Por la Plaza de Toros de Úbeda han pasado todas –o casi todas– las grandes figuras que en el toreo han sido. También José Tomás, ese Dios de la tauromaquia que aventura un nuevo evangelio del toreo. Mañana se cumplen diez años de la primera y última vez que José Tomás toreó en Úbeda.
Desde que el 31 de marzo de 1997 el torero madrileño cuajara una extraordinaria tarde en la plaza de Arlés, toreando junto a Joselito y Ponce –que expresó abiertamente sus reticencias hacia Tomás: “el nuevo está loco”–, se fraguó una sorda lucha entre la decadente figura del torero manierista y el profeta de la revolución torera. La guerra entre los dos toreros crecía en cada corrida que toreaban juntos, mientras San Isidro catapulta a José Tomás a ídolo de una afición aburrida de “figuritas de mazapán” (Javier Villán dixit). Y así, en contenido pulso llegan a la Feria Grande de Bilbao de 1998, en la que José Tomás se cae sin muchas explicaciones de la tarde en que tenía que haberse enfrentado a Enrique Ponce. Los detractores de José Tomás –que coincidían palmo a palmo con los devotos de Ponce– no dudan en arremeter contra Tomás. Pero Ponce y Tomás tenían otra cita pendiente: el día de San Miguel en Úbeda, en una corrida en la que tomaría la alternativa Carnicerito de Úbeda.
El de Úbeda habría sido el último cara a cara entre los dos diestros: entre la culminación momificada del toreo que iniciara Belmonte –Ponce– y el vendaval de un tiempo nuevo para la tauromaquia –Tomás–. Pero no pudo ser: Enrique Ponce envió un parte médico y el ubetense Paco Delgado fue contratado para sustituirlo. Si en Bilbao rehuyó la pelea José Tomás, en Úbeda fue Ponce el que se retiró: la guerra del toreo se planteaba ya en otros términos, porque en la temporada de 1999 los apoderados de Ponce y de El Juli pactarían, soto voce, una especie de boicot a José Tomás, evitando que sus toreros se enfrenten a él. La guerra será total cuando el apoderado de Ponce hable despectivamente de él tras su actuación en la Maestranza. Pero luego, el público de Madrid compensaría con creces al héroe de Galapagar: Ponce fue abucheado en Las Ventas, mientras José Tomás ascendía al Olimpo de los ídolos.
Dejando de lado esas batallas taurinas, hay que recordar que aquí, en Úbeda, también toreó Dios. Fue hace diez años: José Tomás cerró su temporada del 98 con una faena memorable ante su primer toro, un flojo bicho de Gavira. Frente a chiqueros, bajo la música, en una tarde gris y triste de otoño cuajó series inolvidables con la muleta. Sin enmendarse, jugándose el cuerpo –que es la vida–, vertical como las torres de Santiago… El público lo premió con dos orejas pero luego, cosas que pasan, los entendidos del Trofeo “Lagartijo” decidieron que ese año nada de lo visto en San Nicasio era digno del Trofeo. Y lo dejaron desierto.
(Publicado en Diario IDEAL el 28 de septiembre de 2008)
Desde que el 31 de marzo de 1997 el torero madrileño cuajara una extraordinaria tarde en la plaza de Arlés, toreando junto a Joselito y Ponce –que expresó abiertamente sus reticencias hacia Tomás: “el nuevo está loco”–, se fraguó una sorda lucha entre la decadente figura del torero manierista y el profeta de la revolución torera. La guerra entre los dos toreros crecía en cada corrida que toreaban juntos, mientras San Isidro catapulta a José Tomás a ídolo de una afición aburrida de “figuritas de mazapán” (Javier Villán dixit). Y así, en contenido pulso llegan a la Feria Grande de Bilbao de 1998, en la que José Tomás se cae sin muchas explicaciones de la tarde en que tenía que haberse enfrentado a Enrique Ponce. Los detractores de José Tomás –que coincidían palmo a palmo con los devotos de Ponce– no dudan en arremeter contra Tomás. Pero Ponce y Tomás tenían otra cita pendiente: el día de San Miguel en Úbeda, en una corrida en la que tomaría la alternativa Carnicerito de Úbeda.
El de Úbeda habría sido el último cara a cara entre los dos diestros: entre la culminación momificada del toreo que iniciara Belmonte –Ponce– y el vendaval de un tiempo nuevo para la tauromaquia –Tomás–. Pero no pudo ser: Enrique Ponce envió un parte médico y el ubetense Paco Delgado fue contratado para sustituirlo. Si en Bilbao rehuyó la pelea José Tomás, en Úbeda fue Ponce el que se retiró: la guerra del toreo se planteaba ya en otros términos, porque en la temporada de 1999 los apoderados de Ponce y de El Juli pactarían, soto voce, una especie de boicot a José Tomás, evitando que sus toreros se enfrenten a él. La guerra será total cuando el apoderado de Ponce hable despectivamente de él tras su actuación en la Maestranza. Pero luego, el público de Madrid compensaría con creces al héroe de Galapagar: Ponce fue abucheado en Las Ventas, mientras José Tomás ascendía al Olimpo de los ídolos.
Dejando de lado esas batallas taurinas, hay que recordar que aquí, en Úbeda, también toreó Dios. Fue hace diez años: José Tomás cerró su temporada del 98 con una faena memorable ante su primer toro, un flojo bicho de Gavira. Frente a chiqueros, bajo la música, en una tarde gris y triste de otoño cuajó series inolvidables con la muleta. Sin enmendarse, jugándose el cuerpo –que es la vida–, vertical como las torres de Santiago… El público lo premió con dos orejas pero luego, cosas que pasan, los entendidos del Trofeo “Lagartijo” decidieron que ese año nada de lo visto en San Nicasio era digno del Trofeo. Y lo dejaron desierto.
(Publicado en Diario IDEAL el 28 de septiembre de 2008)
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