miércoles, 23 de enero de 2008

BITÁCORA ELECTORAL

Bueno, como los políticos se han conjurado para torturarnos durante las próximas semanas en eso que han dado en llamar “la precampaña” (¿no tienen bastante con los quince días que marca la ley?), vamos a ir recopilando en este Cuaderno unas cuantas reflexiones sobre la cosa de los dirigentes políticos. Empezamos por una interesantísima reflexión del Nobel Coetzee, recogida del blog de Alejandro Gándara y que entra directamente en uno de los asuntos vitales de la democracia contemporánea: el sistema de sufragio universal no garantiza, porque no puede hacerlo, que los elegidos sean los mejores. Con ver a Bush como presidente del imperio nos basta para comprobar que un incapaz es un incapaz tenga un voto o cincuenta millones.

Sin duda el tema de la valía moral y política de los dirigentes es un tema complejo. Y el hecho de que la elección democrática no sea sinónimo de elección de los mejores, remite a un tema infinitamente más delicado. El desprestigio de la política hace que sólo se acerquen a las listas “los peores”, en un peligroso círculo vicioso: como nadie se atreve a decir que el emperador está desnudo, pues la cúpula de los partidos la copan los peores, que hacen todo lo posible por ahuyentar a los mejores de las proximidades del poder que detentan, para que no se tambalee su trono. Y así, la política se recuece hoy en día en una situación a la que difícilmente puede ponerse fin, porque pensar en la revalorización de la política es sencillamente una quimera.

Seguiremos pensando sobre esto; ahora, Coetzee.

“De la misma manera que en la época de los reyes habría sido ingenuo pensar que el primogénito varón del rey sería el más capacitado para gobernar, así en nuestro tiempo es ingenuo pensar que el dirigente democráticamente elegido será el más adecuado. El gobierno de sucesión no es una fórmula para identificar al mejor gobernante, es una fórmula para conferir legitimidad a uno u otro y prevenir así el conflicto civil. El electorado, el 'demos', cree que su tarea consiste en elegir al mejor hombre, pero lo cierto es que se trata de una tarea mucho más sencilla: la de ungir a un hombre (“vox populi dei”), no importa a quién.

Contar votos puede parecer un medio para averiguar cuál es la verdadera (es decir, la más ruidosa) “vox populi”; pero el poder de la fórmula de contar votos, como el poder de la fórmula de primogénito varón, radica en el hecho de que es objetiva, sin ambigüedad, y está fuera del campo de la decisión política. Lanzar una moneda al aire sería igualmente objetivo, igualmente carente de ambigüedad, igualmente indiscutible y, en consecuencia, igualmente podría afirmarse (como se ha afirmado) que es “vox dei”.

Nosotros no elegimos a nuestros dirigentes lanzando una moneda al aire, pero ¿quién se atrevería a afirmar que el mundo estaría en peor estado de lo que está si sus dirigentes hubieran sido elegidos desde el comienzo por el método de la moneda (...)

¿Cuadra lo que digo de la democracia con los hechos acerca de la democrática Australia, el democrático Estados Unidos, etc.? El lector debería tener presente que por cada Australia democrática hay dos Bielorrusias o Chads o Fijis o Colombias que igualmente suscriben la fórmula del recuento de papeletas de voto.”

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