Hay algo oculto en el fondo del Viernes Santo que nos ata, de manera tal vez irremediable, a los ubetenses que ya se fueron y a los que un día nos sucederán en esta larga cadena de las generaciones. Cuando todavía no se ha roto el velo de la oscuridad con que la noche ha querido cercar a la luna de Nisán, las trompetas de la cofradía de Jesús Nazareno rompen la madrugada con sus tristísimos lamentos —que traen, como en un viento antiguo, las congojas todas de este día henchido de adentros—, y es como si en ese momento se estuviese lanzando al aire de las eternidades un pregón, una citación dirigida a los corazones de todos los ubetenses. «Es Viernes Santo, es Viernes Santo», va diciendo la campanilla de Jesús con su tilín tilín sin edades, mientras una multitud con los ojos de sueño y con la piel erizada, se dirige al Llano de Santa María para «ver salir a Jesús». Y allí, delante de la puerta de la Consolada de la vieja colegiata, cuando el horizonte rompa sus tonalidades violetas y naranjas por encima de los cerros de la Alameda, los ubetenses se sabrán ligados a una lista interminable que comenzaron, hace muchos siglos, sus más lejanos abuelos y que luego se ha ido acrecentando con las lágrimas, con las súplicas, con las manos enlazadas en una oración sin dirección ni palabras, una lista incontable que cada amanecer del Viernes Santo ha sumado a la historia del corazón sentimental de Úbeda a miles y miles de ubetenses. «Es Viernes Santo, es Viernes Santo… abrid las ventanas y los balcones, va a pasar Jesús… abrid los corazones de par en par que viene, como una larga flecha morada de melancolías, el Nazareno abrazando su cruz», canta la salmodia de la campanilla de bronce ciudad arriba, camino de la Plaza de Toledo, mientras las gentes aprietan en sus hijos en las aceras de las siete de la mañana para protegerlos del frío del amanecer.
El amanecer concitó en la conciencia de los ubetenses un encuentro ineludible, una especie de alegato colectivo para que Úbeda muestre la fibrosa musculatura que une a las generaciones de los idos, a las generaciones de los presentes y a las generaciones de los por venir en ese lugar íntimo que la Tradición ha construido, año a año, primavera tras primavera, zozobra tras zozobra, en lo más recóndito de las almas despertadas por los vencejos en el albor de la mañana. Y luego, como una masa que se siente unida por el fermento de las emociones buenas, como una masa humedecida por el agua bendita de las tristezas y las emociones compartidas, los ubetenses, en número incontable, han tomado las calles y las plazas, con sus pies cansados y sus chiquillos con tambores de plástico, con los globos retando al sol del mediodía y con los recuerdos de otros Viernes Santos de la infancia y la juventud a cuestas, o con el presentimiento y el interrogante de los Viernes Santos de la vejez o de más allá de la muerte: «¿Cómo serán los Viernes Santos de dentro de cincuenta, de cien años, cuando nosotros ya no estemos?». ¿Puede haber respuesta para tan desgarradora pregunta?
Tal vez, cuando la atardecida declina sus tristezas en arreboles de nubes cárdenas, la Virgen de la Soledad ofrezca una respuesta: la respuesta. Es allí, en el hondón de San Millán, junto al muro ruinoso del monasterio de la Merced, mientras la música de perfil confuso que es el “Stabat Mater” hiere los corazones con la precisión del bisturí, donde la sed del tiempo se sacia. Los otros Viernes Santos, los Viernes Santos de nuestros hijos, y de nuestros nietos, y de nuestros bisnietos, serán así: lánguidos y dulces, hechos con esta emoción que nosotros ponemos a los pies de la Virgen de la Soledad cumpliendo el mandato que viene desde el fondo de la tierra herida de recuerdos en la que descansan los que fueron antes que nosotros. Los otros Viernes Santos serán este temblor de la carne, como este nudo en el balcón de la garganta…
(IDEAL, 6 de abril de 2012)
2 comentarios:
A la espera del paso de "Jesús" por mi calle, me "desayuno" con la entrada de tu Blog de hoy Viernes Santo. ¡Bella, muy bella!, como otras muchas que escribes.
Y a la pregunta que haces de qué pasará el Viernes Santo de dentro de cincuenta, cien años..., respondo humildemente que lo que nosotros, los actuales ubetenses, queramos que pase, porque si transmitimos a nuestros hijos y nietos la llama de la Fe, de la tradición, de las costumbres..., el Viernes Santo y muchas cosas más no desaparecerán, no morirán, no se perderán entre la niebla del tiempo. Lo que se vive y se siente con la intensidad del corazón y la clarividencia de la mente no debe, no puede morir, ni desaparecer.
Un abrazo desde mi balcón, pues sé que vas con tu Manuel de morado acompañando a "Jesús".
Manolo, simplemente excelente. Con tu particular visión del Viernes Santo me llegan a la cabeza recuerdos de niño y como no, dudas de futuro (esas las haces llegar más bien tú).
Magnífico artículo.
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