De los polvos levantados por la LOGSE vienen los lodos que exigen que los profesores y los maestros se vean convertidos en agentes de la autoridad, como un guardia civil. El gobierno de Esperanza Aguirre –por otra parte tan preocupado por mandar al garete lo público– ha aprobado una norma así, que es bien recibida por casi todos los sectores implicados en lo de la educación. Con la norma madrileña aflora el malestar generado por las sucesivas leyes educativas y los gobiernos de todos los colores, que han convertido la educación española en la peor del mundo occidental, amén de haber transformado los institutos –sobre todo los institutos– en espacios donde impera la ley del matón, que suele ser el más vago, el que está en la escuela sin querer estar, el que ni come ni deja, el que ni aprende ni deja que se aprenda o se enseñe, el más protegido por el sistema, las leyes, los políticos y los dichosos pedagogos, que nunca han pisado un aula pero que con sus teorías peregrinas han dejado la educación más raspada que la vergüenza de un banquero.
Ya el Panfleto antipedagógico de Ricardo Moreno –convertido en evangelio de los que consideramos la educación como el bien más fundamental– puso de relieve el drama de la educación en España, sobre todo el drama y calvario por el que atraviesan los chavales que van a la escuela a aprender y los profesores que aman su trabajo, y que se encuentran machacados por el matonismo impuesto por algunos alumnos, mimados por la ley, los consejos escolares y las asociaciones de padres. Ahora, los sucesos de Pozuelo –ya saben: masas de jóvenes pijos, sin ideas ni valores, que destruyen por destruir en una orgía del nihilismo absoluto– nos enseñan que en realidad el problema son los mismos padres. Todos vimos, estupefactos, al papá del niño bien que acudía encorbatado y muy enfadado al juzgado: enfadado no contra su niño –que según parece había incendiado coches y linchado policías o había intentado asaltar una comisaría– sino enfadado contra las autoridades que habían detenido a su criatura que, por supuesto, no había hecho nada y al que le pilló la refriega sacándose un moco o comiendo pipas, supongo. O sea, que el mensaje que se manda a los jóvenes –los padres lo llevan lanzando hace mucho tiempo, y eso es triste– es que pueden hacer lo que quieran, porque papi y mami siempre estarán a su lado, aunque su lado sea el de los hijosdeputa y los chulos.
¿Indisciplina en la aulas? ¿Insultos, amenazas, agresiones...? Sí, y detrás un alumnado profundamente analfabeto por muchos exámenes –fáciles, fáciles– que apruebe. Ahora, para rebajar el nivel todavía más, se anuncia una selectividad nueva, pero yo creo que lo correcto para ahorrar suspensos y traumas sería que al inscribir a los hijos en el Registro Civil se pudiese elegir el título universitario: “para mi nene uno de Medicina, para mi niña una Ingeniería de Caminos...”. Supongo que con esto sí estarán de acuerdo los progres de la CEAPA que no quieren que haya autoridad en las aulas, no sea que sus nenes se traumaticen, anjalicos.
(Publicado en Diario IDEAL el día 24 de septiembre de 2009)
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