Ayer volvió la magia de la ópera a Úbeda, después de tantos años. Ciertamente “Il trovatore” puede no ser la mejor ópera del mundo (desmadejada y falta de articulación), pero tiene partes hermosísimas, que emocionan. Es tal vez una ópera hecha para eso, con retales y lugares comunes puramente románticos (los caballeros medievales, los gitanos, la bruja, la muerte por amor, los hermanos que se asesinan sin saber que son hermanos…) que tiene la facilidad de llegar muy hondo con muy poco. Por eso ha venido teniendo tanto éxito desde su estreno. Y fue posible esa emoción pese a que el Teatro Ideal es cualquier cosa menos algo atractivo para ver ópera. No es que sea yo un experto en ópera, pero imagino que un espectáculo grandioso como es la ópera tiene que disfrutarse no en teatros gigantescos sino en teatros con un escenario capaz y un foso en el que la orquesta no esté como banco de sardinas enlatado. Aún recuerdo la impresión que me causó presenciar “Rusalka”, de Dvořák, en el Teatro de la Ópera de Praga, un lugar impresionante. Aún así, ayer el espectáculo tuvo su parte mágica, quizá por las propias limitaciones del sitio, por lo provinciano de la representación, por lo pequeño, por la incapacidad de desplegar toda la fastuosidad de la ópera sobre el escenario del Ideal. De todo lo que pudimos ver, me quedo con Elena Marinova en el papel de Azucena, haciendo que la música llorase en el campamento de los gitanos, en la escena primera del II Acto. ¡Qué voz tan hermosa, tan triste, tan dulce!
La ópera de ayer fue un empeño de Amigos de la Música. Está bien este trabajo: está bien que pueda el público de Úbeda presenciar una ópera de cuando en cuando (¿sería mucho pedir una en otoño y otra en primavera?), ya que los sueldos no nos dan para ir a Madrid a ver ópera en el Teatro Real. Las noches de ópera tienen un sabor extraño: merece la pena el esfuerzo de todos para que esto tenga continuidad.
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