Releó la historia de Antígona: en su altísima dignidad está la claridad fundadora de nuestros valores morales. Mientras, llegan por Internet las imágenes crudísimas de la agonía de Neda Salehi Agha Soltan, la joven iraní asesinada por la guardia pretoriana de Ahmadineyad durante las manifestaciones contra el pucherazo electoral. Dios y los hombres quieren esconder los cuerpos de las mujeres, pero Neda se muere en pantalones vaqueros y su rostro ensangrentado resume la historia de todas las mujeres del mundo y sus sufrimientos. En algunos periódicos la han llamado “el ángel de Irán”, pero a mí su cuerpo desmadejado, sus ojos vueltos y agonizantes, sus estertores últimos, me recuerdan a una Victoria de Samotracia que quiere poder volar, levantar un grito, una voz, un aullido de rabia en nombre de tantas mujeres víctimas de tantas tropelías. La han asesinado, a tiros, con la soberbia del macho que todavía se cree la historia de la costilla, pero puede que su voz y su cuerpo roto de universitaria sean ya una metáfora posmoderna de Antígona, y que haya fundado en la antigua Persia no sabemos qué imperio de la decencia frente a los burkas y los velos que protegen las multiculturalistas y los multiculturalistos de estos lares.
Releo la historia de Antígona, su oposición feroz al poder cobarde, y descubro que son los griegos los que nos fundan como personas. Y a través de las ondas de la radio me llegan las palabras de Francisca Hernández, que resuenan como un dedo acusador de los silencios y las complicidades. Porque la viuda del último asesinado por ETA se ha atrevido a decir que los presos de ETA no son presos políticos, que son asesinos, y que no hay derecho a que sus familias reciban dinero público para montar romerías euskaldunas y criminales para acudir a visitarlos y jalearlos. Los del PNV, claro, se han sentido directamente acusados por las palabras de Francisca Hernández, y dicen que las viudas no deben hablar, sobre todo si las viudas señalan la complicidad y los guiños de tantos años.
Pero es necesario que hablen las viudas y las madres rotas a las que les asesinan hijos, y es necesario que hablen, griten, las mujeres ultrajadas, violadas, las niñas acosadas y prostituidas, es necesario y es urgente que se alce como una marea bajo la luna llena la voz de las mujeres, porque son ellas las que a lo largo de la historia han ido tejiendo decencias, dignidades, con dolores masticados en soledad, con sufrimientos callados, con lágrimas resecas sobre la cara. Porque ellas han padecido las guerras sin estar en los campos de batalla, porque ellas han cavado las tumbas para los hijos que les sacrificaban los generales, porque ellas han curado los cuerpos de los hombres, sus almas, pese a que tantas veces los hombres no merecemos esos mimos, esas caricias. ¿No sería mejor el mundo si los hombres –y las mujeres como Bibiana Aído– nos callásemos y sólo se escuchase la respiración final y verdadera de Neda, la rabia y el llanto de Francisca, la dignidad de las mujeres dignas?
(Publicado en Diario IDEAL el día 25 de junio de 2009)
Releo la historia de Antígona, su oposición feroz al poder cobarde, y descubro que son los griegos los que nos fundan como personas. Y a través de las ondas de la radio me llegan las palabras de Francisca Hernández, que resuenan como un dedo acusador de los silencios y las complicidades. Porque la viuda del último asesinado por ETA se ha atrevido a decir que los presos de ETA no son presos políticos, que son asesinos, y que no hay derecho a que sus familias reciban dinero público para montar romerías euskaldunas y criminales para acudir a visitarlos y jalearlos. Los del PNV, claro, se han sentido directamente acusados por las palabras de Francisca Hernández, y dicen que las viudas no deben hablar, sobre todo si las viudas señalan la complicidad y los guiños de tantos años.
Pero es necesario que hablen las viudas y las madres rotas a las que les asesinan hijos, y es necesario que hablen, griten, las mujeres ultrajadas, violadas, las niñas acosadas y prostituidas, es necesario y es urgente que se alce como una marea bajo la luna llena la voz de las mujeres, porque son ellas las que a lo largo de la historia han ido tejiendo decencias, dignidades, con dolores masticados en soledad, con sufrimientos callados, con lágrimas resecas sobre la cara. Porque ellas han padecido las guerras sin estar en los campos de batalla, porque ellas han cavado las tumbas para los hijos que les sacrificaban los generales, porque ellas han curado los cuerpos de los hombres, sus almas, pese a que tantas veces los hombres no merecemos esos mimos, esas caricias. ¿No sería mejor el mundo si los hombres –y las mujeres como Bibiana Aído– nos callásemos y sólo se escuchase la respiración final y verdadera de Neda, la rabia y el llanto de Francisca, la dignidad de las mujeres dignas?
(Publicado en Diario IDEAL el día 25 de junio de 2009)
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