Amaneció lloviendo y el día se puso triste, que en el norte volvieron a hacer estallar una bomba: otro muerto que sumar a una lista interminable, larga desde el primer muerto, insoportable. Otro acto de valentía: programar una bomba, dejarla en el maletero de un coche, aparcarlo delante de una casa cuartel en la que duermen todos, también los niños. Y esperar a que explote. A eso le llaman los gudaris valentía. Y guerra de liberación. ¡Valientes soldados estos, que matan niños indefensos, soldados desarmados y dormidos, mujeres! Desde luego es posible encontrar otros soldados, a lo largo de la historia, que han asesinado así: los nazis cuando ocupan Polonia o cuando estrellan los cráneos de los bebés contra las puertas de los hornos crematorios, los soviéticos que ocupan Alemania y violan a decenas de miles de mujeres, los franceses que realizan toda clase de ultrajes durante la independencia de Argelia, los moros que siembran el terror cuando avanzan por Andalucía bajo las católicas banderas de Franco… La cobardía no es privativa de los hijos de puta de ETA, ellos lo único que han hecho es asumir esa herencia de vilezas y espantos, resumirla, exponerla en un mundo que anhela la paz. Y tampoco nos pensemos que están solos los criminales de ETA en esta historia del horror: son compañeros de viaje de las FARC colombianas o de los terroristas palestinos o de los soldados y los políticos israelíes o de los dictadores africanos o de los carceleros de Guantánamo o de las hordas islámicas. No están solos: son muchos, pero estos nos duelen especialmente porque están más cerca. Porque nos matan a nosotros matando a uno de los nuestros.
No sé si estos días soy peor persona. Pero estos días cuajan en mi una idea que me ronda desde hace tiempo: no todas las vidas valen lo mismo. Me explico: no soy un hipócrita y para mi no es lo mismo que se muera el médico que está dejándose la piel en Birmania o en China para salvar vidas de entre los escombros del mundo, que uno de estos terroristas. De hecho, si existiese algo parecido a la justicia cósmica los coches bombas explotaría cuando los terroristas pisan el acelerador para llegar rápido a las casas cuarteles. No significa esto que yo esté a favor de la pena de muerte, ni mucho menos, porque me parece un crimen abyecto. Pero sí creo en que las personas decentes tenemos derecho a sentirnos felices cuando un terrorista o un dictador o los militares birmanos mueren: cada vez que muere uno de estos cabrones, siempre ha tardado mucho en morirse, siempre.
Es así: en un día como éste –llueve, hay niebla: hay muertos y está gris el corazón– lo verdaderamente humano es desear corta vida y llena de padecimientos a los que causan el mal. Otros se la siguen cogiendo con papel de fumar y lamentan todas las muertes. Yo no puedo porque sólo me duelen las muertas de las gentes que no matan ni torturan ni violan. Lo siento, pero no puedo sentir pena por la muerte de los asesinos, no me duelen las muertes de los hijos de puta. Al menos hoy, cuando han asesinado cobardemente a un trabajador, no.
No sé si estos días soy peor persona. Pero estos días cuajan en mi una idea que me ronda desde hace tiempo: no todas las vidas valen lo mismo. Me explico: no soy un hipócrita y para mi no es lo mismo que se muera el médico que está dejándose la piel en Birmania o en China para salvar vidas de entre los escombros del mundo, que uno de estos terroristas. De hecho, si existiese algo parecido a la justicia cósmica los coches bombas explotaría cuando los terroristas pisan el acelerador para llegar rápido a las casas cuarteles. No significa esto que yo esté a favor de la pena de muerte, ni mucho menos, porque me parece un crimen abyecto. Pero sí creo en que las personas decentes tenemos derecho a sentirnos felices cuando un terrorista o un dictador o los militares birmanos mueren: cada vez que muere uno de estos cabrones, siempre ha tardado mucho en morirse, siempre.
Es así: en un día como éste –llueve, hay niebla: hay muertos y está gris el corazón– lo verdaderamente humano es desear corta vida y llena de padecimientos a los que causan el mal. Otros se la siguen cogiendo con papel de fumar y lamentan todas las muertes. Yo no puedo porque sólo me duelen las muertas de las gentes que no matan ni torturan ni violan. Lo siento, pero no puedo sentir pena por la muerte de los asesinos, no me duelen las muertes de los hijos de puta. Al menos hoy, cuando han asesinado cobardemente a un trabajador, no.
4 comentarios:
Suscribo al 100% todo lo dicho por tí.
Hoy es un día muy triste, hasta el tiempo se ha querido unir a esa tristeza, porque estos cabrones han vuelto a matar a una persona que solo hacia su trabajo.
Como tu, no estoy a favor de la pena de muerte, pero ¿por qué no les explotó a ellos el coche cargado de explosivos cuando iban a ponerlo?.
¡Basta ya!
Amigo Manolo: Estoy de acuerdo que estos asesinos no tienen derecho a la vida, imponen sus ideas a tiro de pistola y a bombazos matan la ilusión y la vida de personas honradas que hacen su trabajo. Yo a los asesinos de ETA los llamo alimañas y a las alimañas se les elimina...
Un saludo y enhorabuena por ser valiente y decir las cosas por su nombre.
Pepe, vuelvo a repetirte que yo no soy partidario de la pena de muerte, porque creo que es un crimen vil y muy cruel y porque pienso que nadie tiene derecho a decidir sobre la vida de nadie. Esto no significa que no me alegre cada vez que un hijoputa se muere: cuando se murió Pinochet y mientras los obispos chilenos se daban de bofetadas para enterrarlo, yo brindé con vino y emoción en memoria de Allende y de todos los que torturó y asesinó. También brindaré el día que se muera de Juana Chaos, por ejemplo. Y si hubiera vivido en 1975 también habría brindado el día que se murió Franco.
Pienso que una cosa es participar de un crimen como la pena de muerte y otra esperar que la muerte venga más ligera y dolorosa para acabar con tanto criminal como anda suelto. Yo no creo que sea una indecencia alegrarse de la muerte de alguien que ha causado daño, sufrimiento y mal, pero sí creo que es una indecencia matarlo.
"Quiero expresar a la sociedad española, como he hecho hace un momento en el Hemiciclo al conjunto de las fuerzas políticas, que el Gobierno va a abordar la nueva situación con prudencia, con calma, sabiendo que después de tantos años de sufrimiento estaremos ante un camino que será duro, difícil y largo.
Un camino que tenemos que recorrer todas las fuerzas políticas democráticas juntas; que mi propósito y mi compromiso es lograr esa unidad de todos partidos para que este camino concluya con el deseo mayoritario de todos los españoles que es el fin de la violencia.
Quiero también expresar que en ese camino, siempre presente en mi espíritu y en mi ánimo la memoria de las víctimas y el esfuerzo de todas las personas que han trabajado y trabajan para garantizar nuestra libertad y nuestra seguridad.
De manera singular quiero también trasladar un llamamiento a la sociedad vasca, a la sociedad que más directamente ha sufrido el dolor y el horror, para trasladarles un mensaje de confianza, de responsabilidad; mi confianza en la sociedad vasca como impulsora esencial para ver el fin de la violencia es una confianza plena.
A partir de ahí también quiero decirles que en ese proceso que tenemos por delante iré con calma, con prudencia, cubriendo cada etapa y cada paso con el máximo concurso de las fuerzas políticas y, por supuesto, por supuesto, siempre en el ámbito de lo que es la democracia y la legalidad, que es en definitiva quien tiene que dar el empuje definitivo al fin de la violencia".
José L. Rdguez. Zapatero
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