Puede que a estas horas los cuarteles generales de la izquierda postmoderna europea estén desolados: el pequeño Nicolás ha arrasado en las elecciones francesas y será el nuevo Presidente de la V República. El político de gesto duro e inteligente, que mezcla a partes iguales moderación y autoritarismo, cinismo y sinceridad, le ha ganado a la glamurosa Sègoléne Royal, la guapa socialista que no ha podido envolverse en el trapo tricolor para, pecho derecho al aire, guiar a las masas –como en el cuadro de Delacroix– en busca de la libertad sin horizontes del tiempo que vivimos. Puede que a estas horas en esos cuarteles generales de la izquierda oficiosa se pregunten qué ha pasado en Francia para consumar una nueva derrota de la izquierda oficial.
En Francia no ha pasado más que lo inevitable: que la izquierda europea se ha desconectado de la realidad. Nicolás Sarkozy ha sabido llegar al corazón real de los franceses. Porque la democracia francesa es, valga la contradicción, una democracia autoritaria. Sègoléne jugó a Cleopatra y los franceses se han quedado con el César. El pequeño Napoleón –el nuevo Napoleón– habló de los grandes conceptos que entusiasman al pueblo francés, ese que en 1968, tras un mes de revolución, acudió a las urnas y votó masivamente a De Gaulle... para luego comenzar a vivir con los principios morales –sobre todo en materia familiar y sexual– de la revolución derrotada. Sarkozy tiene un cinismo a la altura de Francia y la suficiente capacidad como para haber identificado su persona con la V República, el régimen más genuinamente francés que pueden tener los franceses. (Por eso causaron pavor las propuestas de descentralización de Royal o de reforma constitucional para volver a un sistema parlamentario.) Lo que no significa que en Sarkozy no concurran argumentos suficientes como para causar cierta inquietud. Un simple apunte de lo que puede ser: Turquía es fundamental para entender lo que será el futuro del mundo occidental. La negativa rotunda de Sarkozy a negociar nada con el Estado turco –asediado por la marea islámica– puede ser causa de grandes problemas para el futuro de todos nosotros. O atraemos a Turquía o la arrastrará la marea islámica: lean esa espléndida novela que es Nieve, de Orhan Pamuk.
Sarkozy se montó en un caballo blanco para jugar a Napoleón y ha hablado de autoridad, de trabajo, de orgullo nacional. Y obligó a Sègolóne –que no tuvo caballo para jugar a Juana de Arco– a hablar de eso mismo: él montó a caballo, él centró el debate, él ganó las elecciones.
En estas elecciones sólo se ha votado pensando en Sarkozy: a favor suyo, en su contra. Los votos de Royal son votos que se evaporarán: entraron en la urna para contrarrestar la marea bonapartista. Pero están huecos, no hay nada detrás. Detrás de Sarkozy hay una idea de país, una visión del mundo, que puede ser cuestionada porque existe: detrás de Sègolóne una nueva pirueta mitad gaseosa mitad fuego de artificio, otro brindis sin copa que la izquierda hace desde el borde del abismo; en realidad, no hay nada sobre lo que discutir en profundidad.
No se piensen que he llegado a esta conclusión después de sesudas disquisiciones. Ni siquiera he necesitado remover libros de teoría o análisis políticos: anoche durmieron tranquilos estos libros en los estantes de mi despacho. Me bastó con sentarme delante de la televisión y ver el nuevo "programa" de Javier Sardá, que ahora va de viajero. (Si sigue visitando tribus en Iberoamérica tendrá que intervenir la ONU para evitar que contamine aquellas naciones indígenes con la imbecilidad y la maldad que derramó en sus crónicas marcianas durante años aquí, en España.) Que ese y no otro es el cáncer que corroe a la izquierda europea: ha puesto sus “ideas” en el escaparate de los progres de profesión, de los millonarios que cobran por defender cuatro lugares comunes sin sentido y un par de ideas hueras, por vestir “moderno” y cagarse en Dios. El nivel intelectual de la izquierda del momento lo dan los “progres” a lo Sardá: Napoleón se merendó a Sièyes y levantó el arco del triunfo para que los “progres” del momento pasarán por un espacio más amplio que la curva de sus piernas; Sardá, Ramoncín, Boris o Buenafuente no llegan ni al tobillo de Sièyes. Imaginen lo que harán con una izquierda así los nuevos Napoleones.
CODA: La ventaja de los progres españoles es que por estos lares no se aventura un horizonte de caballos blancos porque no hay Napoleón a la vista. Mientras Francia alumbró a Napoleón aquí andábamos en Godoy, Carlos IV y Fernando VII, caterva de tontilocos que mancharon los calzones cuando vieron resplandecer los cascos de Murat por las calles de Madrid. Y ese nivel siguen los que pretenden compararse con el pequeño húngaro: Sarkozy tiene a André Glucksmann; la derecha española tiene a Jiménez Losantos. Eso lo dice todo. Eso aventura larga vida a la propagación de las ¿ideas? de Sardá.
En Francia no ha pasado más que lo inevitable: que la izquierda europea se ha desconectado de la realidad. Nicolás Sarkozy ha sabido llegar al corazón real de los franceses. Porque la democracia francesa es, valga la contradicción, una democracia autoritaria. Sègoléne jugó a Cleopatra y los franceses se han quedado con el César. El pequeño Napoleón –el nuevo Napoleón– habló de los grandes conceptos que entusiasman al pueblo francés, ese que en 1968, tras un mes de revolución, acudió a las urnas y votó masivamente a De Gaulle... para luego comenzar a vivir con los principios morales –sobre todo en materia familiar y sexual– de la revolución derrotada. Sarkozy tiene un cinismo a la altura de Francia y la suficiente capacidad como para haber identificado su persona con la V República, el régimen más genuinamente francés que pueden tener los franceses. (Por eso causaron pavor las propuestas de descentralización de Royal o de reforma constitucional para volver a un sistema parlamentario.) Lo que no significa que en Sarkozy no concurran argumentos suficientes como para causar cierta inquietud. Un simple apunte de lo que puede ser: Turquía es fundamental para entender lo que será el futuro del mundo occidental. La negativa rotunda de Sarkozy a negociar nada con el Estado turco –asediado por la marea islámica– puede ser causa de grandes problemas para el futuro de todos nosotros. O atraemos a Turquía o la arrastrará la marea islámica: lean esa espléndida novela que es Nieve, de Orhan Pamuk.
Sarkozy se montó en un caballo blanco para jugar a Napoleón y ha hablado de autoridad, de trabajo, de orgullo nacional. Y obligó a Sègolóne –que no tuvo caballo para jugar a Juana de Arco– a hablar de eso mismo: él montó a caballo, él centró el debate, él ganó las elecciones.
En estas elecciones sólo se ha votado pensando en Sarkozy: a favor suyo, en su contra. Los votos de Royal son votos que se evaporarán: entraron en la urna para contrarrestar la marea bonapartista. Pero están huecos, no hay nada detrás. Detrás de Sarkozy hay una idea de país, una visión del mundo, que puede ser cuestionada porque existe: detrás de Sègolóne una nueva pirueta mitad gaseosa mitad fuego de artificio, otro brindis sin copa que la izquierda hace desde el borde del abismo; en realidad, no hay nada sobre lo que discutir en profundidad.
No se piensen que he llegado a esta conclusión después de sesudas disquisiciones. Ni siquiera he necesitado remover libros de teoría o análisis políticos: anoche durmieron tranquilos estos libros en los estantes de mi despacho. Me bastó con sentarme delante de la televisión y ver el nuevo "programa" de Javier Sardá, que ahora va de viajero. (Si sigue visitando tribus en Iberoamérica tendrá que intervenir la ONU para evitar que contamine aquellas naciones indígenes con la imbecilidad y la maldad que derramó en sus crónicas marcianas durante años aquí, en España.) Que ese y no otro es el cáncer que corroe a la izquierda europea: ha puesto sus “ideas” en el escaparate de los progres de profesión, de los millonarios que cobran por defender cuatro lugares comunes sin sentido y un par de ideas hueras, por vestir “moderno” y cagarse en Dios. El nivel intelectual de la izquierda del momento lo dan los “progres” a lo Sardá: Napoleón se merendó a Sièyes y levantó el arco del triunfo para que los “progres” del momento pasarán por un espacio más amplio que la curva de sus piernas; Sardá, Ramoncín, Boris o Buenafuente no llegan ni al tobillo de Sièyes. Imaginen lo que harán con una izquierda así los nuevos Napoleones.
CODA: La ventaja de los progres españoles es que por estos lares no se aventura un horizonte de caballos blancos porque no hay Napoleón a la vista. Mientras Francia alumbró a Napoleón aquí andábamos en Godoy, Carlos IV y Fernando VII, caterva de tontilocos que mancharon los calzones cuando vieron resplandecer los cascos de Murat por las calles de Madrid. Y ese nivel siguen los que pretenden compararse con el pequeño húngaro: Sarkozy tiene a André Glucksmann; la derecha española tiene a Jiménez Losantos. Eso lo dice todo. Eso aventura larga vida a la propagación de las ¿ideas? de Sardá.
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