viernes, 26 de septiembre de 2008

CINISMO Y DESESPERANZA



Mientras en España los políticos siguen a lo suyo, que es el trapicheo de puestos en el Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional –¿todavía se sorprende alguien de que no haya ni un ciudadano inteligente que se tome ya en serio la administración de justicia?–, el resto del mundo se sabe al borde del precipicio. Esta crisis no es un resfriado pasajero: es el comienzo del fin de la era del petróleo: un mundo nuevo y desconocido viene de la mano de la crisis, que también nos enseña que al final el liberalismo era esto.

¿Recuerdan ustedes los discursos de la derecha desde la revolución conservadora de Reagan y Teatcher? ¿Recuerdan ustedes como se decía que la panacea de la economía universal eran los impuestos bajos, la reducción de servicios públicos, la liberalización de las relaciones laborales, la desprotección social de los trabajadores? ¿Recuerdan ustedes las políticas brutales de recortes en derechos laborales? ¿No conocen a cajeras de supermercado que trabaje horas y horas de pie estando embarazada? ¿Y a mujeres que no disfrutan de la baja de maternidad para no ser despedidas? ¿No saben el nombre de ningún trabajador que cobra 800 euros mientras su empresa multiplica los beneficios mes tras mes? Ya ven, treinta años diciéndonos que los trabajadores teníamos que renunciar a becas, prestaciones o sanidad, que había que adelgazar el sector público y potenciar la libertad en las relaciones económicas y laborales, treinta años diciendo que el estado no tenía que intervenir en el mundo económico porque a menos estado más riqueza para todos, que lo bueno era que se entendieran trabajadores y empresarios porque el interés era común, treinta años clamando por la desregulación, por la liberalización y por la privatización, y ahora resulta que en esta crisis que han provocado los ricos, los liberales acuden desesperados a que papá estado recomponga –si puede– los platos rotos. Y los estados del mundo entero, con Estados Unidos a la cabeza, proyectan desesperados planes de salvamento para rescatar bancos y grandes empresas. Bush –uno de los hombres más estúpidos desde los tiempos de Adán– lo ha dejado claro: o el estado salva a los ricos o vamos al caos. Y el dinero que los liberales no quieren que se gaste en pensiones y desempleo se va a gastar ahora en intentar sortear los obstáculos que banqueros y constructores han puesto en los caminos del futuro. Ayer mismo, Forges esperaba que “se exijan responsabilidades penales a los directivos de los bancos que con tejemanejes desvergonzados han gausado esta crisis fundial”, pero eso no pasará.

Tony Judt señala que el cinismo de las clases dirigentes y la desesperanza de amplias capas de la sociedad llevaron a los totalitarismos y a la II Guerra Mundial. El cinismo ya lo padecemos. Esperemos que alguien –la socialdemocracia, la democracia cristiana– sea capaz de finiquitar la revolución conservadora y de frenar la desesperanza.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Almería, el día 25 de septiembre de 2008)

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