede haber ciudadanía y además es difícil conservar la fe en lo público, sobre todo en algo tan esencialmente público como la seguridad ciudadana, que de manera tan radical compete al Estado democrático (máxima expresión de lo público), cuando vemos día sí día también que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado están ausentes en la protección de los ciudadanos ubetenses, que la Subdelegación del Gobierno no quiere saber nada de este tema y que los jueces se pasan la tranquilidad de los ubetenses por el forro de sus togas. Tranquilidad que, por cierto, bien se encargaron de garantizar con un despliegue policial sin precedentes hace unas semanas cuando algunos de los criminales que han impuesto su ley de la selva en Úbeda fueron juzgados en la Audiencia Provincial por asesinato: al fin y al cabo se trataba de la seguridad de los jueces y fiscales, ciudadanos de primera, y con eso no se juega y para garantizar eso sí hay policía y guardia civil y la guardia mora de Franco si hace falta.

En segundo lugar está el tema de la sanidad pública, donde mantener las convicciones en la virtud de lo público es algo que ponen más difícil cada día los supuestos profesionales de la sanidad. Ya sé que hay personas de extraordinaria valía y de comportamiento ejemplar dentro de la sanidad pública (podría dar nombres que lo atestiguan), pero no menos cierto es que otras muchas personas (que por sus responsabilidades gravísimas sobre la salud de los ciudadanos deberían prestar especial cuidado en su trabajo) están adocenadas en el escaqueo, la molicie y el pasotismo.

Yo –que soy funcionario– conozco bien lo que es la inoperancia de lo público y las difíciles condiciones en las que muchas veces tenemos que realizar nuestro trabajo y la extensión del número de vagos entre las filas de empleados públicos. Y yo, que con moderada satisfacción puedo decir que casi nunca he pecado, como funcionario, de desinterés, escaqueo o similares (he trabajado con trece grapas en la barriga, con fiebre o el día que enterraron a mi abuelo o a mi suegro), comprendo también la injusticia que supone, dentro de lo público, que no se cobre más por trabajar más o por mostrar más interés o más iniciativa, sino por lamer más culos. Y yo reconozco que es una injusticia que cobren lo mismo el médico o el enfermero que se preocupan por sus pacientes que los que pasan de ellos y van a firmar y a charlar con el compañero. Pero dicho esto, también estoy convencido de que nada de esto, ningún agravio comparativo, ningún desinterés manifiesto de la casta política por la sanidad pública o por lo público en su conjunto (no olvidemos que los políticos españoles, a imitación de los italianos, consideran los público como un simple brazo ejecutor de sus traperías), ningún servilismo de los gerentes de los hospitales y directores de la zona de salud hacia sus caciques políticos, nada justifica las penosas situaciones que este verano me ha tocado padecer en la sanidad pública: allí no se juega con una cabalgata, con un certificado de empadronamiento o con un papel cualquiera, allí se tiene en las manos la salud de la gente, su vida, sus miedos ante el dolor o, peor todavía, ante el dolor de sus hijos.

Ya he comentado en este blog la patética situación de una tía mía, gravemente enferma de las cuerdas vocales a la que a principios de julio le dijeron que era urgente operarla para evitar que se asfixie. No he contado que la iban a operar el 13 de agosto y que el señor que tenía que ponerle la anestesia dijo que no, porque tenía unos supuestos problemas de corazón que ningún cardiólogo ha visto después, claro. Y no he contado que al final, la operación urgente se va a realizar (salvo nuevo capricho médico) el 23 de septiembre, casi tres meses después. Tampoco he contado la penosa situación que pude ver el viernes pasado en el ambulatorio de Úbeda, cuando fui a que me pinchasen y tuve que esperar casi tres cuartos de hora. Y es que resulta que había un joven ATS atendiendo los pinchazos, las curas, los análisis de orina, los test de embarazo y los niños a los que había que darle puntos, mientras otros catorce personajes con bata o uniforme sanitario (yo conté catorce, lo que no significa que no hubiese más), se dedicaban a dar vueltas de un lado a otro, a mover papeles, a charlar de sus cosas o a fumarse un cigarrillo en la puerta, sin inmutarse ni ofrecerse a echar una mano a su compañero ni siquiera cuando llegó una niña sangrando por la frente con una brecha considerable.

Ayer estrenaron en televisión una de esas series estúpidas que precisamente por ser estúpidas retratan tan bien la realidad española. En ella se veía a un grupo de médicos, enfermeros y similares charlando delante de una máquina de café y discutiendo si la tortilla española lleva cebolla o no como añadido a las patatas (a mí, lo aclaro de paso, me gusta más con su chispa de cebolla), mientras una mujer salía a pedir auxilio porque su marido se retorcía de dolor. Los sanitarios, claro, le decían que no molestase, que aguantase, que esperase... ¿A que les suena?

Cada vez estoy más convencido de que en este país aún hay todavía mucho por hacer y mucho que cambiar (sobre todo esa devastadora autosatisfacción y regocijo que a los españoles nos causan cosas tan graciosas como que los quirófanos se cierren todo un verano y que justificamos sonrientes con el “es que España es así”) y que, pese al triunfalismo de los discursos oficiales, algo grave, muy grave, nos pasa, cuando mantienen toda su actualidad los artículos que Larra escribió hace un siglo y medio o las reflexiones de Joaquín Costa sobre el caciquismo. En estas condiciones, mantener la fe en lo público es difícil, muy difícil: ganas de dan de pasarse al bando de los buitres que preconizan la privatización y el consiguiente sálvese quien pueda... pagar. Y pese a todo hay que amarrarse a lo público y exigir su ineludible reforma para mejorarlo, sobre todo porque les garantizo que lo privado no es garantía de calidad. Un día de estos les contaré la aventura (propia del país de Mortadelo y Filemón) que mi mujer y yo hemos vivido este verano con el BBVA.

3 comentarios:

Pedro Ángel dijo...

Buena reflexión Manolo, a la que yo también añadiría la de la injusta justicia española, a la que hay veces que por más que lo intento no llego a comprender. Y no es porque haga falta tener estudios sobre derecho, ¡qué va! Es que aplicando un mínimo de razón y lógica, las cosas caen por su propio peso. Pero como tu bien dices, aquí todo se arregla con "España es diferente".

Un fuerte abrazo desde los jaenes

Manuel Madrid Delgado dijo...

Es que los palos del sombrajo de la confianza en lo público se va cayendo conforme uno trata con los diversos aspectos de la administración. La sanidad española es la mejor del mundo mundial, a condición, claro, de que no te toque ser su usuario, porque vas a la sanidad y se te descascarilla la confianza en lo público. La seguridad ciudadana en España en general y en Úbeda en particular es más segura que en la acera de la Casa Blanca, a condición, claro, de que no toquemos el tema de los picachus, por lo que uno se topa con este tema y otro golpe que se lleva su convicción de las virtudes de lo público. Como, por suerte, no he tenido que topármelas nunca con la justicia, pues hasta ahora mi confianza en lo público se supone que debería estar intacta en ese sentido, aunque ciertamente no es así, porque estoy contigo en que donde quizás más disparates se cometan en este país sea en la cosa de la justicia. Por cierto: la culpa aquí no es tanto de los jueces como de los lumbreras que redactan las leyes, sobre todos las leyes penales.
Un saludo.

Javier dijo...

Manolo cuenta lo del BBVA, que me interesa, que yo tambien estoy en ese banco, bueno en la Caja Postal que fue absorvida y luego fusionada y mas tarde privatizada, y al final uno no sabe ni el tipo de cuenta que tiene ni las condiciones que te imponen hasta que te tocan los cojones con las comisiones y vas a protestar... en fin, lo que nos pasa a los que no tenemos un duro!