miércoles, 13 de octubre de 2010

HACER LAS MALETAS




En estos días, la radiografía del país sin pulso en el que se está convirtiendo España la ofrecen las biografías de varias decenas de jóvenes que ofrecen los periódicos. Jóvenes que dedicaron muchas horas de su vida a estudiar y formarse, con el convencimiento de que eso les serviría para encontrar una vida mejor, y a los que ahora, la realidad de la crisis ha puesto delante del incontestable muro de lo específicamente español, que es el desprecio por el saber, por la educación, por el esfuerzo, por la formación, por el trabajo bien hecho. Muchos de esos jóvenes no encuentran ya más remedio que hacer la maleta, meter en ella sus títulos y su capacidad de sacrificio, y atravesar los Pirineos camino del mundo civilizado, que es ese que ha conformado su contemporaneidad sobre las bases de la investigación, la innovación y la formación. Se aventura, pues, en el horizonte un éxodo de las que pueden ser las mejores cabezas del país, aquellas que tal vez podrían librarnos de la maldición económica en que nos ha metido la ambición de unos y la torpeza de una casta política sólo comparable por su incompetencia y su desfachatez a la italiana o la griega.

Hasta 1939, miles y miles de españoles se veían obligados a abandonar el país por causas políticas, y entre aquellas masas de desheredados se marchaban de España –para buscar cobijo en las universidades europeas, estadounidenses o hispanoamericanas– las mentes más lúcidas, los más brillantes. Ahora, en los albores del siglo XXI, la tragedia es mayor aún, pues nuestros hermanos pequeños, nuestros hijos, nuestros nietos, se van a ver obligados a irse de España no ya porque tengan miedo a ser perseguidos por sus ideas, sino simplemente porque aquí no pueden ganarse la vida con dignidad, porque aquí la filosofía empresarial se basa en la explotación de los trabajadores en lugar de en su integración en un proyecto, porque aquí los políticos desprecian la excelencia, la tecnología, la capacitación. Y porque a todos nos sigue pareciendo una inmoralidad que un médico o un arquitecto o un ingeniero o un profesional del derecho o de la docencia, gane no se cuantos miles de euros después de muchos años de privaciones y esfuerzos, tantas veces compartidos por sus familias, pero nos parece perfecto que los gane cualquier «chapuzas» que abandonó el colegio cuando tenía quince años y que se reía de sus compañeros y amigos que seguían estudiando. Hasta ayer, los mejores tenían que irse para no que no los matasen, hoy tienen que irse porque no pueden vivir.

Por desgracia, la realidad vuelve a empecinarse en no ajustarse a la vacua palabrería del Presidente del Gobierno, que en medio de su insensata ceguera debe seguir pensando que basta con que él deseé algo para que lo real se transforme a la medida de sus deseos. Nos cuenta ZP –nos cuentan también los reyezuelos autonómicos–, que se hace un esfuerzo en la educación, que no se recorta en investigación o en desarrollo, pero nada de eso es como dicen. Porque los datos se empeñan en demostrar que estamos a la cola del mundo desarrollado en esos temas. Y porque más allá de lo que desde el Estado se pueda invertir en estos asuntos –invertir no significa invertir bien, porque con este sistema educativo la inversión supone dilapidar el dinero público– el problema es la mentalidad de los propios españoles. No podremos tener un país mejor mientras los empresarios no sean conscientes de que sus empresas no alcanzarán niveles europeos de rentabilidad o productividad, mientras sigan tratando a patadas a sus trabajadores en lugar de incentivarlos para que asuman como propia esa empresa. Ni mientras el país no entienda que es justo que los que se han esforzado para estudiar, los que se han cualificado es justo que cobren más que el resto. Pero esto no tiene visos de llevarse a cabo en España, y el desánimo que provoca un paro que nadie puede reducir, ha acabado con las ilusiones y la paciencia de miles de jóvenes.

Dentro de poco veremos a muchos médicos, geólogos, filólogos, ingenieros o filósofos emprender el camino sin retorno que los conduce a Europa o a los Estados Unidos, ayudando con su capacidad de esfuerzo, con sus ganas y con sus conocimientos a que sigan prosperando unas sociedades que no son las suyas, pero que serán las de sus hijos. Y mientras, el país en el que nacieron seguirá empobreciéndose, dilapidando el sacrificio de tantas generaciones como nos antecedieron en la lucha por un país simplemente europeo. Mientras nuestros jóvenes formados se marchan, España seguirá tan irresponsablemente feliz como ahora, tan insensatamente feliz.

(IDEAL, 2 de octubre de 2010)

1 comentario:

E. Santa Bárbara dijo...

Mentira, todo mentira... En Educación se llevan haciendo recortes en los últimos años y el de este curso está siendo brutal. Luego, engañan a los padres con un ultraportátil, que la mayoría de los maestros no sabe utilizar, para que parezca que avanzamos.

Vamos para atrás, nuestros alumnos cada vez saben menos y son menos competentes. Los libros de texto repiten lo mismo un año y otro..., los docentes estamos desautorizados ante unos padres que son cómplices de sus hijos. Es un desastre y una frustración.