
Hay ciudades plenas de virtudes cívicas y laboriosas: Linares. Y es que Linares tiene pulso y se le nota, y eso determina una ambición de crecer que no ha parado de dar frutos desde que los linarenses superaron la crisis profunda de mediados de los noventa. Linares ha sabido trabajar desde la seriedad y la determinación: vinieron los tiempos malos y en lugar de lamentarse en la barra de los bares –estéril vocación tan propia de otras ciudades, señoriales y señoronas, de esta tierra– los linarenses fraguaron un proyecto de modernidad, dispusieron las ilusiones para llevarlo a cabo y han peleado los medios para hacerlo realidad.
En esta empresa tuvo Linares la suerte de cruzar sus caminos con la vida y los afanes de Juan Fernández, uno de esos alcaldes que todos querríamos para nuestro pueblo. Porque más allá del gestor –del buen gestor– el alcalde de Linares ha demostrado tener visión y ambición de ciudad, y ha sido capaz de trazar planos para que sus gentes transiten por la modernidad. Juan Fernández está siendo alcalde sin dejar de ser persona y se le nota que quiere a su gente, y mucho. Por eso, por ejemplo, ha podido crear una zona comercial ejemplar y envidiable –pura modernidad– sin dejar cada año de renovar el voto que su pueblo hizo a la Virgen de Linarejos en los tiempos del cólera: en este alcalde cabe todo el tiempo histórico de Linares, y algún día su nombre será recordado por los linarenses como el de un hombre recto. Juega el alcalde con la ventaja, cierto es, de tener a su favor el viento que sopla el afán emprendedor del alma de Linares. Pero aún así es imposible no reconocerle a Juan Fernández la virtud de haber sabido encauzar impulsos: hoy Linares es una ciudad plenamente moderna porque ha barrido nostalgias y dejadeces, porque sus gentes se han remangado la camisa y han arrimado el hombro y han sabido levantar la voz para que nadie –ninguna administración queremos decir– se olvide de que Linares existe. Y de que con Linares no se juega.
A Linares se le notan el pulso del tiempo que avanza y la conciencia de que la ciudad es cosa de todos. De ahí su plenitud civil y esforzada. Linares ha sabido manejar los ritmos de la modernidad, conjugando fondo y forma: inmerso en el tiempo nuevo, no ha renunciado a su férrea conciencia de sociedad trabajadora, innovadora. Hay ciudades que siguen viviendo como el hidalgo del Lazarillo, revolcándose en la esterilidad de sus blasones y descolgándose de todos los vagones del mañana, por pura apatía. Mientras, Linares se impulsa, y crece y llama y recibe y ambiciona: Linares tiene hambre de mañana.
Solemos ir de compras a Linares. Ahora, las ferias de San Agustín nos siguen llamando para pasear o para soñar con las tardes de gloria y sangre de José Tomás. Y es que las tardes de la feria linarense nos enseñan como descansa y se divierte una sociedad vibrante y ambiciosa. Linares está viva: y eso nos da envidia –sana envidia– a los que vivimos en un cementerio.
(Publicado en Diario IDEAL el 28 de agosto de 2008)
En esta empresa tuvo Linares la suerte de cruzar sus caminos con la vida y los afanes de Juan Fernández, uno de esos alcaldes que todos querríamos para nuestro pueblo. Porque más allá del gestor –del buen gestor– el alcalde de Linares ha demostrado tener visión y ambición de ciudad, y ha sido capaz de trazar planos para que sus gentes transiten por la modernidad. Juan Fernández está siendo alcalde sin dejar de ser persona y se le nota que quiere a su gente, y mucho. Por eso, por ejemplo, ha podido crear una zona comercial ejemplar y envidiable –pura modernidad– sin dejar cada año de renovar el voto que su pueblo hizo a la Virgen de Linarejos en los tiempos del cólera: en este alcalde cabe todo el tiempo histórico de Linares, y algún día su nombre será recordado por los linarenses como el de un hombre recto. Juega el alcalde con la ventaja, cierto es, de tener a su favor el viento que sopla el afán emprendedor del alma de Linares. Pero aún así es imposible no reconocerle a Juan Fernández la virtud de haber sabido encauzar impulsos: hoy Linares es una ciudad plenamente moderna porque ha barrido nostalgias y dejadeces, porque sus gentes se han remangado la camisa y han arrimado el hombro y han sabido levantar la voz para que nadie –ninguna administración queremos decir– se olvide de que Linares existe. Y de que con Linares no se juega.
A Linares se le notan el pulso del tiempo que avanza y la conciencia de que la ciudad es cosa de todos. De ahí su plenitud civil y esforzada. Linares ha sabido manejar los ritmos de la modernidad, conjugando fondo y forma: inmerso en el tiempo nuevo, no ha renunciado a su férrea conciencia de sociedad trabajadora, innovadora. Hay ciudades que siguen viviendo como el hidalgo del Lazarillo, revolcándose en la esterilidad de sus blasones y descolgándose de todos los vagones del mañana, por pura apatía. Mientras, Linares se impulsa, y crece y llama y recibe y ambiciona: Linares tiene hambre de mañana.
Solemos ir de compras a Linares. Ahora, las ferias de San Agustín nos siguen llamando para pasear o para soñar con las tardes de gloria y sangre de José Tomás. Y es que las tardes de la feria linarense nos enseñan como descansa y se divierte una sociedad vibrante y ambiciosa. Linares está viva: y eso nos da envidia –sana envidia– a los que vivimos en un cementerio.
(Publicado en Diario IDEAL el 28 de agosto de 2008)