Andábamos en la economía que se hunde y nos arrastra, mientras los que mandan preparan el equipaje para que no los pille el naufragio y nos dicen que tranquilos, que aquí no pasa nada. Andábamos en Gallardón y su “ahora me voy, ahora me quedo”, que es una manera tan estúpida como cualquier otra de dilapidar la dignidad política. Andábamos en los desnudos de Carla Bruni, tan francesa. Y en el comienzo del maná electoral y en el Dios nos pille confesados desde aquí hasta que escampen las promesas y tonterías de los políticos, que andan sueltos y sin dueño. Andábamos en las cosas más o menos normales en un país –pelín menos normal– de un mundo que no tiene nada de normal. Andábamos en eso cuando Andrés detuvo el tiempo y tuvo coraje para enfrentarse al hombre que estaba acuchillando a su madre.
Andrés era un niño de Alcalá de Henares, tenía once años, un cuaderno de ilusiones, un trimestre recién estrenado y fue asfixiado por el asesino de su madre. Primero la mató a ella; luego a su hijo, que, desesperado –estaba la madre en un charco de sangre– había intentado golpear a un criminal que sin escrúpulos terminó también con su vida. Dos cadáveres en uno de esos pisos modernos de setenta metros son demasiada muerte para tan poco espacio, porque la muerte necesita tiempo, años: y –muriendo tan jóvenes– Yolanda y Andrés han llenado mucho y pronto las habitaciones de la vida, esa derrota.
El retórico lenguaje de antaño habría dicho que Andrés murió como un héroe. Pero nuestro tiempo ya no alberga ni héroes ni esperanzas, aunque este niño sea ejemplo de valiente tanto en el tiempo que se fue como en esta edad estúpida que se eterniza. Más valiente, sin duda, que los políticos, las feministas y los juristas que no se atreven a atajar de una vez esta sangría de muertes provocadas por un exceso de orgullo masculino. Claro, le ponen a la ley la coletilla esa de “violencia de género” –ni Dios sabe qué significan esos palabros– en lugar de hablar claramente de terrorismo machista, y el problema se diluye. Cuando un hombre mata a una mujer –o a su hijo– hay detrás una ideología que sustenta el crimen: la ideología de la costilla, que otorga al macho poderes divinos sobre el cuerpo y el alma y el sufrimiento de la mujer. Andrés ya le ha puesto nombre a este crimen, sin eufemismos, sin lenguajes políticamente correctos. Lo triste es que su sacrificio habrá sido en vano y su asesino estará en la calle en diez o doce años.
Hubo un día en que comencé a estudiar Derecho, pero lo abandoné cuando llegué el Derecho Penal y descubrí que está hecho más para proteger a los criminales que a los asesinados, a los violadores que a las violadas, a los maltratadores que a las maltratadas. Es un soplo la vida y dura sólo once años: nos lo ha dicho ese niño llamado Andrés. Es injusta la justicia y son estúpidos los correctos legisladores: nos lo dirá el juicio del asesino de Andrés.
(Publicado en Diario IDEAL el 24 de enero de 2008)
Andrés era un niño de Alcalá de Henares, tenía once años, un cuaderno de ilusiones, un trimestre recién estrenado y fue asfixiado por el asesino de su madre. Primero la mató a ella; luego a su hijo, que, desesperado –estaba la madre en un charco de sangre– había intentado golpear a un criminal que sin escrúpulos terminó también con su vida. Dos cadáveres en uno de esos pisos modernos de setenta metros son demasiada muerte para tan poco espacio, porque la muerte necesita tiempo, años: y –muriendo tan jóvenes– Yolanda y Andrés han llenado mucho y pronto las habitaciones de la vida, esa derrota.
El retórico lenguaje de antaño habría dicho que Andrés murió como un héroe. Pero nuestro tiempo ya no alberga ni héroes ni esperanzas, aunque este niño sea ejemplo de valiente tanto en el tiempo que se fue como en esta edad estúpida que se eterniza. Más valiente, sin duda, que los políticos, las feministas y los juristas que no se atreven a atajar de una vez esta sangría de muertes provocadas por un exceso de orgullo masculino. Claro, le ponen a la ley la coletilla esa de “violencia de género” –ni Dios sabe qué significan esos palabros– en lugar de hablar claramente de terrorismo machista, y el problema se diluye. Cuando un hombre mata a una mujer –o a su hijo– hay detrás una ideología que sustenta el crimen: la ideología de la costilla, que otorga al macho poderes divinos sobre el cuerpo y el alma y el sufrimiento de la mujer. Andrés ya le ha puesto nombre a este crimen, sin eufemismos, sin lenguajes políticamente correctos. Lo triste es que su sacrificio habrá sido en vano y su asesino estará en la calle en diez o doce años.
Hubo un día en que comencé a estudiar Derecho, pero lo abandoné cuando llegué el Derecho Penal y descubrí que está hecho más para proteger a los criminales que a los asesinados, a los violadores que a las violadas, a los maltratadores que a las maltratadas. Es un soplo la vida y dura sólo once años: nos lo ha dicho ese niño llamado Andrés. Es injusta la justicia y son estúpidos los correctos legisladores: nos lo dirá el juicio del asesino de Andrés.
(Publicado en Diario IDEAL el 24 de enero de 2008)
1 comentario:
No solo tiene la culpa la violencia machista, sino quien la consiente, Andrés murió por salvar la vida a su madres, pero alguien ha pensado quien intentó salvarle la vida a él, hacía tiempo que no quería vivir en esa casa porque su asesino no le quería, y quién sabia esto no lo evitó, tan solo su padre al ver su desesperación intentó obtener su custodia, pero al dia siguiente de tenerla, se lo dieron en una caja y con un nicho, yo me pregunto ¿esto es violencia machista o infantil.
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