viernes, 12 de junio de 2009

AVIONES Y PATERAS



En realidad sólo nos importa el sufrimiento de aquellos con los que podemos identificarnos, esos que tienen vidas similares a las nuestras, trabajos parecidos, problemas como nuestros problemas. Por eso nos sobrecoge la tragedia de los pasajeros del avión desaparecido en el Atlántico. Pensamos que nosotros podríamos haber ido en ese avión, con nuestras fotos y nuestras felicidades y con las ganas de llegar a casa y contar lo vivido. Pero por eso mismo nos resulta indiferente la tragedia de la patera que, cargada de embarazadas y bebés, naufragó frente a las costas de Tánger: estamos convencidos de que nuestras desesperaciones nunca nos empujarán hasta el extremo de tener que viajar agarrados a las manos de la muerte para conseguir un futuro mejor para nuestros hijos.

Veo a Manuel durmiendo y no puedo evitar que acudan a mi pensamiento los bebés que se ha tragado la mar –que no entiende de inocencias ni de sueños– los padecimientos que pasaron antes de llegar a esa barcaza naufraga de mañanas, los anhelos o las desesperaciones que sus madres debían tener mientras los abrazaban para protegerlos del viento de levante y de los coletazos de las olas contra el costado de la barca perdida ya en la inmensidad salobre que en pocas horas convirtió a sus niños en pasto de peces y de corales. Miro a mi hijo y pienso en los hijos de todos aquellos que carecen de lo básico –que es un trozo de pan y un colchón y un chorro de agua limpia y un cuaderno–, en los hijos de los que atraviesan selvas y desiertos y mares para intentar llegar a nuestro mundo estúpido, miro los ojos azules de Manuel y me invade una extraña desazón, como si en ellos latiera la acusación de que yo también soy responsable –culpable– de este mundo que un día le dejaré en triste herencia y en el que sigue siendo posible que el mar se trague a los niños que carecen de pan y de futuro. Y a veces es peor aún, porque su risa me acusa de las risas que se han perdido entre los bancos de jureles, frente a las playas de Cádiz, y sus carcajadas y balbuceos me preguntan si me importan tanto los niños que malviven en las costas de Marruecos esperando una barcaza que los traslade a esta Europa deshecha que los desprecia, como los pasajeros del Airbus que se tragó el océano. Y yo, la verdad, es que no sé qué contestarle porque apenas tengo ya certezas, salvo esa de que todos los sufrimientos son un único sufrimiento que atraviesa la vida del hombre desde el inicio de los tiempos, aunque puede que el dolor de quienes durante su vida sólo han conocido el padecimiento sea más dolor y por ello más injusto.

Nuestro sentido de la compasión está averiado: nos importan menos quienes más sufren. Lo cierto es que sólo nos importamos nosotros, que soñamos con sobrevolar el mar, y por eso las embarazadas y los bebés ahogados no merecen seguimientos en las primeras páginas de los diarios, barcos de búsqueda o aviones de rastreo, ni siquiera una lágrima perdida frente a la televisión, que nos ha secado los ojos.

(Publicado en Diario IDEAL el día 11 de junio de 2009)

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