No todos los días recibe el mundo una bocanada de esperanza. Hoy sí, y ha llegado desde los Estados Unidos: Obama será el candidato demócrata a la Presidencia, que es algo así como ser candidato a ceñir la corona del imperio. Como a todos nos atañe lo que suceda en ese país fascinante que son los Estados Unidos, no queda hoy más remedio que señalar aquí este postigo todavía casi cegado que ha abierto el futuro. Ese monstruito antipático y desagradable que es la Clinton ha sido derrotado: tenemos que alegrarnos. Pero la alegría tiene que ser sobre todo en positivo: porque Obama representa algo nuevo, algo tal vez inédito y en cualquier caso desconocido desde que se quebrantara la esperanza que Kennedy significó.
Son muchos los españoles que miran con desprecio el sistema político de Estados Unidos, como si esta democracia bananera nuestra pudiera dar lecciones de teoría y práctica democrática. A mí sin embargo cada vez me parece más envidiable aquel sistema en el que un hombre negro, de familia humilde, cuya abuela sigue malviviendo en una aldea de Kenia, hecho a sí mismo, puede llegar a ser Presidente. Esperemos que esta esperanza no se frustre también, esperemos que sí, que ahora los estadounidenses puedan y que con ellos podamos todos. Obama representa el triunfo de la voluntad de la esperanza: crucemos, pues, los dedos y esperemos a noviembre. Es lo único que nos cabe hacer a los ciudadanos del mundo a los que todavía no se nos ha reconocido el derecho a votar en las elecciones norteamericanas. Para todos nosotros, Obama es hoy una esperanza diminuta, lejana, casi tierna, casi romántica. Pero es la única que tenemos: esperamos que el "Yes, we can" se convierta en el himno de un mundo más digno.
Son muchos los españoles que miran con desprecio el sistema político de Estados Unidos, como si esta democracia bananera nuestra pudiera dar lecciones de teoría y práctica democrática. A mí sin embargo cada vez me parece más envidiable aquel sistema en el que un hombre negro, de familia humilde, cuya abuela sigue malviviendo en una aldea de Kenia, hecho a sí mismo, puede llegar a ser Presidente. Esperemos que esta esperanza no se frustre también, esperemos que sí, que ahora los estadounidenses puedan y que con ellos podamos todos. Obama representa el triunfo de la voluntad de la esperanza: crucemos, pues, los dedos y esperemos a noviembre. Es lo único que nos cabe hacer a los ciudadanos del mundo a los que todavía no se nos ha reconocido el derecho a votar en las elecciones norteamericanas. Para todos nosotros, Obama es hoy una esperanza diminuta, lejana, casi tierna, casi romántica. Pero es la única que tenemos: esperamos que el "Yes, we can" se convierta en el himno de un mundo más digno.
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