martes, 26 de abril de 2011

EL ESPANTO Y LOS NIÑOS





He visto las fotos de las víctimas de Chernobil. Veinticinco años después, todavía hay cientos de niños que padecen cáncer o que son víctimas de enfermedades verdaderamente horripilantes, que los convierten en una especie de monstruos, comidos por tumores que los deforman o desfigurados como muñecos de plastilina. Al final, los niños acaban siendo siempre los pagadores de todos los engendros de la humanidad. Que paguemos los adultos puede resultar hasta justo, como respuesta a nuestra estupidez, a nuestra soberbia. Que paguen los niños es un acto esencialmente inmoral: no pueden ser los niños los que paguen la crisis que desató la ambición de unos banqueros que en un mundo decente deberían estar ya encarcelados, no pueden ser los niños los que paguen las ansias de sangre de los tiranos de Libia o de Siria, no pueden ser los niños los que paguen el engreimiento de una especie que se cree puede controlar y dominar la naturaleza. Los niños son el límite y la respuesta para todas las preguntas, porque los niños son lo único realmente sagrado, lo único realmente intocable que existe. Por eso, a la pregunta de si tiene sentido mantener la energía nuclear sólo se puede responder con una pregunta ética: ¿pueden los niños ser víctimas de un error nuclear? La respuesta está dada, dada desde hace veinticinco años.

Porque la respuesta está en los ojos de los niños: quien quiera conocer la verdad, que los mire, y que piense si es capaz de defender que frente a esos ojos limpios no declinan todos los derechos, todos los avances, si no hay que rechazar y oponerse a todo lo que pueda llenarlos de lágrimas. Nada hay más repugnante, nada causa más espanto, que el sufrimiento de un niño. Por eso, urge reinventar un mundo que ponga en la protección de los niños su norte moral: no es bueno lo que puede causar daño a los niños, no son dignos de compasión quienes causan daño a los niños.

No hay comentarios: