Hay poetas que se descubren demasiado tarde y a mí me ocurrió con Rafael Guillén: una tarde de abril en Granada compré un lote de libros que vendían al peso, y perdido entre ellos estaba “Los alrededores del tiempo”. No recuerdo los meses que tardé en llegar a “una calle con naranjos/ donde pasea mi presente”, pero fue demasiado tiempo, seguro, porque Guillén es un poeta que hay que descubrir con urgencia para que su palabra are, pronto y hondo, las espumas marinas que nos elevan el alma.
La poesía bulliciosa encandila en la primera lectura, pero está vacía y no deja posos en la fértil hondura del corazón: la poesía fácil y palabrera de Alberti, por ejemplo. Pero otra poesía –y es la verdadera– en el primer acercamiento apenas si roza, casi se insinúa, y deja sin embargo una marca de claridad en la conciencia que se convierte en faro hacia el que caminar por entre las tinieblas de la existencia: es esa la poesía de Rafael Guillén. Poesía honda –versos hondos, honda humanidad que tremola de viento lírico en cada esquina del poema– que se remonta hasta los mejores clásicos y los baña en tiempo nuevo. Sólo cuando la poesía construye una verdad de palabras que pesan y laten, puede transfigurar el fondo del lector. Ya no se trata de pasar por sobre el poema y emborracharse de él: se trata de llegar y arañar el poema, trabajosamente, y de penetrar la tierra que lo sustenta para alimentar de lirios y vencejos las praderas en las que habitan nuestras soledades, y encontrar trincheras en las que negarse a la muerte. O sea, que está el poema que ciega por un instante y luego se borra, y está el poema que llega como un lento reguero de agua o de sangre, y que empapa y transforma nuestra visión de la realidad: así, la obra de Rafael Guillén.
¿Es Guillén un poeta menor? Ni mucho menos, pero ocurre que no se ha expuesto a los focos de las vanidades literarias. Recluido en su Granada natal –dicen que vive en un carmen frente a la Alhambra, como un ermitaño de la belleza– ha cuajado una obra densa y a la par grácil, elevada. Su poesía es esencialmente granadina, o a mí me lo parece: está hecha de sombras y de rumores y silencios y de cipreses en los que una pajarería eleva su cántico sin edades. Pero por ser granadina hasta la médula, es una poesía universal y luminosa. “Se existe por instantes de luz. O de tiniebla”: he ahí la verdadera voz poética, que parte de la sima profunda de un hombre que tiembla desvalido y vaga hasta gravitar sobre las auroras. Ascender, pues, desde los veneros del agua y el silencio para encontrar la altura de las torres y los surcos de los vencejos: ¿no es toda la obra de Guillén una obra escrita sobre el colchón moral de la belleza?
“Me tenderé a lo largo de Granada”. Rafael Guillén escribe, sí, tendido a lo largo de Granada, que es la mejor manera de tener los ojos abiertos hacia el cielo blanqueado de la eternidad, el modo exacto de hacer una poesía que sea “materia traspasada/ por un haz de infinitas transparencias”.
(Publicado en Diario IDEAL el 4 de septiembre de 2008)
La poesía bulliciosa encandila en la primera lectura, pero está vacía y no deja posos en la fértil hondura del corazón: la poesía fácil y palabrera de Alberti, por ejemplo. Pero otra poesía –y es la verdadera– en el primer acercamiento apenas si roza, casi se insinúa, y deja sin embargo una marca de claridad en la conciencia que se convierte en faro hacia el que caminar por entre las tinieblas de la existencia: es esa la poesía de Rafael Guillén. Poesía honda –versos hondos, honda humanidad que tremola de viento lírico en cada esquina del poema– que se remonta hasta los mejores clásicos y los baña en tiempo nuevo. Sólo cuando la poesía construye una verdad de palabras que pesan y laten, puede transfigurar el fondo del lector. Ya no se trata de pasar por sobre el poema y emborracharse de él: se trata de llegar y arañar el poema, trabajosamente, y de penetrar la tierra que lo sustenta para alimentar de lirios y vencejos las praderas en las que habitan nuestras soledades, y encontrar trincheras en las que negarse a la muerte. O sea, que está el poema que ciega por un instante y luego se borra, y está el poema que llega como un lento reguero de agua o de sangre, y que empapa y transforma nuestra visión de la realidad: así, la obra de Rafael Guillén.
¿Es Guillén un poeta menor? Ni mucho menos, pero ocurre que no se ha expuesto a los focos de las vanidades literarias. Recluido en su Granada natal –dicen que vive en un carmen frente a la Alhambra, como un ermitaño de la belleza– ha cuajado una obra densa y a la par grácil, elevada. Su poesía es esencialmente granadina, o a mí me lo parece: está hecha de sombras y de rumores y silencios y de cipreses en los que una pajarería eleva su cántico sin edades. Pero por ser granadina hasta la médula, es una poesía universal y luminosa. “Se existe por instantes de luz. O de tiniebla”: he ahí la verdadera voz poética, que parte de la sima profunda de un hombre que tiembla desvalido y vaga hasta gravitar sobre las auroras. Ascender, pues, desde los veneros del agua y el silencio para encontrar la altura de las torres y los surcos de los vencejos: ¿no es toda la obra de Guillén una obra escrita sobre el colchón moral de la belleza?
“Me tenderé a lo largo de Granada”. Rafael Guillén escribe, sí, tendido a lo largo de Granada, que es la mejor manera de tener los ojos abiertos hacia el cielo blanqueado de la eternidad, el modo exacto de hacer una poesía que sea “materia traspasada/ por un haz de infinitas transparencias”.
(Publicado en Diario IDEAL el 4 de septiembre de 2008)
2 comentarios:
Como te sé amante de las paradojas, nunca mejor que hablando de Los alrededores del tiempo, puedo enviarte dos enlaces.
El primero, a una imagen. El segundo a un poema.
Si tú descubriste a este Guillén (no a Jorge ni a Nicolás) en uno de esos libros sin precio que la fortuna te puso en suerte agazapado en ese lote de papel al peso, yo lo he hallado en una de las revistas con más prestigio de cuantas se han publicado en Úbeda y que me resulta casi imposible conseguir.
Quiero creer que en esto no hay paradoja y que es tan consultada como apreciada.
Me parece, Ramón, que en este pueblo que tanto aprecio le tiene a las apariencias el valor de Vbeda se debe más a lo que la gente oye de ella y al afán de ser "cultillo" que al hecho efectivo de que se lea. Aquí se lee poco, y poco preocupa el estado de la lectura. Así que otra paradoja: la cultura en Úbeda es una cultura sin libros ni palabras. El que lo entienda que lo explique.
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