Demos por bueno que el rey realizó un alarde de generosidad en la Transición —¿tenía otra alternativa si quería conservar el trono?—, y que tuvo un gesto de coraje democrático durante el tejerazo; demos por bueno que el rey es uno de los grandes activos exteriores del país, aunque no sepamos por qué agradecerle que desempeñe bien un papel generosamente pagado. Aún dando todo eso por bueno y aceptándolo sin hacernos preguntas ni pretender respuestas, no podemos menos que concluir que en Juan Carlos I anida un Borbón que lo traiciona: el viaje a Botsuana a cazar elefantes demuestra que en el fondo del Borbón hay... un Borbón. Y eso se nota para lo malo y también para lo bueno: es un Borbón para cazar elefantes con una princesa alemana mientras el país se hunde cada día un poquito más, pero también es un Borbón para salir ante las cámaras a pedir disculpas. Como en sus antepasados, en el rey se mezclan a partes iguales los caprichos del Borbón que sigue sin entender el papel simbólico y ejemplar de la Corona, y que sólo a regañadientes acepta las limitaciones personales y privadas que se derivan de esa obligación de ejemplaridad moral, y la campechanía de quien como un abuelo más pillado in fraganti tiene que salir de su habitación a pedir disculpas.
Que el rey haya reconocido que se ha equivocado —aunque sin especificar en qué se equivocó— es un gesto que lo honra, sobre todo en un país en el que nadie —ningún político, ningún banquero, nadie de semejante ralea— reconoce sus errores. El rey ha pedido disculpas. Y está bien, aunque lo haya hecho obligado por las circunstancias: debajo de su cadera rota se abría un abismo que amenazaba con engullir a la propia monarquía. El desconcierto de la sociedad española, cada día más consciente de que no existen soluciones para la situación que padece, comienza a desbocarse y también la estabilidad del sistema político puede ya ser devorada por los vórtices de algo más profundo, más sistémico, más devastador que una simple crisis económica. En medio de una situación que puede estallar en cualquier momento en variables desconocidas, el rey ha tenido el desparpajo de irse a cazar elefantes a África: el irresponsable gesto lo ha dejado desnudo delante de la sociedad española. El velo de respeto con el que los españoles cubrían al monarca, se ha roto con la fechoría real, que ningún conspirador republicano podría haber diseñado mejor.
Nada volverá a ser igual con respecto a la corona. Los españoles ya saben que una cosa son las palabras de los discursos reales —“el paro juvenil me quita el sueño”— y otra las verdaderas preocupaciones de los Borbones. A partir de ahora, los ciudadanos tienen derecho a saber dónde están los miembros de la familia real y a qué se dedican: cuando se recorta brutalmente en sanidad, en educación, en asistencia de los más débiles, tienen que acabarse las cacerías y los viajes secretos junto a una sospechosa corte de los milagros. Y tienen que cortarse, de tajo, los deslices: el que no sepa estar a la altura de la responsabilidad que le viene dada por su sangre (si aceptamos la sangre como un principio válido de gobierno, tendrán que aceptar las limitaciones que impone la sangre), que se vaya. La monarquía no se justifica por parámetros democráticos sino por parámetros meramente morales, y por eso no puede olvidar que está especialmente atada al concepto de ejemplaridad. Y ya, también, al de transparencia.
Botsuana ha abierto, un poco más, el camino hacia la República, pero no hay que tener prisa en recorrerlo. Nos guste o no la monarquía ha aportado estabilidad a un país tan complejo como España. Y lo último que necesita una sociedad al borde del colapso es una crisis institucional y política. Y, además, la República no se merece venir como resultado de la descomposición y rabia del país: tiene que ser el fruto redondo y fresco de la voluntad cívica, madura y democrática de una sociedad mayor de edad.
(IDEAL, 20 de abril de 2012)
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo con tu último párrafo.
Es cierto que esta vez si ha metido la pata y se ha visto. Tambien pienso que el ultimo parrafo es muy sensato. No esta el horno para bollos y la mayoria de la gente no estaria preparada para un cambio ahora.Ademas es como para pensarselo viendo a los franceses tan encerrados en si mismos hablando de "la republica" por no decir la patria, nosotros y solo nosotros. Tampoco parece que podamos esperar una gran republica federal europea.
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