miércoles, 6 de agosto de 2008

CARTA DE DESPEDIDA A MANOLO MOLINA



Úbeda, 4 de agosto de 2008


Querido Manolo.

Ya sabes que cuando se muere un amigo no hay permisos laborales, porque la burocracia entiende poco de las cosas importantes, que como dice una canción son las que están detrás de la piel. Así que aquí me tienes en el ayuntamiento intentando apuntalar desconsuelos frente a la pantalla del ordenador y escribiendo algún refugio para este corazón mío que ayer se quedó un poco más huérfano: siempre somos huérfanos de algo.

No he podido dormir: me podían el calor y los recuerdos, tantos recuerdos. No se puede dormir cuando hay un amigo al que ya no se volverá a ver. Toda la madrugada han estado repiqueteando en mis sienes los tristes versos de la canción de despedida de cada campamento: “Roguemos a Dios Padre/ Eterno y Sumo Creador/ que un día en su regazo/ sea el círculo mayor.” ¿Será cierta esta esperanza? ¿Nos encontraremos algún día formando esa cadena en no sé qué lugar de la eternidad? ¿Serán, Manolo, más ciertas tus creencias que mis dudas? No sé, hoy no sé nada, y ya no podré ir nunca más a tu despacho para charlar y buscar faros que me guíen en esta marea de desesperanzas.

Tú, ayer, en una tarde de domingo y de sol, jugaste tú última partida al mentiroso y perdiste: mandó repóker la muerte y estaba, al final siempre están los dados que la muerte manda. Manolo, perdemos siempre: tú ya sabes si todo es mentira y la vida carece de sentido o si, tal y como creías, hay un final lleno de luz más allá del final sombrío de la muerte. Tú, hoy, ya sabes lo que ocurre después de esta derrota que a todos nos aguarda: ¿está Dios al fondo del tiempo o sólo nos queda apuntarnos la porra de la nada y el vacío? Tú conoces ya la respuesta a este enigma terrible, y a nosotros nos queda seguir en esta tarea del vivir trajinando esperanzas. Sea lo que sea siempre es una derrota, la muerte es siempre una derrota. Porque con la muerte se pierde algo maravilloso, precioso, que es el interior de un ser humano, esa parte de cada uno que nadie conoce y que está formada por nuestros recuerdos, nuestros libros, nuestras canciones, las cosas que quisimos decir y no dijimos, los besos que quisimos dar y nos guardamos… Todo eso que es tan dentro de nosotros se pierde con la muerte: “¡oh muerte! ¿dónde está tu victoria?”…

Después de verte ayer ya muerto para siempre –¿nos morimos para siempre?– me han quedado unas pocas certezas. Ahora sé que es estúpido un mundo capaz de gastar toneladas de dólares en armamento mientras el cáncer es capaz de devorar a las personas rectas: a ti te ha tronchado las ramas de la vida en apenas unos meses, pero ayer tenías el rostro sereno y parece que ni la enfermedad ni la indignidad de los dolores han podido desarbolar los mástiles de tu fe: debajo de los párpados guardabas el rostro de un Dios visto el instante primero tras la muerte. Ahora, después de verte serio y sereno, durmiente y definitivamente abrazado por la túnica de la cofradía de la Noche Oscura, sé que lo único que importa es vivir con la decencia de hacer las cosas que el corazón manda hacer. Frente a este impulso de la generosidad, ¿qué importan los títulos o las honras? Nada, Manolo, nada importan.

Hay lunes que amanecen más lunes y hoy es uno de ellos. Ni siquiera me sirve para ensayar una felicidad que estén como cada día los campos llenos con la luz primera de la mañana, ni siquiera sirven los vencejos hilvanando chillidos sobre las campanas de los conventos –ahora mismo tocan en el convento de tus monjitas de la calle Montiel–, ni siquiera sirve saber que ya estarán los barcos saliendo a pescar ni que andan camino de La Barrosa los niños de tu turno del Campamento. Nada de eso sirve ahora, Manolo, o al menos no me sirve a mí.

¿Sabes? Esta madrugada he recordado la primera vez que pisé el pasillo largo de Acción Católica: yo era un niño y quería ir al campamento. Y me he dado cuenta de que una parte importantísima de mi vida comenzó en aquel pasillo que me llevó a días luminosos de sol y felicidad frente al océano, pero también –y esto es más importante– a algunas de las posesiones más preciosas que hoy tengo en la vida. Yo hubiera sido un hombre muy distinto si un día, siendo niño, no hubiera andado aquel pasillo: posiblemente no habría conocido a mi mujer ni a mis amigos, y es seguro que no os habría conocido ni a “El Viejo” ni a ti. Habría sido otro, no sé quién, no sé cuál, tal vez peor, difícilmente mejor. Porque mucho de lo bueno que pueda haber en mi lo aprendí en aquellos despachos desde los que se oye el ruido de los futbolines y allí, en aquella playa bendita que le regalasteis a Úbeda con tantos desvelos, con tantos esfuerzos, con tantos sacrificios. Mi vida cuajó sus afanes actuales en aquel pasillo y a mi vida el domingo, muriéndote tú, se le murió otro pedazo: nos hacemos mayores cuando cada vez tenemos más trozos de lo que somos pudriéndose en los rincones de los cementerios.

Alguna vez te he dicho que no me gustan los héroes ni los santos, porque me parece que no se implican en la vida normal. Por eso me gustaba tu ejemplo o el de “El Viejo”, porque hicisteis el bien sin dejar de ser personas. O sea, porque fuisteis buenos desde las equivocaciones y los errores, desde los fallos y las discusiones. Fuisteis buenos y no fuisteis perfectos: he ahí la bondad de los que son buenos en la precaria condición del existir. Y ese ejemplo dio frutos: al menos por vosotros sabemos que no todo el esfuerzo cae sobre tierra baldía y que a veces merece la pena luchar por las cosas pequeñas de la vida. Los hay que luchan por los ministerios o las alcaldías: vosotros luchasteis para que todos los niños pudieran tener derecho a un pedazo de playa y una esquina del sol.

No sé como terminar esta carta que no he sabido como empezar. Juan Pasquau dijo un día que a cada uno nos toca morirnos de nuestra propia muerte, que nos morimos solos. Es verdad: la muerte es una definitiva soledad, un abandono infinito: “¡Dios mío que solos se quedan los muertos!”. ¿Te has quedado solo? No lo sé, pero ahora mismo, mientras el sol ha tomado ya posesión de las torres y de los palacios, no lo creo: porque te acompañará siempre nuestro recuerdo. O porque siempre nos acompañaras en nuestros recuerdos. Uno vive, realmente, y está no desvanecido del todo, mientras perdura en el recuerdo de los que lo quisieron. Y a ti será difícil olvidarte: "lleva quien deja y vive el que ha vivido", que dijo Antonio Machado.

Pues eso, Manolo, que te fuiste sin hacer ruido, desatando lentamente la barca de tu vida para que la empujara, tarde adentro, el oleaje de agosto. Lentamente, silenciosamente, pensativamente: te has muerto como has vivido. Rectamente. Tendría que decirte muchas más cosas, pero ya las sabes, que también habla la amistad en las lágrimas que tremolan en los ojos. Solo pedirte que dónde quiera que estés, sea cómo sea ese rincón del universo en que nos perdemos los hombres al morir, recuerdes “que un mismo corazón/ nos une en apretados lazos/ y nunca dice adiós.” No, no quiero decirte adiós, porque no soy capaz de asumir todavía que te hayas muerto. Donde quiera que estés, sea cómo sea ese lugar ingrato de la muerte, siempre unidos.

Tu amigo, que te quiere.

4 comentarios:

Alfonso Donoso Barella dijo...

Otra cosa que se me quedaba en el tintero en referencia a la partida de mentiroso:

Siempre que perdía (en la mayoría de los casos se dejaba perder por el apremio de la hora) lo hacía con soberana tranquilidad y manifiesta alegría (no así nos pasaba a más de uno). Esta vez a vuelto a perder, o quizás a vuelto a dejarse perder, pero lo ha vuelto a hacer como él solo sabía: no dando importancia alguna a la derrota y si al rato de risas y bromas que habíamos pasado.

Hoy sigue, estoy completamente seguro alegre por haber perdido esta partida y ahora le tocará disfrutar de nuestras alegrías, de nuestras vivencias, de "nuestras partidas".

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Creo que cualquier persona que conociera a Manolo Molina no ha dejado de pensar en él desde que el domingo se enterara de su fatídica muerte;se han juntado tantas cosas....debería de haber estado preparando su maleta para irse a la Barrosa y sin embargo se ha ido mucho más lejos. Vivirá para siempre en nuestro recuerdo porque las personas que aportan riqueza en tu vida son las que nunca se olvidan y Manolo nos "educaba y enriquecia el alma" a todos los que nos sentábamos con él un rato a charlar en su despacho. Hasta siempre Manolo, siempre unidos.
P.D. Que forma más bonita tienes de decir las cosas Manolo Madrid,preciosa despedida.

sabiyut dijo...

¿Qué hay después de la muerte? Ni lo sé ni me preocupa.
Lo que si sé es que la vida puede merecer la pena si se cuenta con amigos que son capaces de dedicarte palabras arrancadas del corazón.
Siento lo de tu amigo Manolo. Ojala, pueda leer tu carta.
Ánimo.
Y cómo te diría tu amigo Manolo: “Intenta vivir la vida con alegría que aquí estamos para dos días”. ¡Y se pasan rápido!
Saludos cordiales

Jose Ruiz Quesada dijo...

Bello poema de sentimientos rotos, palabras que brotan del corazón herido con la daga de la muerte. Se ha marchado nuestro amigo Manolo, pero tú lo sentías más que yo, porque eras más amigo..., estabas más unido..., Manolo siempre te guiará como faro en a noche..., un abrazo y comparto tu sentimiento y pena.