Uno de los grandes debates de los últimos meses viene siendo el de la memoria histórica. Pero como todo en este pobre país de miserables, este debate no se basará en argumentos de altura sino en el navajeo político más típicamente español. Y así, pudiera ser que la memoria histórica acabe convertida en un nuevo arrojarnos muertos desde el españolísimo “…y tú más”.
¿Tiene sentido “remover” los muertos de la Guerra Civil? Sí, lo tiene. Estoy absolutamente convencido de ello. Pero resulta que remover los esqueletos no puede ser llegar a la conclusión de que fueron buenos todos los de un bando y malos los del otro. Triste camino habríamos recorrido para llegar a ese puerto: ha llegado la hora de que este país nuestro reconozca que en la retaguardia republicana se asesinó a auténticos criminales que amasaron su riqueza sobre el hambre y la miseria y la humillación y la represión de los campesinos o los obreros… pero también a hombres buenos que no tenían más delito que el de ser cofrades o católicos; y ha llegado la hora de reconocer que no todos los fusilados por Franco fueron demócratas y liberales –¿qué democracia defendían los stalinistas del PCE?– y que entre tanto fusilado y torturado los había que cometieron auténticas aberraciones durante la guerra. Aún así, los fusilamientos masivos de los franquistas son una aberración. Pero reconocer que ante los pelotones de Franco cayeron justos y también viles nos ayuda a entender que la recuperación de la memoria debe basarse en dos premisas fundamentales: que la democracia española no puede proceder a una “beatificación” masiva de los fusilados por los vencedores de la guerra, como si entre ellos no hubiera habido monstruos similares a algunos de los fusilados por los “rojos”; y que es una cuestión de justicia y de dignidad que los fondos públicos ayuden a las familias –a los hijos, a los nietos– a recuperar los restos de sus muertos para enterrarlos dignamente, con independencia de cuál fuese su comportamiento durante aquellos años de plomo.
La memoria también nos lleva a 1939: en medio de tanto dolor, hubo Feria en Úbeda. Y resulta que mirar hacia aquel año y aquella Feria ayuda a comprender la difícil situación que se vivía en una España devastada en la que los administradores de la victoria querían también administrar venganzas. Viajemos pues, brevemente, a aquella Feria del Año de la Victoria.
Desde el 1 de abril de 1939 comenzó la nueva España a cobrarse víctimas en Úbeda. Nos cuenta Juana López Manjón que asentadas ya las nuevas autoridades, a las clases trabajadoras se les cerraron los hornos y que, cada amanecer, se paseaban los falangistas por las calles con grandes cestos llenos de pan caliente: el que quería pan tenía que denunciar. Denunciar a los maestros de escuela, a los afiliados a partidos republicanos y obreros o a los sindicatos. El pan se convirtió en una herramienta política y en la Feria de 1939 –llena de procesiones, desfiles militares y misas– no figuró el reparto de pan entre los pobres como una de las atracciones, algo que volvería a ser normal a partir de 1940 y hasta mediados los años cincuenta. Pero en 1939 el pan y el hambre eran instrumentos de presión sobre los vencidos, que eran los pobres.
Desde abril hasta el inicio de la Feria fueron asesinadas en Úbeda 43 personas: 21 ubetenses y 22 forasteros, obreros de Sabiote, Torreperogil o Rus traídos a la cárcel de Úbeda y allí torturados, golpeados y luego, si sobrevivían, fusilados en las tapias del cementerio. Cuentan que la Casa del Jodeño estaba llena hasta los topes de presos; los calabozos de las antiguas Carnicerías también. Y cuentan que uno de esos presos –un joven– saltó desde la Torre del Reloj desesperado, porque era incapaz de resistir una nueva sesión de tortura. Cuentan, cuentan…
Pero, ¿qué cuentan de aquella primera Feria en que volvieron banderas victoriosas? Para la Feria de 1939 el Ayuntamiento editó un programa de auténtico lujo, con cuarenta páginas, lleno de anuncios y de textos de las nuevas autoridades de la ciudad. Un documento excepcional para comprobar lo que pasaba en la ciudad y para penetrar en muchos de los significados profundos del enfrentamiento entre españoles. ¿Qué fue la Guerra Civil?, ¿un enfrentamiento entre izquierdas y derechas?, ¿entre ricos y pobres?, ¿entre católicos y ateos?, ¿entre fascistas y comunistas?… La moderna historiografía señala como línea básica para entender el conflicto el enfrentamiento entre clases sociales, tronco desde el que ramifican los otros enfrentamientos. Y leer el Programa de la Feria de San Miguel de 1939 no hace sino abundar este convencimiento: es un programa de y para las clases medias y altas que habían ganado la guerra. No es un programa para los derrotados y aunque estos posiblemente no llegaran ni a tener el librito de Feria en sus manos, los mensajes que los vencedores les hacían llegar a través de sus páginas eran claros como el agua… y descorazonadores.
Pascual Iniesta Quintero –a la sazón Jefe Local de Falange– habla de la obra de Franco y dice que no habrá hambrientos ni hogares llenos de zozobra e incertidumbre. Pero dice también que “unos no habrán hecho más que pagar a la Justicia el tributo que le debían”: son los fusilados. Fusilados, sí, los que asaltaron la cárcel y asesinaron en julio de 1936, y los que pasearon a las gentes de derechas –¿no había entre estos quienes también debían “tributo” a la justicia y a la dignidad del hombre?– y los que torturaron a los curas y los que quemaron las iglesias. Pero fusilados también hombres honrados que no habían cometido más crimen que el de creer en una España democrática, liberal, europea, laica.
A continuación, José Mourille López habla de una Úbeda “animosa y optimista”. Pero mucho nos tememos que en aquellos meses terribles al menos la mitad de Úbeda no podría celebrar la Feria con los ingredientes recetados por Mourille. Porque muchas familias tenían a los padres o a los hijos o a los hermanos presos –también a las madres o a las hijas: al menos dos mujeres fueron asesinadas en 1939–. Porque muchas familias no sabían dónde estaban sus seres queridos, si más allá de la frontera con Francia o en los montes –escondidos– o en los hospitales o en los campos de concentración del franquismo. Porque si el pan era un artículo de lujo para jornaleros y albañiles y canteros, ¡cuánto más lo serían los juguetes y los carruseles de la Feria!
Andrés Arias Bordés, el Secretario Local de Falange, reconoce que hay heridas abiertas, pero aventura que para la Feria, Úbeda “sabrá dar rienda suelta a sus alegrías”. ¿Úbeda?, ¿qué Úbeda? La mitad de Úbeda, la de los ganadores que se negaban a cerrar heridas, por más que en un texto sangrante Enrique Puyol Casado, diga que Úbeda “ciudad católica y noble quiere olvidar con un gesto de perdón las heridas –aún sin cicatrizar– con que desgarraron sus carnes y su alma unos hombres sin corazón que no eran sus hijos aunque en ella nacieran”. ¿Es necesaria más claridad? ¿Puede expulsarse más nítidamente del patrimonio ético de una ciudad a los que tienen ideas distintas? No quedaba hueco en la Úbeda de 1939 para los derrotados.
Ya hemos dicho que la programación de aquella Feria fue la viva imagen del bando vencedor: procesiones de la Virgen de Guadalupe y San Miguel y de la Virgen del Rosario, misa de campaña con juramento de la bandera por parte de los falangistas ubetenses, conciertos de bandas militares… e iluminaciones y toros y cucañas y marionetas. Y fuentes de vino que se instalaron –ya se habían instalado por ver primera en la Plaza de Toledo en 1833, cuando subió al trono Isabel II– en la Gradeta y el Patio de Santo Tomás, en el Altozano y en la Fuente de la Mandrona. Y allí, en ellas, escondidos de los vencedores, podrían los “rojos” beber del chorro rojo para ahogar sus penas y sus miedos. Tal vez las fuentes de vino fueron las únicas atracciones de que disfrutaron los pobres en la Feria de 1939: a falta de pan, bueno debió ser el vino peleón. Porque después de la Feria siguieron los fusilamientos, durante muchos años: hasta que 19 de noviembre de 1946 fusilaron al último ubetense. Fue en la tapia del cementerio de Jaén. Tenía 38 años y era campesino. Se llama Nicolás Hortal Ortiz.
(Publicado en Diario IDEAL –Especial Feria de San Miguel– el 29 de septiembre de 2008)
¿Tiene sentido “remover” los muertos de la Guerra Civil? Sí, lo tiene. Estoy absolutamente convencido de ello. Pero resulta que remover los esqueletos no puede ser llegar a la conclusión de que fueron buenos todos los de un bando y malos los del otro. Triste camino habríamos recorrido para llegar a ese puerto: ha llegado la hora de que este país nuestro reconozca que en la retaguardia republicana se asesinó a auténticos criminales que amasaron su riqueza sobre el hambre y la miseria y la humillación y la represión de los campesinos o los obreros… pero también a hombres buenos que no tenían más delito que el de ser cofrades o católicos; y ha llegado la hora de reconocer que no todos los fusilados por Franco fueron demócratas y liberales –¿qué democracia defendían los stalinistas del PCE?– y que entre tanto fusilado y torturado los había que cometieron auténticas aberraciones durante la guerra. Aún así, los fusilamientos masivos de los franquistas son una aberración. Pero reconocer que ante los pelotones de Franco cayeron justos y también viles nos ayuda a entender que la recuperación de la memoria debe basarse en dos premisas fundamentales: que la democracia española no puede proceder a una “beatificación” masiva de los fusilados por los vencedores de la guerra, como si entre ellos no hubiera habido monstruos similares a algunos de los fusilados por los “rojos”; y que es una cuestión de justicia y de dignidad que los fondos públicos ayuden a las familias –a los hijos, a los nietos– a recuperar los restos de sus muertos para enterrarlos dignamente, con independencia de cuál fuese su comportamiento durante aquellos años de plomo.
La memoria también nos lleva a 1939: en medio de tanto dolor, hubo Feria en Úbeda. Y resulta que mirar hacia aquel año y aquella Feria ayuda a comprender la difícil situación que se vivía en una España devastada en la que los administradores de la victoria querían también administrar venganzas. Viajemos pues, brevemente, a aquella Feria del Año de la Victoria.
Desde el 1 de abril de 1939 comenzó la nueva España a cobrarse víctimas en Úbeda. Nos cuenta Juana López Manjón que asentadas ya las nuevas autoridades, a las clases trabajadoras se les cerraron los hornos y que, cada amanecer, se paseaban los falangistas por las calles con grandes cestos llenos de pan caliente: el que quería pan tenía que denunciar. Denunciar a los maestros de escuela, a los afiliados a partidos republicanos y obreros o a los sindicatos. El pan se convirtió en una herramienta política y en la Feria de 1939 –llena de procesiones, desfiles militares y misas– no figuró el reparto de pan entre los pobres como una de las atracciones, algo que volvería a ser normal a partir de 1940 y hasta mediados los años cincuenta. Pero en 1939 el pan y el hambre eran instrumentos de presión sobre los vencidos, que eran los pobres.
Desde abril hasta el inicio de la Feria fueron asesinadas en Úbeda 43 personas: 21 ubetenses y 22 forasteros, obreros de Sabiote, Torreperogil o Rus traídos a la cárcel de Úbeda y allí torturados, golpeados y luego, si sobrevivían, fusilados en las tapias del cementerio. Cuentan que la Casa del Jodeño estaba llena hasta los topes de presos; los calabozos de las antiguas Carnicerías también. Y cuentan que uno de esos presos –un joven– saltó desde la Torre del Reloj desesperado, porque era incapaz de resistir una nueva sesión de tortura. Cuentan, cuentan…
Pero, ¿qué cuentan de aquella primera Feria en que volvieron banderas victoriosas? Para la Feria de 1939 el Ayuntamiento editó un programa de auténtico lujo, con cuarenta páginas, lleno de anuncios y de textos de las nuevas autoridades de la ciudad. Un documento excepcional para comprobar lo que pasaba en la ciudad y para penetrar en muchos de los significados profundos del enfrentamiento entre españoles. ¿Qué fue la Guerra Civil?, ¿un enfrentamiento entre izquierdas y derechas?, ¿entre ricos y pobres?, ¿entre católicos y ateos?, ¿entre fascistas y comunistas?… La moderna historiografía señala como línea básica para entender el conflicto el enfrentamiento entre clases sociales, tronco desde el que ramifican los otros enfrentamientos. Y leer el Programa de la Feria de San Miguel de 1939 no hace sino abundar este convencimiento: es un programa de y para las clases medias y altas que habían ganado la guerra. No es un programa para los derrotados y aunque estos posiblemente no llegaran ni a tener el librito de Feria en sus manos, los mensajes que los vencedores les hacían llegar a través de sus páginas eran claros como el agua… y descorazonadores.
Pascual Iniesta Quintero –a la sazón Jefe Local de Falange– habla de la obra de Franco y dice que no habrá hambrientos ni hogares llenos de zozobra e incertidumbre. Pero dice también que “unos no habrán hecho más que pagar a la Justicia el tributo que le debían”: son los fusilados. Fusilados, sí, los que asaltaron la cárcel y asesinaron en julio de 1936, y los que pasearon a las gentes de derechas –¿no había entre estos quienes también debían “tributo” a la justicia y a la dignidad del hombre?– y los que torturaron a los curas y los que quemaron las iglesias. Pero fusilados también hombres honrados que no habían cometido más crimen que el de creer en una España democrática, liberal, europea, laica.
A continuación, José Mourille López habla de una Úbeda “animosa y optimista”. Pero mucho nos tememos que en aquellos meses terribles al menos la mitad de Úbeda no podría celebrar la Feria con los ingredientes recetados por Mourille. Porque muchas familias tenían a los padres o a los hijos o a los hermanos presos –también a las madres o a las hijas: al menos dos mujeres fueron asesinadas en 1939–. Porque muchas familias no sabían dónde estaban sus seres queridos, si más allá de la frontera con Francia o en los montes –escondidos– o en los hospitales o en los campos de concentración del franquismo. Porque si el pan era un artículo de lujo para jornaleros y albañiles y canteros, ¡cuánto más lo serían los juguetes y los carruseles de la Feria!
Andrés Arias Bordés, el Secretario Local de Falange, reconoce que hay heridas abiertas, pero aventura que para la Feria, Úbeda “sabrá dar rienda suelta a sus alegrías”. ¿Úbeda?, ¿qué Úbeda? La mitad de Úbeda, la de los ganadores que se negaban a cerrar heridas, por más que en un texto sangrante Enrique Puyol Casado, diga que Úbeda “ciudad católica y noble quiere olvidar con un gesto de perdón las heridas –aún sin cicatrizar– con que desgarraron sus carnes y su alma unos hombres sin corazón que no eran sus hijos aunque en ella nacieran”. ¿Es necesaria más claridad? ¿Puede expulsarse más nítidamente del patrimonio ético de una ciudad a los que tienen ideas distintas? No quedaba hueco en la Úbeda de 1939 para los derrotados.
Ya hemos dicho que la programación de aquella Feria fue la viva imagen del bando vencedor: procesiones de la Virgen de Guadalupe y San Miguel y de la Virgen del Rosario, misa de campaña con juramento de la bandera por parte de los falangistas ubetenses, conciertos de bandas militares… e iluminaciones y toros y cucañas y marionetas. Y fuentes de vino que se instalaron –ya se habían instalado por ver primera en la Plaza de Toledo en 1833, cuando subió al trono Isabel II– en la Gradeta y el Patio de Santo Tomás, en el Altozano y en la Fuente de la Mandrona. Y allí, en ellas, escondidos de los vencedores, podrían los “rojos” beber del chorro rojo para ahogar sus penas y sus miedos. Tal vez las fuentes de vino fueron las únicas atracciones de que disfrutaron los pobres en la Feria de 1939: a falta de pan, bueno debió ser el vino peleón. Porque después de la Feria siguieron los fusilamientos, durante muchos años: hasta que 19 de noviembre de 1946 fusilaron al último ubetense. Fue en la tapia del cementerio de Jaén. Tenía 38 años y era campesino. Se llama Nicolás Hortal Ortiz.
(Publicado en Diario IDEAL –Especial Feria de San Miguel– el 29 de septiembre de 2008)
4 comentarios:
Antonio los datos están en www.laguerracivilenjaen.com, una página de Luis Miguel Sánchez Tostado, que también tiene publicados algunos extraordinarios libros sobre el tema en el que también aparece María Antonia Martínez Arjona, en algunos listados como víctima de golpes y contusiones y en la web como fusilada.
He leído tu mensaje y desde luego merece la pena que se rectifiquen esos listados, porque según cuentas no fue víctima de ninguna violencia política.
Muchas gracias por los datos y por la aclaración.
Un abrazo.
Amigo Manolo:
Un tío de mi madre, hermano de mi abuelo Manuel, que era republicano, aparece en la web de Tostado como fusilado por los fascistas. No es cierto, lo fusilaron sus propios correligionarios porque era abogado, un señorito, según ellos.
Me he puesto en contacto con Tostado para hacerle ver la situación y me ha contestado con evasivas.
Saludos.
Hola Manuel,
Leyendo tu artículo he visto que referencias a Juana López Manjón. Mi abuelo republicano (Román de Eusebio, Madrid) fue preso político y trasladado de las cárceles de Madrid a la de Linares (aprox. 1940-1943). Él está desaparecido, pero entre sus papeles tenemos una partida de nacimiento de Agustín López Manjón, nacido en Úbeda (8/07/1931) y no sabemos si quizás es algún familiar de Juana. Llevamos años conservándola sin saber qué relación tenía esta familia con mi abuelo. Agredeceriamos cualquier información. Un saludo.
Comentario para Anónimo:
Soy sobrino de Juana y Agustín López Manjón, efectivamente son hermanos, nacieron en Úbeda y la fecha de la partida de nacimiento coincide con la fecha de nacimiento de Agustín, Juana todavía vive, pero desgraciadamente Agustín falleció hace nueve años.
Saludos
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