En un foro apropiado para ello, hace unas semanas un restringido grupo de personas pudimos escuchar una reflexión de Joaquín Montes –el insigne profesor– acerca de la costumbre que van teniendo los más variopintos colectivos ubetenses de chupar de la teta de la vaca municipal. Pocas veces se han dicho en un foro acostumbrado a la autocomplacencia palabras más justas, medidas y certeras que esas que pronunció don Joaquín.
En el fondo venía a decir que aquí, el tejido asociativo se ha acostumbrado a darse autobombo (¡qué maravillosos somos!, ¡cuánto trabajamos por la ciudad o por la cultura o por los vecinos o por lo qué sea!, ¡qué grande es la deuda que los ubetenses tienen con nosotros!) sin tener pudor ninguno en recurrir al Ayuntamiento para que le sufrague sus gastos: carteles, publicidad, comidas, cenas, invitaciones, actuaciones... Así cualquiera.
El verdadero trabajo –el duro, el loable–, es trabajar en las actividades que son propias de la naturaleza de cada colectivo... pero buscando fuentes de financiación que no siempre sean las arcas municipales. Porque trabajar así es fácil: basta con poner al concejal de turno en un aprieto para que ceda la firma y autorice un gasto. Ni siquiera han respetado muchas asociaciones los procesos reglamentarios de convocatorias de subvenciones, porque tras obtener la cantidad municipal otorgada a su proyecto, acuden a ver si chupan unos carteles, unas publicidades gratuitas, unas cartas enviadas con cargo al erario municipal, unos céntimos de más... Hasta las propias cofradías, que durante muchos años han dado ejemplo de autosuficiencia económica, en los últimos años dan preocupantes síntomas de recurrir al Ayuntamiento para que sufrague parte de sus crecientes actividades complementarias. Y la nómina de favores municipales se engorda con bandas que vienen, flamencos que van, zarzuelistas que llegan, jazzistas que aterrizan, festivales benéficos a los que nadie acude y que no benefician a nada necesario, cursos de cocina tailandesa en sedes vecinales que sólo abren cuando hay que justificar lo que se pide, coros y danzas varios y así un largo etcétera.
Esto sin duda deberá terminar un día, porque la situación se hará insostenible: el ejemplo cunde y cuando a uno se le ha dado todos piden y a todos les parecen que sus actividades son las más importantes que se han hecho nunca en el mundo mundial. Las asociaciones ubetenses no tienen abuelas: los piropos se los lanzan ellas mismas, pero el dinero tiene que dárselo el Ayuntamiento.
Sería deseable un gesto de responsabilidad que naciera del propio movimiento asociativo: si todos fuésemos conscientes de lo importante y lo limitado que es el dinero público, nos lo pensaríamos más a la hora de organizar actividades, echaríamos más cuentas, acudiríamos al Ayuntamiento sólo cuando tuviéramos algo realmente excepcional e interesante para una mayoría y que no pudiéramos sufragar de otra manera. Pero aquí se ha optado por la comodidad más cómoda: las asociaciones y colectivos ubetenses son cada vez menos grupos de ciudadanos unidos por intereses –o aficiones o devociones– comunes y juegan cada vez más a ser grupos de presión (o se me da lo que pido o pido el voto para otro). Es triste: pero vamos caminando hacia esa situación a pasos agigantados.
Y si no llega la ola de civismo a las asociaciones y asociados, esperamos que llegue la ola de cordura, seriedad y responsabilidad a los dirigentes municipales. Mientras tanto, sigue habiendo colectivos que realizan empresas ejemplares de hondo calado, que realizan sus actividades con absoluta independencia, sin recurrir nadie y mucho menos sin el facilón recurso de la ayuda municipal. ¿No se lo creen? Pues ahí tienen el ejemplo de Maranatha, asociación que durante más de veinte años ha dado ejemplo de responsabilidad, cultura y autosuficiencia. Y ahí tienen la revista “Ibiut”, ejemplo soberbio de independencia y dignidad cultural que nunca ha tenido que poner en ningún aprieto a ningún concejal para subsistir. Si “Ibiut” resiste es porque le interesa a la gente que la sostiene: otras actividades sólo se sostienen por la ayuda municipal, sin la cual las veríamos desmoronarse porque no le interesan a nadie. O no le interesan realmente: al que le interesa algo pago por ello, pero aquí nos hemos acostumbrado a que nos interesen las cosas, pero de gratis total o demasiado baratas. ¡Cuánta razón lleva don Joaquín!
En el fondo venía a decir que aquí, el tejido asociativo se ha acostumbrado a darse autobombo (¡qué maravillosos somos!, ¡cuánto trabajamos por la ciudad o por la cultura o por los vecinos o por lo qué sea!, ¡qué grande es la deuda que los ubetenses tienen con nosotros!) sin tener pudor ninguno en recurrir al Ayuntamiento para que le sufrague sus gastos: carteles, publicidad, comidas, cenas, invitaciones, actuaciones... Así cualquiera.
El verdadero trabajo –el duro, el loable–, es trabajar en las actividades que son propias de la naturaleza de cada colectivo... pero buscando fuentes de financiación que no siempre sean las arcas municipales. Porque trabajar así es fácil: basta con poner al concejal de turno en un aprieto para que ceda la firma y autorice un gasto. Ni siquiera han respetado muchas asociaciones los procesos reglamentarios de convocatorias de subvenciones, porque tras obtener la cantidad municipal otorgada a su proyecto, acuden a ver si chupan unos carteles, unas publicidades gratuitas, unas cartas enviadas con cargo al erario municipal, unos céntimos de más... Hasta las propias cofradías, que durante muchos años han dado ejemplo de autosuficiencia económica, en los últimos años dan preocupantes síntomas de recurrir al Ayuntamiento para que sufrague parte de sus crecientes actividades complementarias. Y la nómina de favores municipales se engorda con bandas que vienen, flamencos que van, zarzuelistas que llegan, jazzistas que aterrizan, festivales benéficos a los que nadie acude y que no benefician a nada necesario, cursos de cocina tailandesa en sedes vecinales que sólo abren cuando hay que justificar lo que se pide, coros y danzas varios y así un largo etcétera.
Esto sin duda deberá terminar un día, porque la situación se hará insostenible: el ejemplo cunde y cuando a uno se le ha dado todos piden y a todos les parecen que sus actividades son las más importantes que se han hecho nunca en el mundo mundial. Las asociaciones ubetenses no tienen abuelas: los piropos se los lanzan ellas mismas, pero el dinero tiene que dárselo el Ayuntamiento.
Sería deseable un gesto de responsabilidad que naciera del propio movimiento asociativo: si todos fuésemos conscientes de lo importante y lo limitado que es el dinero público, nos lo pensaríamos más a la hora de organizar actividades, echaríamos más cuentas, acudiríamos al Ayuntamiento sólo cuando tuviéramos algo realmente excepcional e interesante para una mayoría y que no pudiéramos sufragar de otra manera. Pero aquí se ha optado por la comodidad más cómoda: las asociaciones y colectivos ubetenses son cada vez menos grupos de ciudadanos unidos por intereses –o aficiones o devociones– comunes y juegan cada vez más a ser grupos de presión (o se me da lo que pido o pido el voto para otro). Es triste: pero vamos caminando hacia esa situación a pasos agigantados.
Y si no llega la ola de civismo a las asociaciones y asociados, esperamos que llegue la ola de cordura, seriedad y responsabilidad a los dirigentes municipales. Mientras tanto, sigue habiendo colectivos que realizan empresas ejemplares de hondo calado, que realizan sus actividades con absoluta independencia, sin recurrir nadie y mucho menos sin el facilón recurso de la ayuda municipal. ¿No se lo creen? Pues ahí tienen el ejemplo de Maranatha, asociación que durante más de veinte años ha dado ejemplo de responsabilidad, cultura y autosuficiencia. Y ahí tienen la revista “Ibiut”, ejemplo soberbio de independencia y dignidad cultural que nunca ha tenido que poner en ningún aprieto a ningún concejal para subsistir. Si “Ibiut” resiste es porque le interesa a la gente que la sostiene: otras actividades sólo se sostienen por la ayuda municipal, sin la cual las veríamos desmoronarse porque no le interesan a nadie. O no le interesan realmente: al que le interesa algo pago por ello, pero aquí nos hemos acostumbrado a que nos interesen las cosas, pero de gratis total o demasiado baratas. ¡Cuánta razón lleva don Joaquín!
1 comentario:
No puedo evitar recordar a un anciano obstinado, trabajador y aveces algo"asaura" que andaba todo el día vendiendo décimos de lotería para subvencionar sus campamentos de verano.
Por no hablar de la operación metro cuadrado.
Sé que sigue en nuestros corazones
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