viernes, 30 de noviembre de 2007

...Y (CONTRA) PROGRES


El progre es un personaje más bien ateillo para el que todas las religiones no son iguales: convencido de que los cristianos son una patulea de intransigentes fanáticos, ha descubierto en el Islam infinitas posibilidades para promocionar la democracia y los derechos de la mujer. Por eso pide que se quiten las cruces de las escuelas –le encanta molestar a los beatos– y pone su multicultural grito en el cielo –islámico cielo, por supuesto– si alguien duda que el pañuelo que llevan las niñas a las escuelas sea símbolo de liberación.

El progre tiene un buen trabajo y un buen sueldo. Y pisos. Y locales. Y vive en una casita repleta de comodidades, que a los ojos del cambio climático su gasto energético es inocente como la caca de los bebés, que no huele. Y tiene chalet en una playa apartada y no urbanizable, según conviene a su espíritu bohemio. Y aunque ruge contra el pelotazo urbanístico, justifica su chalet porque es necesario para su creatividad alternativa (el progre es muy cultural y creativo, eso sí que es verdad). Tiene coche lujosillo y moto, que queda más chip. Y compra ropa alternativa y cara, desenfadada y de marca, para parecerse a Ramoncín. Y, como éste, tiene muchas y progresistas normas para todo el mundo.

El progre –que es muy políticamente correcto– se desvive por la igualdad entre hombres y mujeres y escribe “ell@s”. Y es defensor de los inmigrantes e inmigrantas y de sus derechos. Pero el progre tiene en su casa una dominicana, una ecuatoriana o una española pobre –tanto da– que limpia y plancha y cocina: le paga diez euros al día, que una cosa es pedir que los cabrones de los empresarios paguen sueldos justos –el progre es muy sindicalista– y otra tener que pagarlo él.

Al progre no le van valores como la disciplina y el esfuerzo y cree que todo quisqui tiene que tener lo que quiera, valga o no para ello: eso es la igualdad del progre, que habla mucho y bien, muy literariamente, porque lee a Gala, sigue los programas de Sardá y está encantado con que Boris Izaguirre haya empezado por el Planeta su carrera hacia el Nobel. Y es que el progre es efervescente, chispeante y defensor a ultranza de propiciar un diálogo de franca distensión que permita hallar un marco previo que garantice una premisa etcétera, etcétera…

En fin, que el progre es más feliz que un pincho y está encantado de haberse conocido: se sabe elegido por el destino para educar a los que viven en las tinieblas de la incultura cavernícola y así cualquiera. Porque el progre es, sobre todo, un educador convencido de que el mundo irá sobre ruedas cuando se deje regir por el catecismo de las maravillas progres. ¡Ah, los progres, que no necesitan abuelas porque ellos se bastan para saber lo necesarios que son para que la humanidad viva felizmente guiada por el principio de que todos los hombres son iguales… pero los progres son más iguales que todos los demás!

(PD para suspicaces progres y multiculturales: donde dice “el progre” léase “la progre” y no se enfade nadie).

(Publicado en Diario IDEAL el 29 de noviembre de 2007)

viernes, 23 de noviembre de 2007

CONTRA CARCAS...



Se creen muy distintos los carcas y los progres, pero en el fondo son iguales. Porque ambos practican eso del “haz lo que yo diga pero no lo que yo haga”. Escribiremos hoy del carca, que en el fondo es menos peligroso: se le ve venir desde muy lejos.

El carca tiende a ser creyente con tufillo de beato: de misa de doce y devoto de cinco o seis cofradías. Y bien vestido y bien peinado. Y con un buen trabajo y un buen sueldo y un buen olivar. Y con señora, aunque tiene su lista de amantes y no es desconocido en las casas de putas. Y defensor a ultranza de la familia. Y contrario a los matrimonios homosexuales. Y con casa en el centro y apartamento en la playa. Y con coche de lujo. Y con nostalgia de los años del franquismo aunque haya nacido después de muerto el bicho. Y con muchas normas para todo el mundo. He ahí las ideas del carca, aunque no todas las cumple a rajatabla. Porque el carca se dice defensor a ultranza de la familia tradicional (un hombre, una mujer sumisa y obediente y tantos hijos como Dios quiera mandar); pero, por ejemplo, si es empresario, pues pagará sueldos de setecientos u ochocientos euros, construirá pisos de 60 metros cuadrados y los venderá a precio de mansión, obligará a trabajar jornadas maratonianas que no permiten criar a los hijos y despedirá a las empleadas cuando se queden embarazadas. Por lo demás, el carca es un perfecto defensor de la familia… siempre y cuando no sea la familia de SUS trabajadores.

Ya hemos dicho que el carca es muy creyente, aunque preste atención a según que cosas. Y así, cuando llega Cristo y dice lo del camello y los ricos y la aguja y se queda tan ancho, pues piensa el carca que hay días en los que Dios se levanta con el estúpido subido. Y al llegar a eso de que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha se indigna: porque las almas caritativas –como la suya– tienen que dar a conocer sus obras para que la humanidad los mire agradecida. En fin, que el carca cree en todo lo católicamente creíble, pero teniendo claro que si el más tonto no puede hacer relojes, Dios no puede saber cómo tienen que administrar sus vidas las personas de orden. Y es que el carca es un administrador nato. Está convencido de que para vivir mejor hay que esforzarse más y por eso clama contra las becas y el subsidio de desempleo (siempre se ha dicho que el hambre agudiza el ingenio). Es partidario –eso sí– de los subsidios que le dan al campo, porque es de justicia que los impuestos de los obreros alemanes engorden la cuenta corriente de los olivareros andaluces. ¡Hombre, que hay subsidios y subsidios, que no es lo mismo el parado gandul que el esforzado papihonrado!

En el fondo, los carcas son conscientes de que el mundo mundial está equivocadísimo por no dejarse gobernar por ellos, los poseedores de la verdad absoluta, del verdadero amor a la verdadera familia y de la armonía social basada en eso de “los pobres abajo y los ricos arriba”, que es lo de siempre.

(Publicado en el Diario IDEAL el 22 de noviembre de 2007)

lunes, 19 de noviembre de 2007

APOLOGÍA DE LA LENGUA ESPAÑOLA



Desolado ya y desencantado, Manuel Azaña afirmó que el Museo del Prado valía más que la república y la monarquía juntas. Convencido de la derrota republicana y hastiado por los crímenes de la retaguardia, el envejecido Presidente dedicó sus esfuerzos mejores a salvar el Prado. No sabemos en qué medida le debemos el poder sentir aún la serenidad que nos embarga cuando contemplamos el retrato de Pablo de Valladolid, de Velázquez, o la compasión que nos emociona delante del “Descendimiento” de Roger van der Weyden. El Presidente Azaña descansará en paz, pues su Museo está protegido: nadie puede dañar, impunemente, los cuadros que pueblan sus salas de sueños y pasiones derrotadas.

Encabritado debe andar, sin embargo, el espíritu de Miguel de Unamuno. No porque no goce la sombra de don Miguel con la protección y estima social en que se tiene al museo que guarda su “Cristo de Velázquez”, sino por el desprecio con que cada día se regala a la lengua en que vació toda su vida. Él, que estaba convencido de que sin la lengua española no podía haber patria española y que afirmó que Dios le dio a Cervantes el “Evangelio del Quijote”, no podría soportar los atentados que diariamente se cometen contra la lengua que lo formó como hombre.

Corren malos tiempos para el español. No ya por los juicios de valor que surgen imputando al idioma misiones siniestras como “agente imperial” de una supuesta “España opresora”. Los vientos soplan contra el español porque la lengua es lo cotidiano, que es lo despreciado en eso que Guy Debord denominó “sociedad del espectáculo”. Ahora se valora lo excepcional, pero por chusco, por brusco, por burdo, y el español que se admira no es el sereno idioma de Juan Ramón o Javier Marías sino el histriónico y dislocado de las estrellas televisivas. La mutilación diaria de la excelencia del lenguaje priva a amplísimas mayorías de la posibilidad de estimar la belleza de la elevación espiritual. Pero es que el mundo postmoderno construye medianías: los hueros son los admirados y los hacedores de la realidad piensan que también en la construcción del lenguaje vale todo.

Estamos hechos de palabras: somos en la medida en que podemos hablar, escribir y leer, porque pensamos en palabras, porque sentimos en palabras, porque nos situamos en el mundo desde la circunstancia que nos viene dada por una herencia y un proyecto de palabras. Por eso, cualquier ataque de los que diariamente presenciamos en la televisión es un hecho que nos reduce, que nos empequeñece. Que nos vacía de parte de lo que somos, porque nos priva de capacidad para comprendernos y comprender la realidad desde las palabras en las que somos. El ataque a la lengua española es un ataque contra nosotros mismos, porque esa lengua en que hemos crecido –allí aprendimos a hablar y a leer, allí aprendimos a nombrar la risa y las lágrimas, el olivo que florece y el mar que eleva espumas, allí supimos del beso y de la despedida– es la almendra más íntima de nuestra personalidad. La lengua es un lugar en el que se está, una atalaya desde la que se mira el horizonte del mundo, con sus afanes y sus esperanzas y sus derrotas y sus agonías. Desde ese lugar de la lengua nombramos y señalamos, amamos y esperamos, desde esa atalaya añoramos y recordamos, desde allí encontramos palabras para seguir nombrando los días que se suceden y desde allí vivimos con la conciencia de la vida.

Ningún invento ha revolucionado tanto el mundo como la imprenta, que permitió la producción masiva de libros y periódicos, abriendo continentes enteros y vírgenes para la expansión de ideas. El libro impreso ha sido el gran revolucionario de los últimos cinco siglos: sin él no podemos concebir la elevación del espíritu y el estímulo de la inteligencia que, en impulso continuado, han hecho posible un mundo que ahora presenciamos en ruinas. Vivimos de las sobras y sobre las cenizas de una “edad del libro”, que es una edad de la palabra. Ahora, en la “edad de la imagen”, la televisión se ha convertido en el oráculo de las gentes, reducidas a mera masa que presencia ensimismada una caterva de famosos sin más mérito que el de desguazar diariamente el frágil legado del lenguaje. Ningún otro invento ha propagado la estupidez con tanta intensidad y tanta rapidez: en apenas cincuenta años la televisión ha desandado el escarpado camino que habíamos recorrido de la mano del libro. La palabra marca un esfuerzo, requiere una implicación: por eso llega hondo, por eso cala, por eso siembra y florece. La imagen televisiva, sin embargo, es como semilla sobre el pedregal, golpea y se evapora, encanta y se esfuma. Y miente, porque nos hace pensar que el mundo es la sucesión de imágenes que la televisión dispara: la mayoría se piensa que “se sabe” tanto viendo las noticias en la televisión como leyendo a Quevedo o “La Celestina”. Por eso los creadores de la realidad desprecian a los que se refugian en la soledad del idioma, en su apartamiento recatado y conventual, en su difícil soledad, en su trabajoso enriquecimiento interior.

Releía la otra tarde el “Libro de Buen Amor”. Está la lengua ahí límpida, virgen, niña: el castellano es aún proyecto, un mero trazo sobre la pizarra de nuestra historia: “El fuego siempre quiere estar en la ceniza / porque más arde siempre cuanto más se le atiza”. Relucen las palabras del Arcipreste con el brillo de lo que acaba de estrenarse: son palabras altas y azules, como las tardes de este extraño noviembre. Luego llega uno a la televisión y ve a pseudoperiodistas, novias de toreros, grandeshermanos y demás chamanes de la nueva era y, deprimido, se pregunta qué camino ha recorrido la lengua desde aquellos hontanares del mester medieval para acabar así, humillada, ultrajada.

Lo peor, claro, no son los que violan las palabras y las retuercen hasta dejarlas sin aliento, en ese idioma asfixiado por la estupidez que quieren hacernos hablar o leer. Lo peor es la parálisis que se atisba en cualquier ente o persona con capacidad para frenar esta degradación, esta mutilación cotidiana que el español sufre. Cómo si la lengua en que se escribieron el “Tesoro” de Covarrubias o las “Luces de Bohemia” de Valle o los “Los santos inocentes” de Delibes no tuviera el mismo valor que aquel tesoro que Azaña salvó del furor de las bombas.

No concebimos que alguien pudiera rasgar la tela sagrada de “Las Meninas” y quedara sin castigo. Pero consentimos todos los días que la evangélica lengua de Cervantes sea violentada. La misma añoranza que de España sentía el morisco Ricote sentimos nosotros de la lengua que gatea en el “Libro del Buen Amor”: “que las cosas del mundo todas son vanidat / todas son pasaderas, vanse con la edat”. Salvo la estupidez, que no desaparece: se transforma.

(Publicado en Diario IDEAL el 18 de noviembre de 2007)

viernes, 16 de noviembre de 2007

POLÍTICA CON "P" DE PENA



La penúltima broma es la de Montilla, que ha dicho que la desafección de Cataluña hacia España será definitiva por la cosa de los trenes de cercanías. Y se preguntan el pescador de Barbate y la tendera de Teruel qué culpa tienen ellos del caos que sufren los currantes catalanes, que están pagando el pato de las obras del AVE para los pudientes. Me parece a mí que Montilla –y los otros redentores catalanes– se huelen que los ciudadanos se van a limpiar el culo con las papeletas en lugar de llevarlas a las urnas. Y por eso siguen la regla de oro del incapaz: ten siempre a mano un enemigo al que echarle la culpa de los males que cause tu inutilidad.

El problema de los políticos es que viven en las nubes, que están sin recalificar, y no se enteran de lo que pasa en la calle, recalificada a precio de oro. Por eso se sorprenden cuando la gente coge el mosqueo que se ve por Barcelona. Claro, los políticos andaban felices en sus realidades nacionales y sus estatutos y los trabajadores van y se enfadan porque tardan más en llegar al trabajo que en acertar el gordo de la Primitiva. Los políticos catalanes han dedicado muchos años a mejorar la salud nacional de Cataluña en lugar de mejorar la vida de los catalanes: creían que yendo bien Cataluña irían bien los catalanes. Y cuando los ciudadanos se cabrean porque van regular y a pie, los políticos le echan la culpa a España, que es un socavón que está muy bien para que los nacionalistas y los tiranos sudamericanos entierren las siete plagas causadas por su ineptitud. Cuando su ineficacia mete a los políticos nacionalistas en un atolladero, tienden la muleta de España para que embista el toro del enfado, como hacen Chávez y sus admiradores. Saben que mientras los catalanes o los vascos o los venezolanos se crean eso de la maldad de España, ellos tienen el sueldo asegurado.

España –Cataluña incluida– no ha dejado de ir bien desde que lo anunciara Aznar. Peor andan los españoles, que hacen suyo el cabreo de los trabajadores de Barcelona. Para frenar el enfado el Ministro Caldera promete un salario mínimo de 800 euros… ¡en 2011! Caldera ya sabe que a Rajoy la medida le parece mala para la economía –que le importa más que la gente– pero a ver a quién le echa la culpa del precio del pan o los huevos, que no están esperando a 2011 y suben ya tan rápido como el sueldo de los diputados y el cabreo de los ciudadanos. Si tiene dudas que llame a Montilla o a Chávez, pero no a Acebes, que ese ya le ha echado la culpa a Zapatero, aunque el calzado ha subido menos que el pan.

Cuando fue nombrado Primer Ministro, Winston Churchill dijo que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece. Lo que no especificó es cuánto tiene un pueblo que soportar a sus gobernantes para expiar las faltas que haya podido cometer. O cuándo empieza a merecerse unos mejores gobernantes. Sí está claro que los españoles ya nos hemos merecido demasiado a estos políticos: va siendo hora de coger unos gobernantes de la estantería de los no merecidos.

(Publicado en Diario IDEAL el 15 de noviembre de 2007)

lunes, 12 de noviembre de 2007

LÍRICA DE LAS CAMPANAS



Se ha declarado la guerra preventiva contra las campanas y está siendo sonada la batalla de Jaén, donde un vecino pretende poner sordina a las campanas de la catedral. Se olvidan algunos de que igual que hay palabras fundadoras –tierra, pan, madre– hay sonidos fundadores –el canto del gallo, el rumor del mar, el llanto del niño… el sonido de las campanas–. Sonidos que cimientan un alma, los recuerdos, aquello sobre lo que existimos. Los centros históricos son bellos porque evocan y rescatan, porque conjugan en tiempo presente todos los tiempos idos. Y para esto son imprescindibles las campanas, que interpretan un guión escrito hace muchos siglos pero no por ello menos actual y necesario.

¿Nos pertenece el sonido de las campanas? Seguramente no, porque las campanas forman parte de nuestra herencia comunal, que no es sólo las calles o los museos; también están ahí –inventariados en los registros de la memoria– el sonido de las campanas y el sabor del vino. Lo inmaterial nos pertenece porque sustancia el alma. Por eso no podemos prescindir del cántico de las campanas, que es como una poesía sobre los tejados. En el frío de la noche, Machado encontró a Soria “tan bella bajo la luna” mientras la campana de la Audiencia daba las una. Hay ahora quien no quiere que los poetas escuchen las horas escurriéndose sobre el bronce: acabará molestándonos hasta el frío de las una y los iluminados denunciarán a los que luchen contra el calentamiento del planeta. Por lo que pueda pasar, me quedo en las trincheras del frío y las campanas, disparando con recuerdos de Burgos: la mañana de afilado frío, la nieve en el camino de la Cartuja. Y un balcón abierto para llenar la habitación con el sonido de las campanas de la catedral: júbilo de bronce rompiendo contra el denso algodón del cielo gris, campanas que estallaron su canto antiguo “en la paz de los aires”, que diría Juan Ramón Jiménez.

Hay pueblos desmemoriados: han perdido el sonido de sus campanas. Úbeda es uno de ellos. Mi infancia está llena del sonido de la campana de la Torre del Reloj: grave, jubilosa o urgente, según los casos, testigo sonoro de nuestra historia. Pero desde un tiempo acá la campana del Reloj está cascada: su sonido quebrado no molestaría al silencioso vecino de Jaén, que viviendo a la sombra de la torre de la muralla difícilmente oiría el latir de un esquilón que data de 1574 y pesa 123 arrobas y 14 libras. Aquí, ese vecino jugaría con ventaja, porque será difícil que alguna vez el ayuntamiento devuelva a la campana su voz vieja de aire y anchuras, esa con que anunció la declaración de la ciudad como Patrimonio de la Humanidad. Ahora es un cencerro, que arrastra su agonía por los aires cada hora.

Como esta campana ubetense querrían muchos ver a todas las campanas que llenan el cielo de azules eternidades. El campanicidio está en marcha, por lo que habrá que ir rindiendo homenajes últimos a las campanas: ya sabemos que hoy las campanas no doblan por nosotros sino por ellas mismas.

(Publicado en Diario IDEAL el 8 de noviembre de 2007)

jueves, 8 de noviembre de 2007

VBEDA.COM



El que así como sin querer haya llegado a este blog y lleve un rato aburrido de leer tonterías pueda darse un paseo por la página de la asociación Alfredo Cazabán Laguna, que es, más bien, la página de Ramón Beltrán.

Ramón es una de las personas más inteligentes que conozco, lo que en su caso no está reñido con ser buena persona, situándose así –dentro de una hipotética lista de categorías del alma– en el más alto grado que puede alcanzar una persona, que es aquel en que se conjugan bondad e inteligencia. En el nivel opuesto estarían los tontos que encima son malos, pero esos no se dedican a hacer páginas sino a otros menesteres menos limpios que no enumeraremos aquí para que nadie se de por aludido… aunque seguramente estos son tan tontos –y tan soberbios– que pensarían que la cosa no van con ellos. Tal vez algún día daré algunos nombres de este bajo escalón…

Bueno, a lo que íbamos, que es a www.vbeda.com. De verdad recomiendo que la gente se de un paseo por ahí y husmee en los muchos documentos que tiene. Para los ubetenses de Úbeda, para los amantes de la historia o simplemente para los curiosos, esta página es una mina inagotable que no para de crecer. Por eso, cada día puede uno encontrar una cosa nueva.

Estoy convencido de que esta página y el trabajo paralelo a ella que ha desarrollado Ramón Beltrán/Asociación Alfredo Cazabán, es el trabajo cultural más importante que se ha hecho en Úbeda en mucho tiempo. Hay cositas culturales que se hacen de cara a la galería: aquí, Ramón ha trabajado mirando hacia el fondo de la cultura, que es lo verdaderamente importante. Porque hasta ahora nos han dicho que Úbeda era el no va más de la cultura… pero de una cultura de polvorilla, que sube, estalla, brilla y desaparece. Ahora, Ramón ha arado hondo en el camino de la cultura de verdad, que es la que llega, siembra, crece lentamente y permanece dando frutos.

Ya en Úbeda ha habido antes otros ejemplos de esto: ahí sigue estando Ramón Molina Navarrete y su ejemplar empeño “Ibiut” –titánico empeño– para dar testimonio de cultura fecunda hecha desde casi las trincheras. Porque el caso de estos dos Ramones es un caso de resistencia: cultura que se hace sin recurrir a la teta de la subvención municipal, sin el autobombo a que tan acostumbrados nos tienen colectivos, asociaciones y figurones culturales que no se hartan de recordarnos lo maravilloso que es su trabajo –debidamente pagado por el Ayuntamiento, eso sí–. Un caso de resistencia y de calidad y de hacer cultural de altura.

Esto tiene que hacernos reflexionar sobre la relación entre la cultura y el poder público: ¿puede existir una cultura sobre la base de la subvención o, para ser realmente, la cultura tiene que ser independiente y colarse por los resquicios de la sociedad hasta echar raíces y asentarse? Visto lo visto en Úbeda estoy por quedarme con esta última opción, porque en esta cultura resistente y correosa hay infinitamente más mérito, más sinceridad y más valor cultural que en gran parte de esa cultura oficiosa o subvencionada del brillo, el postín y el espectáculo.

En fin, que ya era hora de que alguien recuperarse, ordenase y nos entregase el gran legado que suponen para nuestra historia y nuestra verdadera cultura tantas publicaciones históricas como dormían en los archivos: los periódicos “Vida nueva” y “La Provincia” o la revista “Ibiut” y libros de Ginés Torres o Pedro Mariano Herrador son ejemplos que pueden encontrarse en la web que recomiendo. Lástima que nadie, con medios económicos, esté dispuesto a apostar por una empresa de este tipo para que pudieran colgarse en internet todas las publicaciones habidas en nuestra ciudad (“Gavellar”, “Vbeda”, las revistas cofrades, “Periódico de la Loma”, etc.).

Por ahora nos queda el consuelo del trabajo del infatigable Ramón Beltrán. Que no nació en Úbeda pero tuvo que llegar para enseñarnos a mirar en la dirección de la cultura valiosa. Lástima que nadie le reconozca este trabajo: al menos le queda, creo, el consuelo de los amigos que con él lloramos por el lamentable estado de lo que debiera ser el núcleo de la cultura en Úbeda, que es la Biblioteca Municipal. Claro, que ahora el culto y reluciente mundo ubetense anda en otras cosas.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

UNA NOCHE EN LA ÓPERA



Ayer volvió la magia de la ópera a Úbeda, después de tantos años. Ciertamente “Il trovatore” puede no ser la mejor ópera del mundo (desmadejada y falta de articulación), pero tiene partes hermosísimas, que emocionan. Es tal vez una ópera hecha para eso, con retales y lugares comunes puramente románticos (los caballeros medievales, los gitanos, la bruja, la muerte por amor, los hermanos que se asesinan sin saber que son hermanos…) que tiene la facilidad de llegar muy hondo con muy poco. Por eso ha venido teniendo tanto éxito desde su estreno. Y fue posible esa emoción pese a que el Teatro Ideal es cualquier cosa menos algo atractivo para ver ópera. No es que sea yo un experto en ópera, pero imagino que un espectáculo grandioso como es la ópera tiene que disfrutarse no en teatros gigantescos sino en teatros con un escenario capaz y un foso en el que la orquesta no esté como banco de sardinas enlatado. Aún recuerdo la impresión que me causó presenciar “Rusalka”, de Dvořák, en el Teatro de la Ópera de Praga, un lugar impresionante. Aún así, ayer el espectáculo tuvo su parte mágica, quizá por las propias limitaciones del sitio, por lo provinciano de la representación, por lo pequeño, por la incapacidad de desplegar toda la fastuosidad de la ópera sobre el escenario del Ideal. De todo lo que pudimos ver, me quedo con Elena Marinova en el papel de Azucena, haciendo que la música llorase en el campamento de los gitanos, en la escena primera del II Acto. ¡Qué voz tan hermosa, tan triste, tan dulce!

La ópera de ayer fue un empeño de Amigos de la Música. Está bien este trabajo: está bien que pueda el público de Úbeda presenciar una ópera de cuando en cuando (¿sería mucho pedir una en otoño y otra en primavera?), ya que los sueldos no nos dan para ir a Madrid a ver ópera en el Teatro Real. Las noches de ópera tienen un sabor extraño: merece la pena el esfuerzo de todos para que esto tenga continuidad.

viernes, 2 de noviembre de 2007

LA COSA DE MORIRSE



Como todos tenemos que morirnos, no acabamos de entender las injusticias de la muerte: ¿cómo pueden morir tan pronto las personas buenas y por qué la muerte tarda tanto en ajustar cuentas con los hijos de puta? Ve uno al cobarde que golpeó a la chica ecuatoriana en el metro de Barcelona o lee al terrorista –y obispo– Setién, y se pregunta en qué anda pensando la muerte algunos días. Y es que es imposible comprender cómo puede llevarse la muerte a tantas madres con niños, a tantos niños con padres o a tantos jóvenes con esperanzas, mientras esquiva a terroristas, narcotraficantes, dictadores, racistas, asesinos… Lo único que se me ocurre es que la muerte puede oler la mala sangre y la rehuye. Y en esto la muerte sí es más sabia que los jueces que sueltan a racistas y que los obispos que comparten misa con Setién. O al menos, tiene la muerte más alto sentido de la dignidad: no mata a la gentuza porque no es capaz ni de acercarse a ellos. Para matar hay que tocar y a algunos hay que pensárselo mucho antes de tocarlos.

Y sabiendo que la muerte es injusta –porque siempre se lleva a los que queremos– iremos hoy a los cementerios. Curioso animal el hombre: Unamuno señaló cómo a lo largo de los siglos han desaparecido las viviendas de las gentes, que se hacían con adobe y paja, pero han quedado sus tumbas, hechas con roca. Siempre ha marcado la muerte una angustia en la existencia del hombre: por eso la necesidad de perdurar, de levantar túmulos para que la memoria no se pierda, para que no se desvanezca el recuerdo de lo que fuimos. Morirse es desaparecer: desaparecen nuestra voz y nuestro olor, nuestros gestos, desaparecen las personas que nos quisieron… Y un día somos una foto sin nombre en un álbum olvidado. Y otro día no somos ni un recuerdo. Por eso nos amontonamos muertos en los cementerios: porque pensamos que el mármol dirá lo que fuimos a los que lean nuestro nombre. ¡Cómo si una vida cupiese en una lápida! ¡Cómo si un puñado de tierra pudiera abarcar un sueño y nuestras memorias!

En eso anda la muerte: en sus dolores y sus injusticias y sus soledades marinas. Ya nos advirtió Manrique que "nuestras vidas son los ríos, que van a dar en la mar, que es el morir". Hay ríos que bajan breves y por breves, tristes; otros, largos y reposados; turbulentos y sangrientos corren los que causan dolor... Por ser como ríos, todos nacemos sabiendo que tenemos de fondo un mar solitario e infinito: hay quienes dicen haber llegado a las puertas de la muerte –donde espera una luz y la película de nuestra vida– y luego han vuelto y por ellos podemos creer que la mar de la muerte es luminosa y hasta plácida, pues nos vuelve a mostrar nuestra niñez. Aunque más que luz y felicidad lo que realmente es la muerte es una putada… Casi siempre: porque no deja de ser justiciera cuando se lleva por delante a los malos de esta película que es la vida: espanta pensar que esa gente pudiera vivir tanto como la almeja encontrada en Islandia.

(Publicado en Diario IDEAL el 1 de noviembre de 2007)