viernes, 19 de septiembre de 2008

CAMINOS DE SEPTIEMBRE



Me gusta el fresco discurrir de septiembre, que me trae estampas de la infancia: estos días el agua de la alberca se tornaba verde y estrenábamos libros y cuadernos, y, un domingo inopinado, nuestros padres nos levantaban todavía de noche a mis hermanos y a mí, mientras vibraba la campana del Reloj y el aire quieto se llenaba de cohetes y de prisas. Era, junto con el Viernes Santo, el día del año en que más madrugábamos: había que despedir a la Virgen de Guadalupe. Y esa despedida era la de todo el verano, como un torcer esquinas e iniciar nuevos caminos.

El domingo volví al Molino de Lázaro, como cuando era niño y el sueño me escocía en los ojos. Estaban allí María Luisa y mis amigos y mi padre y mis tíos. Estaban –aunque estén ya en otro lugar– El Viejo y Pepe Dueñas y... Muchos de los que el domingo subieron con sus emociones de siglos a despedir a la Virgen no estarán cuando vuelva, allá por la primavera. Y otros, entonces, acunaremos a nuestro hijo entre el rumor de plegarias, deseando que un día reciba a la Virgen con el recuerdo de las emociones que sus muertos dejamos allí. Se irán unos, sí, y otros vendrán a rellenar huecos y componer esperanzas nuevas. Y en el trasiego de los caminos de la vida se cruzarán las existencias de tantos ubetenses como llegaron a esta devoción sin edades hacia la Virgen del Gavellar, tantos ubetenses que en esa fe de niño amanecido seguirán sosegando impulsos de los siglos nuevos. El tiempo y su rueda invisible que todo machacan no podrán, sin embargo, borrar esta tradición ubetense: subir, un domingo limpio de septiembre, a decirle adiós a la Virgen de Guadalupe, a mirar como con Ella se van por los caminos del campo las peticiones y los agradecimientos de todo un verano, de una vida entera. Porque un día nuestros hijos y nuestros nietos sentirán la necesidad de beber aguas limpias para el corazón, porque necesitarán una costumbre que amarre las carreras de sus vidas y sus prisas, y un puerto en el que refugiarse cuando arrecien los grises vendavales. Y entonces descubrirán la mañana del verano roto cuajada de músicas y silencios.

Es agradable el camino de la Romería Chica, carretera arriba por el paisaje monótono de olivos, contra el telón de fondo de los montes azulísimos y lavados; cuesta de Guadalupe abajo por entre lo que antaño fueron trigales, caminando hacia el arroyo escondido y los juncos y los pinos del santuario al que tantas veces –tantos años– llevaron los ubetenses urgencias y angustias para traer la Virgen a Úbeda y pedirle que arreglara los desaguisados de Dios –las plagas, la peste– y de los hombres –la guerra, las revoluciones–.

Hemos andado estos caminos de septiembre. Caminos viejos que trazaron sobre los campos muchos pies que anduvieron por ellos antes que los nuestros, y por los que seguirán caminando otros pies cuando nosotros ya no estemos. Y en los caminos y en la mañana añil, la vida nos dijo que vivir es caminar, breve jornada como advertía Quevedo pero siempre caminar…

(Publicado en Diario IDEAL el 18 de septiembre de 2008)

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