lunes, 11 de junio de 2007

LA CAMPANA DE LA TORRE DEL RELOJ


Hay recuerdos de la niñez que tengo grabados muy hondo. Entre ellos está el sonido grave, hondo, de la campana del reloj en la mañana del Corpus, en el amanecer de septiembre en que se va la Virgen de Guadalupe. Recuerdo que, en una hora indeterminada de la noche o del amanecer de junio recién bañado de amarillo, el aire de la casa grande y vieja de la calle Don Juan se llenaba con el bronce que llegaba desde la torre del reloj. Y de pronto, un día, los que nos hemos criado en las calles del barrio de San Isidoro dejamos de oír el sonido límpido de la campana, la única campana de la ciudad que ha resistido guerras, revoluciones, la única que nunca ha sido arrojada por los ojos del campanario para acabar fundida, la campana vieja que avisaba de invasiones, incendios, victorias, muertes o coronaciones reales, llegadas de la Patrona en épocas de calamidad... La campana municipal que tanto prestigio alcanzó, dando lugar a que en varias ocasiones la ciudad tuviera que prohibir que se tocara sin permiso expreso del Ayuntamiento, pues todo quisqui –parroquias, conventos y particulares– habían tomado como costumbre que se tocara para ensalzar sus motivos particulares. La campana que un día dejó de sonar a campana para sonar a lata aporreada.

De 1574 data esta campana que pesa 123 arrobas y 14 libras, o sea, 1.421 kilos y 680 gramos. Ahora, tras cuatrocientos treinta y tres años de servicio la campana suena a cascada: más parece un cencerro de latón viejo que la campana gloriosa que avisó de la victoria sobre los franceses. Con eso sonido sería mejor que dejara de sonar en las horas de cada día y en las horas solemnes del año. Oírla así, chirriante y agonizante, como si el bronce estuviera rajado, causa una infinita tristeza.

La campana municipal es parte importante de nuestro patrimonio: su sonido resumía todos los sonidos de nuestra historia. Se merece otro trato, otro cuidado: que la nueva corporación la revise y la arregle si tiene arreglo. Si no es así, que la jubilen gloriosamente y la sitúen en lugar de privilegio –méritos sobrados acumula para ello– y que en su lugar ponga una campana nueva, joven, para el bronce anuncie a los próximos siglos las horas importantes de Úbeda. Que los nuevos responsables municipales no tengan en el olvido a la campana del reloj, porque ella también es parte de la Úbeda que en 2003 se declaró Patrimonio de la Humanidad. Porque ella fue la primera campana que en la tarde azul del jueves 3 de julio de 2003 anunció a la ciudad la buena nueva.

1 comentario:

E. Santa Bárbara dijo...

Creía ser yo quien, a mis años, estaba perdiendo el oído. La campana me suena a cascada y parece que cascada está. Sólo a un romántico se le ocurre pensar que los políticos se ocuparán "de esas minucias". Con todo, yo también me sumo a tu petición.

Saludos.