miércoles, 18 de abril de 2012

RESURRECCIÓN





En el siglo II antes de Cristo, Antíoco Epifanes, rey de Siria, conquista Judea y sienta sus reales en Jerusalén. Desde allí se propone acabar con la religión de los judíos y decreta la obligación de estos de ofrecer sacrificios a dioses distintos a Yahvé. Son muchos los judíos que se niegan a obedecer el mandato del rey sirio, entregando su vida en el altar del martirio. De entre tantas víctimas causadas por la soberbia de los ocupantes, los historiadores hebreos resaltaron los martirios de los siete hermanos Macabeos. Apresados junto con su madre por los esbirros de Antíoco, el monarca les fue ofreciendo uno a uno, por orden de edad, la posibilidad de salvar la vida renegando de la fe de sus ancestros y postrándose ante los dioses paganos. El mayor es el primero en mostrar su negativa, y delante de sus hermanos y de su madre Judas Macabeo se dirige al tormento: le cortan la lengua, le arrancan la piel de la cabeza y el pelo, le cortan las manos y los pies, y los despojos gimientes que de él quedan, son arrojados a una caldera de aceite hirviendo, para que se fría. Uno tras otro, los seis hermanos restantes se niegan a seguir la invitación del rey sirio y todos van sufriendo la tortura terrible del hermano mayor. Antíoco, cada vez más enfadado, cada vez más irritado, es, en el momento en el que el pequeño de los Macabeos es arrojado al aceite, un puro manojo de odio y resentimiento porque ninguno de los hermanos se ha doblegado a sus deseos: sabe que ese gesto moral de resistencia lo ha vencido, se sabe un derrotado delante de los siete cadáveres mutilados e irreconocibles de los Macabeos.

La sed de venganza, el desbordamiento del sadismo, se acrecienta ante la mansedumbre de las víctimas, que vacía más aún a los seres ya vacíos de alma y de sentimientos. Lo estamos viendo ahora: los mercados son como Antíoco Epifanes, no se calman ni aplacan su necesidad de generar sufrimiento con unos presupuestos de nada, y presionan para que haya nuevos recortes que generen más malestares, más dolor, más desánimo. Como ven que las víctimas aguardan mansamente su turno, se crecen y retuercen el tormento. No hay nada nuevo bajo el sol de la historia: la jodida historia es siempre la misma, la de los antíocos y los macabeos, eso es la historia. Y la tierra prometida –la Europa de la acogida y del bienestar, de los derechos sociales y de las libertades, del laicismo y de la democracia– cada vez se nos figura más una ficción, el espejismo que se atraviesa en nuestra caminata por el duro desierto y nos llena de ilusiones fugaces.

La historia está ahí con su carga de dolor. Hasta que de pronto, en ella, la primavera se instala con sus tardes azules y sus mañanas cuajadas de vencejos haciendo posible una esperanza. ¿Qué es la resurrección? Ese renacer de la vida ajeno a los tejemanejes de los hombres, ese triunfo de lo esencial por encima de la costra vil de nuestros intereses y nuestros cálculos. La resurrección es la necesaria metáfora para intentar el rescate de un mundo enfermo gobernado por seres sin alma: ¿resucitaron los macabeos? Es imposible imaginar la resurrección de los cuerpos desfigurados y retorcidos, pero es fácil pensar que la resurrección es una continuación de la vida por otros cauces, y en este sentido la muerte de los macabeos, como la del propio Jesús de Nazaret, es ejemplar. Porque la muerte del inocente, su holocausto en pos de un alto ideal que lo supera y que pone en las manos del corazón del mundo, es un modo de trascendencia, una no rendición a los ejércitos de lo necesario. ¿Resucitaron los macabeos? ¿Resucitó el Nazareno? Más nos urge sabe si podremos resucitar nosotros, nuestras sociedades, nuestros valores, después de la pasión y muerte a que nos somete el neoliberalismo. ¿Será posible la resurrección? Pudiera ser si no nos rendimos, si nos abaten con la boca llena de palabras puestas en la dirección del viento.

(IDEAL, 12 de abril de 2012)

2 comentarios:

Miguel Pasquau dijo...

La resurrección no es una metáfora, sino que fue una experiencia. No una experiencia científica, sino personal: la resurrección es el pentecostés, Manolo. Es decir, la experiencia de los discípulos de Jesús de que seguía vivo y de que la muerte no acabó con todo. Es decir, que nada de lo ocurrido había sido en vano. Sin el pentecostés, la resurrección no sería nada.

En el fondo es lo que tú dices, pero se añade el dato empírico de la experiencia...

ftz dijo...

`Los evangelios nos cuenta una experiencia, una experiencia de la que son protagonistas unos pobres pescadores que nos la cuentan a su manera. Y ellos afirman y creen que Jesús sigue vivo.
Como siempre un magnífico artículo.
Un abrazo