Ya decía mi abuelo que quien hace la ley hace la trampa. Y si la ley electoral dice que la campaña durará quince días –para proteger, claro, la salud psíquica de los ciudadanos– los que hicieron la ley y sus plazos se han inventado la trampa, o sea la precampaña, algo que comienza el día después de cada elección y no tiene fecha de caducidad. Y así, vivimos en permanente jolgorio electoral, que es un infantilismo de la política, hecha a imagen y semejanza de una ciudadanía mema y recortada.
Ya ni recordamos las semanas que llevamos padeciendo a los candidatos, que se han aprendido el papel de simpáticos y eficaces y nos regalan sus promesas y sus sonrisas mejores. Quieren caernos bien y que no mentemos a sus santas madres cuando vemos la nómina: ahora no hay que hablar de precios ni salarios, que la campaña es “la fiesta de la democracia” y toca ilusionarnos aunque estemos velando nuestra economía familiar. ¡Marchando una de ilusión! Lo que pasa es que, como siempre, nadie nos ha preguntado si nos apetece que nos ilusionen ahora, con la que está cayendo y la que va a caer. Porque aquí ya nos hacemos cruces y cada mañana rezamos aquello del “Virgencita, que me quede como estoy”. Los ciudadanos de a pie vemos las cosas grises, que se ha puesto el mundo cuesta arriba, pero los políticos están más felices que Morgan y cada día nos sirven un plato de ilusión: que si más pisos más becas más sueldos más pensiones más sanidad más árboles más Internet menos impuestos más… ea, euros a manos llenas para todos, que estamos que tiramos el presupuesto por la ventana. ¡Vamos abriendo las puertas que llega la España de las maravillas!
Como el maná electoral sale gratis y la campaña la pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos, andan todos desbocados viendo quién promete la maravilla más maravillosa. Si hicieran todo lo que llevan cacareando desde hace semanas, los españoles seríamos la envidia de suecos y alemanes. Pero esto es como la primera vez que yo vi a Curro Romero en la Maestranza de Sevilla. Salió el de Camas y dio –debajo del Palco Real– seis verónicas de ensueño. El currista de al lado se puso al borde del infarto. Luego, se cerró el tarro de las esencias y culminó Curro una faena desastrosa. Y le gritaba el currista, en medio de un pasmoso dominio de todos los insultos de la lengua del Lazarillo: “¡Primero nos ilusionas y luego nos fusilas!” Pues eso, que ahora toca ilusionarnos y ya mañana nos fusilarán con la realidad y sus afanes.
Las elecciones son como el sueño de una noche de verano: que se anhela tocar las estrellas pero se despierta uno empapado en sudor y muerto de sed. Porque esto al final será como siempre: el reparto del mundo y de la economía consiste en que las vacas gordas les tocan a los de arriba y las crisis económicas a los de abajo. ¿Hay algún candidato –los iluminados de IU no juegan– que sepa darle la vuelta a la tortilla? Pues que levante la mano de una vez.
Ya ni recordamos las semanas que llevamos padeciendo a los candidatos, que se han aprendido el papel de simpáticos y eficaces y nos regalan sus promesas y sus sonrisas mejores. Quieren caernos bien y que no mentemos a sus santas madres cuando vemos la nómina: ahora no hay que hablar de precios ni salarios, que la campaña es “la fiesta de la democracia” y toca ilusionarnos aunque estemos velando nuestra economía familiar. ¡Marchando una de ilusión! Lo que pasa es que, como siempre, nadie nos ha preguntado si nos apetece que nos ilusionen ahora, con la que está cayendo y la que va a caer. Porque aquí ya nos hacemos cruces y cada mañana rezamos aquello del “Virgencita, que me quede como estoy”. Los ciudadanos de a pie vemos las cosas grises, que se ha puesto el mundo cuesta arriba, pero los políticos están más felices que Morgan y cada día nos sirven un plato de ilusión: que si más pisos más becas más sueldos más pensiones más sanidad más árboles más Internet menos impuestos más… ea, euros a manos llenas para todos, que estamos que tiramos el presupuesto por la ventana. ¡Vamos abriendo las puertas que llega la España de las maravillas!
Como el maná electoral sale gratis y la campaña la pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos, andan todos desbocados viendo quién promete la maravilla más maravillosa. Si hicieran todo lo que llevan cacareando desde hace semanas, los españoles seríamos la envidia de suecos y alemanes. Pero esto es como la primera vez que yo vi a Curro Romero en la Maestranza de Sevilla. Salió el de Camas y dio –debajo del Palco Real– seis verónicas de ensueño. El currista de al lado se puso al borde del infarto. Luego, se cerró el tarro de las esencias y culminó Curro una faena desastrosa. Y le gritaba el currista, en medio de un pasmoso dominio de todos los insultos de la lengua del Lazarillo: “¡Primero nos ilusionas y luego nos fusilas!” Pues eso, que ahora toca ilusionarnos y ya mañana nos fusilarán con la realidad y sus afanes.
Las elecciones son como el sueño de una noche de verano: que se anhela tocar las estrellas pero se despierta uno empapado en sudor y muerto de sed. Porque esto al final será como siempre: el reparto del mundo y de la economía consiste en que las vacas gordas les tocan a los de arriba y las crisis económicas a los de abajo. ¿Hay algún candidato –los iluminados de IU no juegan– que sepa darle la vuelta a la tortilla? Pues que levante la mano de una vez.
(Publicado en Diario IDEAL el 21 de febrero de 2008)
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