En la era de la tecnología parece imposible el milagro de las manos y el barro. Y sin embargo, aún existen las alfarerías. En Úbeda, antaño estuvieron recluidas en la calle Valencia –allí resisten varias, de antiquísima hechura y sabor: en la de Melchor se conservan hornos más antiguos que la memoria de la ciudad–, pero hoy salpican otros puntos del caserío. Y no han perdido su sabor de siglos pasados estas alfarerías que se exiliaron del barrio de San Millán. Así, la de Juan Tito.
La alfarería de Tito es una caótica acumulación de muebles y centenarias vasijas, santos de escayola y pellas de barro preñadas con la forma del botijo y la orza, pilas de agua bendita y parideras, cacharros verdes y hermosísimas piezas azules y blancas, membrillos ajados y flores de algodón y cuadros y morteros y fotografías y… Todo se dispone sin orden pero ordenado alrededor de un patio de arcadas, en cuyo centro una fuente umbrosa alza el cántico viejo del agua luminosa sobre el musgo. Es posible pasear –está fresca y limpia la alfarería– entre las piezas amontonadas mientras Tito y su hijo Juan Pablo dan forma a la masa de barro: la tierra mojada –que respira pereza y sueño– es acariciada por los dedos y las palmas de las manos para sacar… ¿qué duerme en el fondo del barro?… ¿por qué nuestras manos son incapaces de conocer la esencia del barro húmedo, su misterio, su embrión de alcuza o de cántaro?… ¿qué don, qué privilegio del espíritu permite que algunos hombres sean capaces de abrazar el caos y el vacío y dar forma a la materia y al espacio?
…He ahí al alfarero sentado frente al torno, taciturno, perdido en pensamientos de arcilla y agua, de sol y aire: hombres de sabiduría antigua transmitida en la sangre y en las manos endurecidas. Seguramente son ellos los que más hechos están a imagen y semejanza de Dios, pues dan forma a la tiniebla para alumbrar la luz, y separan el todo de la nada para que en medio quede, reluciente, el cacharro. Sí, se remansan la carne y el alma en las alfarerías, recordando el día primero del mundo, cuando Dios cogió tierra y sangre para encerrar dentro el espíritu del viento, que así nació el hombre, como un jarro de barro recién amasado.
El de alfarero es un oficio que la lógica del siglo quisiera borrar de los planos de la ciudad y que, sin embargo, resiste orgulloso en estirpes enteras. Que nadie piense que la alfarería ubetense es algo agonizante: ahí están Juan Tito y su Premio Nacional de Artesanía para atestiguar lo contrario. Y las piezas pintadas de azul y blanco –como un cielo de abril sobre la tierra cocida–, las más hermosas de todas las alfarerías de Úbeda. Ahí están los cacharros que pintó Zurbarán, revividos, relucientes, dispuestos a que nuestras manos los acaricien con temor de romperlos. Ahí esta el sosiego necesario para todas las almas: sosiego conventual de siseos y campanas, de atardecer de otoño por los caminos del campo… sosiego de alfarería, de torno que gira como la vida, de agua y tierra y fuego…
(Publicado en Diario IDEAL el 10 de enero de 2008)
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