viernes, 28 de agosto de 2009

PARA IMITAR, LINARES



En abril de 1960 Juan Pasquau se refería a Linares como el hijo “emprendedor, juvenil, ardiente, eficiente” de Jaén, que “trabaja, estudia y vibra”. Linares sería para el sabio cronista ubetense una ciudad hecha “para el esfuerzo y la lucha, para el ímpetu alegre, para la dinámica euforia estimulante”, un “plantel de esperanzas”. Y terminaba concluyendo que Linares es una ciudad para imitar.

La sana envidia que desde muchos puntos de la provincia se ha tenido por Linares viene de largo, como puede verse. En realidad, el crecimiento experimentado por la antigua ciudad minera no ha hecho sino acrecentar esa sensación de vitalidad, de desbordamiento laborioso que Linares tiene. Aunque otros pueblos de Jaén –Baeza, Mancha Real, Alcalá la Real...– han crecido y prosperado en los últimos años, a muchos el progreso de Linares, su pujanza económica y su dinamismo social nos siguen pareciendo envidiables. ¿Cuánto de mito y cuánto de realidad hay en esta visión que de Linares se tiene desde otros puntos de Jaén? Es difícil saberlo. En realidad es imposible: nuestra visión de Linares está condicionada, desde hace muchos años, por esa aureola –trazada por Juan Pasquau hace medio siglo– de pueblo emprendedor, dinámico y capaz de sobreponerse a los baches que la historia pone en su camino. Con Linares –vienen a decir los linarenses– no se juega.

En estos cincuenta años Jaén ha cambiado, pero siguen conservándose muchas de aquellas formas –revestidas, eso sí, de nuevos usos y lenguajes y protocolos– clientelares, casi caciquiles, que atenazaban a nuestra tierra allá por 1960. Tal vez el mito minero e industrial del Linares de entonces, con su aureola de lucha y oposición cívica y sindical al franquismo, haya pervivido en la memoria de los otros pueblos de Jaén: Linares sería como una mástil que despuntaba por encima del ambiente pueblerino, provinciano, atrasado del Jaén de siempre. Linares sería la vanguardia de la provincia. ¿Lo sigue siendo? Posiblemente sí: no olvidemos que Linares ha sido, por ejemplo, la primera gran ciudad de Jaén en crear un centro comercial dinámico, estimulante. Linares, guste o no, ha conseguido seguir estando impregnada de vitalidad: la linarense es una sociedad en movimiento, sobrepuesta a cualquier tipo de estancamiento. En Linares la vida civil se palpa en la calle.

Ahora las fiestas de San Agustín remansan a Linares en una plácida diversión –merecido descanso en medio del traqueteo de los afanes cotidianos–, en una modorra festiva que inunda de gentes felices las tardes de calorazo por el Paseo de Linarejos. Me gusta ese ambiente festivo del Linares a la media tarde de San Agustín, cuando los alrededores de la Plaza de Toros se llenan de recuerdos antiguos y manoletinos de quienes acudimos en peregrinación para ver a José Tomás, para venerarlo y elevarlo a los altares de la tauromaquia. Linares, también en el toreo, está hecho de rituales viejos y de mitos. Por eso convoca con la fuerza viva de las citas ineludibles: al fin, a los jiennenses siempre nos quedará Linares.

(Publicado en diario IDEAL el día 27 de agosto de 2009)

viernes, 21 de agosto de 2009

ENCANTAMIENTO DE ORO




Guarda los restos de la ciudad más antigua de Europa, pero el Alcázar es un cinturón de murallas ruinosas y gimientes, piedras amontonadas sin gloria guerrera sobre las que rebota como en un espejo luminoso y clarísimo la luz dura de la tarde que viene disparada, desde Cazorla y Mágina, por entre las vastísimas extensiones de olivos, por entre las hazas de tierra en las que ayer tan solo fueron segadas las espigas frágiles. El aire caliente, asfixiante, agita como en juego travieso las ramas frondosas y altas de los plátanos de Indias que acordonan la muralla vieja y que están llenas de pájaros que arrebujan la tarde con sus cantos sin dirección, y ese viento tímido y ardiente parido por la tierra reseca nos trae no sabemos qué evocaciones de paisajes marinos. Asomados a los miradores buscamos el río serpenteando por el valle, presentimos el rumor de la fuente de la Saludeja, de los veneros de agua cristalina que la tierra entoña bajo su manto fecundo para amamantar los pozos que hasta hace muy pocos años regalaban de frescor las huertas preñadas de almendros y de higueras; a penas quedan ya una docena de huertas, llenas pese a todo de matas de tomates y de alocadas hojas de alcarciles, huertas postreras porque todo el paisaje rico de los surcos de tierra oscura y fértil ha sido arrasado por la avaricia de los olivareros.

La tarde está casi declinada, quiescente en la conciencia de que una luz tan amarilla, tan poderosa y plana, puede destruir la belleza del momento a poco que el universo entone una nota equivocada: parece que la tarde ha suspendido la respiración del mundo para que nada quiebre su débil cordón de eternidades. El sopor del día, evaporándose ahora entre los poros de la tierra cuarteada por el verano, ha detenido toda aspiración: por los barrancos de los estercoleros los cardos resecos elevan –más altos y poderosos que un hombre fiero– sus hojas resecas, espinosas, sus flores moradas convertidas en papiros que ya no alimentarán ningún enjambre de abejas, y esta tarde los cardos –tan retorcidos, tan barrocos, tan muertos: tan apropiados para una naturaleza muerta de Pieter Claesz o para un paisaje interrumpido y solitario de Edwar Hooper– se me figuran manos sarmentosas que quisieran arañar el cielo azul, el sol agotado pero todavía abrasador. Los cardos parecen fantasmas, espíritus de días frescos agostados ahora en la ocre agonía de una tarde sin prisa que trae el eco débil de las campanas de El Salvador o de San Pablo, mientras los monótonos timbales de las chicharras acuchillan los alientos postreros del día.

Tiene la tarde una simiente de nostalgias, como si rebotaran contra los montes pálidos los fragores de las batallas que se lucharon frente a estas murallas cuando eran poderosas. La tarde es un lago de luz y de calor, un espacio anémico que alancea estaciones contra el paredón románico y quebradizo –piedras con musgo reseco– de San Juan de los Huertos. Somos tiempo en ruinas, somos horas que mueren: “encantamiento de oro”, tan triste, en la tarde de agosto.

(Publicado en diario IDEAL el día 20 de agosto de 2009)

viernes, 14 de agosto de 2009

IBERISMOS



La historia es tozuda y sabia, pese a ser despreciada en los planes de estudio de los alumnos españoles. Y nos enseña –la historia, no los planes de estudio, que no enseñan nada– que el presente es un accidente que resulta de matrimonios o batallas o ambos. Así ocurre con España, un territorio moral e imaginario que desde la Edad Media ocupa todo el espacio físico de la Península Ibérica y que tenía en Toledo su capital mitológica, y que es lo que es y no otra cosa porque la guerra civil que lucharon los partidarios de Isabel de Castilla –casada con el rey de Aragón– y Juana La Beltraneja –casada con el rey portugués– la ganó la primera, por lo que de entrada Portugal quedó apeado del largo proyecto histórico de restauración de la unidad de Hispania. Luego, la muerte se llevó por delante al príncipe Miguel, nieto de los Reyes Católicos y heredero de todos los tronos hispánicos, frustrando así la unidad española. Y después, la torpeza de los Austrias menores y de sus ministros desbarató la frágil unión ibérica conseguida por Felipe II. Y así, de desencanto en frustración y de frustración en portazo, los portugueses y los otros españoles han vivido de espaldas durante siglos y siglos, ignorándose mutuamente. Y eso, pese a que los movimientos liberales y republicanos del siglo XIX, y aún del XX, propugnaban la unidad de los dos países por considerar que, en realidad, no eran más que una sola unidad histórica, fragmentada a raíz de la invasión musulmana y el posterior periodo de reconquista, que en realidad no es más que una reconquista épica y poética de la Hispania perdida, el reino de Don Rodrigo.

Y así, llegamos a nuestros días, en que las encuestas nos dicen que un número creciente de portugueses son partidarios de que su país se una a España, aunque a mí me parece que lo correcto históricamente es la integración de Portugal en la Hispania todavía no recompuesta del todo: la unión de España y Portugal –o de Portugal con el resto de España– es la culminación de un proyecto mantenido durante siglos por los hombres mejores de ambos territorios, la restauración definitiva de esa casa común que se rompió cuando las tropas hispanas fueron derrotadas por Tarik en la batalla de Guadalete, allá por julio del 711. Y un número aplastante de portugueses defienden la opción de que el español sea lengua de obligatorio estudio en las escuelas portuguesas.

En España –mientras– la opción iberista pasa desapercibida: aquí estamos bastante ocupados con desmemoriar nuestra memoria y desandar el camino andado desde los Reyes Católicos como para embarcarnos en balsas de piedra que restauren las heridas abiertas hace muchos siglos. Somos, definitivamente, un país que resta y carecemos de la generosidad de los portugueses, un pueblo empeñado en sumar, en sumarse a nosotros, en sumarnos a un proyecto común, ibérico, hispánico, el proyecto de Camoens, Unamuno, Juan Valera, Maragall, Miguel Torga, Saramago, Pérez Reverte o Lobo Antunes. Creo que también es mi proyecto.

(Publicado en diario IDEAL el día 13 de agosto de 2009)

domingo, 9 de agosto de 2009

SIEMPRE UNIDOS




Siempre he pensado que un pequeño gesto puede cambiar el mundo, o al menos un rincón del mundo. Un pequeño gesto puede pasar desapercibido cuando se realiza, como si fuese una casualidad o una aventura pasajera. Pero luego –inopinadamente y a fuerza de tesón, de constancia y de generosidad– va creciendo y consigue que broten ramas nuevas, estimula nueva savia y nuevos tesones, esfuerzos y generosidades, alimentando y engrandeciendo así la obra primera, el gesto inicial, como si fuera un edificio que se amplía y en el que cada vez se instalan más nombres, más corazones, más futuros. En el verano de 1959 Antonio Gutiérrez Medina realizaba ese gesto pequeño, esa aventura intrépida de marcharse a un campamento de la Acción Católica de Burgos con unos cuantos niños de la Juventud de Acción Católica de Úbeda: tomó un grano de mostaza y lo sembró en su campo vital, y siendo la más pequeña de las semillas, ha crecido y es ahora un árbol al que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas –que diría el evangelista–, porque en realidad muchos necesitamos anidar en la añoranza del Campamento de la JAC para no desmayar en las infelicidades de cada día.

No podrá presenciar Antonio Gutiérrez “El Viejo” –ni Manolo Molina, ni Antonio Cruz, sus fieles seguidores– el acto con el que esta tarde se conmemoran, oficialmente, los cincuenta años de vida del Campamento “Virgen de Guadalupe”. Y sin embargo, “El Viejo” estará presente hoy, de alguna manera, en su Campamento. Hoy es un día de emociones y recuerdos para muchos ubetenses: tres generaciones han criado su alma de niños y adolescentes y de jóvenes al calor del Campamento de la JAC, en Burgos primero, en Málaga, Mareny de Barraquetes o El Perelló luego, en la playa de La Barrosa de Chiclana de la Frontera desde 1965. Y cuando esta tarde revivan agitados todos esos años felices, estarán allí –sobre la arena caliente de agosto– el espíritu sereno de Manolo Molina y muy especialmente la bondad sonriente de Antonio Gutiérrez. Incluso los que no podemos estar hoy bajo los pinos y sintiendo la caricia del sol poniente sobre Sancti Petri, estamos sintiendo en nuestra alma –desde muy temprano– el cosquilleo de los recuerdos, de tantas emociones, la certeza de que la obra de Antonio Gutiérrez es fundamental para entender la vida de Úbeda en el último medio siglo: no es posible que tanta generosidad derrochada con cristiana alegría haya caído sobre el pedregal. En realidad no lo ha hecho: el Campamento es uno de los frutos mejores de la sociedad ubetense.

Porque el Campamento de la Acción Católica de Úbeda ha sido muchas cosas a lo largo de estos cincuenta años, porque son muchos sus méritos. Gracias a él decenas de niños de familias trabajadoras pudieron –pudimos– ver el mar por primera vez. Gracias a él miles de ubetenses aprendieron –otra cosa es que luego hayan querido olvidarlo: egoísmo obliga– que por encima de las diferencias sociales es posible encontrar un fondo de hermandad compartida en las risas. Gracias al Campamento muchos jóvenes de Úbeda y de su comarca entendieron el valor de la libertad, el respeto a la tolerancia: Rafael Bellón ha señalado la importancia de la JAC de Úbeda como escuela de democracia durante los años de la Transición. Y todo eso ha sido posible porque el Campamento ha sido, durante cinco décadas, algo vivo, pegado a la piel de la sociedad ubetense, algo que desde muy pronto se sintió como propio por los ubetenses de todas las condiciones, como algo importante y valioso, un ventanuco que desde el secano de los olivares polvorientos se abría al océano amplio y a las noches cuajadas de estrellas sobre los pinos.

La semilla primera de “El Viejo” dio frutos buenos y rápidamente. Por eso es imposible contabilizar los nombres de tantas personas –sacerdotes, monjas, cocineras, monitores, médicos, políticos, enfermeros, vendedores de la Plaza de Abastos de Chiclana...– que se sumaron entusiastas al entusiasmo que Antonio Gutiérrez desbordaba en cada gesto suyo. Y es que el Campamento “Virgen de Guadalupe” siendo obra fundamentalísima de “El Viejo” es obra realmente de toda la Acción Católica ubetense, y más aún de toda la ciudad. ¿Qué familia de Úbeda no tiene alguien que ha sido niño en el Campamento? ¿Quién no le ha comprado alguna vez una papeleta de Lotería de Navidad a “El Viejo” para allegar fondos a la obra de La Barrosa? ¿Cuántos ubetenses que ahora tienen sesenta, cuarenta, veinte años, no sienten como algo propio, como un bien preciado y precioso la arena de esa playa sorprendente, el viento fresco de poniente, los cánticos alegres alrededor del mástil, cada tarde, cuando Manolo Molina hablaba con la tranquila voz de quien pone en Dios toda su confianza? ¿Quién de los que hemos sido acampados no sentimos un hormigueo en el corazón cuando la imagen de la Virgen de Guadalupe nos recuerda aquella imagen suya de bronce que preside el Campamento, delante de la que “El Viejo” se sentaba cada noche para contarle no sabemos qué miedos o travesuras de su corazón de niño grande?

La vida es injusta: hoy debería estar vivo “El Viejo”, hoy debería estar vivo Manolo Molina, porque son ellos los que hoy deberían hablar sobre estos cincuenta años de alegría, de entrega y de compañerismo. Porque es su voz la que tendría que quebrarse esta tarde cuando dijeran “gracias” a todos los que fueron felices en ese tinglado infantil de tiendas de campaña, aseos que cuando yo era niño olían a zotal y sopas cristalinas para amedrentar a los delicados de paladar. Porque son sus ojos los que deberían empañarse cuando se levantaran hasta la Virgen de Guadalupe o hasta el mismísimo Dios para agradecer las fuerzas en los momentos de desánimo, la fe en las noches de duda, siempre el viento para empujar las velas. Pero ellos hoy no están, hoy “El Viejo” no podrá hilvanar un discurso torpe y apresurado para salir del paso y evitar que lo traicionen las emociones, hoy Manolo no podrá enjugar con el pico de su pañuelo impecablemente planchado el rabillo del ojo en el que asoman los recuerdos. Hoy no están: es injusta la vida.

...¿No está Manolo Molina? ¿Realmente no está presente hoy “El Viejo” en su Campamento y en los corazones de todos los amigos que esta tarde harán allí ejercicio de memoria y agradecimiento, y en los corazones de los que haremos lo mismo tan lejos –¡y tan cerca!– de La Barrosa? No sé: me gustaría pensar que era cierta la fe inquebrantable de “El Viejo” y que hay un paraíso para los hombres justos, y que desde allí abrirán esta tarde una ventana para asomarse al Campamento y que sentirán como se les humedecen los ojos cuando miles de ubetenses –cuando todos nosotros: una legión de hombres que nos resistimos a dejar que se pudra nuestro corazón de niños– les demos las gracias que ellos no pueden dar.

En realidad yo sólo quería hacer eso en este artículo: decirte, Manolo, y a ti, Viejo –sobre todo a ti–, que gracias por tanto, que gracias por todo. Y quería decirte, Viejo, que de alguna manera se sigue manteniendo vivo el lazo de la cadena de amor que tú iniciaste en julio de 1959. Y que ya puedes tragarte el nudo de la garganta, y dar un paso al frente y gritar aquello de “¡Campamento, siempre unidos!”. Lo que no sé es si mi nudo de emociones me dejará responderte. En cualquier caso, se hará lo que se pueda.

(Publicado en Diario IDEAL el 8 de agosto de 2009)

sábado, 8 de agosto de 2009

ESTOY EN EL CAMPAMENTO




Hoy, no puede ser de otra manera, tengo el corazón en La Barrosa: allí hay cientos de ubetenses, allí están mis amigos, allí están –¿o están aquí haciéndome pasar un mal rato?– mis recuerdos. Hoy se celebra en el Campamento en el que he sido tan feliz tantas veces, en el Campamento que me permitió conocer a mi mujer, que me regaló a mis amigos, que me hizo más hombre y, creo, mejor persona, en ese Campamento que tan dentro de mi llevo, hoy se celebra –digo– el acto oficial del cincuenta aniversario. ¡Cincuenta años de campamentos! ¡Cincuenta años desde que El Viejo se llevará, en el verano de 1959, a un grupo de chavales a Burgos!

Aunque no pueda estar allí, mi corazón ya esta vagando por entre las tiendas y los pinos, y esta tarde, a partir de las siete y media, estoy seguro de que podré oír las canciones de la misa, los discursos, las lágrimas contenidas, sé que podré ver la sonrisa de El Viejo y de Manolo. Hoy, qué queréis, estoy feliz aunque no esté –aunque no esté mi cuerpo: mi alma no puede estar hoy en otro sitio– en el Campamento, ese lugar en el que aprendí de la mano de Antonio Gutiérrez y de Manolo Molina que las cosas importantes son las que están detrás de la piel y en el que pude coger el cielo con las manos. Hoy, esta canción de Fito, me sirve, no sé por qué, para expresar todo lo que el Campamento de El Viejo le ha regalado a mi vida.

viernes, 7 de agosto de 2009

CUMPLEAÑOS ETARRA



Creo que el héroe es un peligro público cuando para asentar su condición necesita de terceros, que suelen ser los condenados a morir para mayor honra y gloria del sujeto heroico. Porque está el héroe que entrega su vida, generosa y limpiamente –limpias las manos de sangre y el corazón de odio–, a una causa noble o que perece en un incendio intentado salvar a un niño. Pero está también el héroe a lo etarra, esto es: el héroe que para serlo necesita que a su alrededor se levanten los clamores de la sangre y el llanto, el héroe que se cree que lo es porque pone coches bombas debajo de las camas donde duermen niños con el deseo de contabilizar muchos ataúdes blancos. La valentía moral –condición básica de la heroicidad– es patrimonio de los corazones generosos, y precisamente por eso durante los cincuenta años de existencia de ETA no es posible contar entre sus filas ni un solo héroe: no pueden serlo lo que hacen de la cobardía un instrumento de acción política y un modo de vida.

¿Héroes?, ¿los de la bomba de Hipercor?, ¿los asesinos de los niños de Zaragoza o Vic? ¿Valientes?, ¿los del zulo y la diana?, ¿los que maniataron a Miguel Ángel Blanco antes de descerrajarle tres tiros en la cabeza y se fueron dejándolo agonizante? No, no lo son ahora ni lo han sido en cincuenta años y hoy que son una mera pandilla de criminales a sueldo, sin ideología leninista o nacional-racista que los sustente, no podrán serlo nunca. Aunque todavía haya nacionalistas vascos que los “comprendan”, aunque haya clérigos vascos que los amparen con ese amparo que la Iglesia vasca tantas veces ha negado a las viudas y los hijos de los asesinados, aunque haya historiadores que justifiquen su paranoia criminal cuando ya no hay dictadores que los torturen ni pelotones de fusilamiento. Porque frente a las proezas de los terroristas ahora mismo sólo sigue habiendo una loable ingeniería jurídica que está sirviendo para desmantelar sus redes de apoyo, unas leyes penales que los mandan una temporada –en realidad breve– a la cárcel y un país harto, cansado, y tanto más harto y cansado cuanto más repugnantes son las acciones de ETA, cuanto menos comprensibles son sus argumentos irracionales.

Los asesinos andan celebrando su cincuenta cumpleaños, están buscando por el mapa de España su regalo: algunos niños a los que asesinar, unos guardias civiles jóvenes volados por los aires, una cosecha de lágrimas. Seguramente todavía habrá degenerados morales que en el País Vasco y en Navarra sigan colgando pancartas de apoyo a los presos, a sus familias viles, tarados sin humanidad que viajan a las cárceles para comprobar que entre las uñas de los etarras sigue reseca la sangre de tantos cientos de asesinados. ETA está de cumpleaños: soplemos todos en las tartas de su vela y pidamos – yo hace tiempo que me sacudí de encima esa actitud hipócrita de considerar que cualquier muerte es algo terrible– que se nos conceda el deseo de ver cómo les explotan en sus rostros sucios las bombas que preparan.

(Publicado en Diario IDEAL el 6 de agosto de 2009)

domingo, 2 de agosto de 2009

MIGUEL DELIBES: ABORTO LIBRE Y PROGRESISMO



En relación con el tema del aborto libre me parece interesantísima la opinión de alguien de la talla moral e intelectual de MIGUEL DELIBES, expresada en el artículo que transcribo más abajo y que fue publicado en ABC (algunos mal pensados dirán que viendo el medio en el que publica ya se conoce al publicador) el 20 de diciembre de 2007. Y me parece interesante este artículo porque plantea la discusión en términos absolutamente políticos, sin argumentos religiosos: Delibes se pregunta que ha pasado para que las ideologías progresistas (lo dice sin sentido peyorativo) hayan entendido que el feto, débil entre los débiles, no es digno de una defensa, como lo fueron en su día los derechos de los librepensadores frente a la tiranía de la Iglesia, los derechos de los trabajadores frente a la avaricia de los patronos, la defensa de los esclavos frente a los títulos de los amos, la defensa de las mujeres frente a los argumentos del patriarcado. Como Delibes se expresa bastante mejor que yo, se explica de manera más sensata y escribe magníficamente bien, ahí va su artículo, que vale su peso en oro.

Aborto libre y progresismo



En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción. Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante, en este dilema, es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.

La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.

Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para estos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podía recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.

sábado, 1 de agosto de 2009

1 DE AGOSTO




Hay algo bueno en que hoy sea 1 de agosto y no tengamos vacaciones ni con qué disfrutarlas: ya hemos pasado un mes más del infierno, ya queda un día menos para que acabe este suplicio del verano, ya estamos más cerca de los días de buen tiempo, que son los días fresquitos, nublados o con sol tibio, lluviosos, los días en los que gusta la manga larga –primero–, y los abrigos, luego. Los días de volver a dormir tapados o, simplemente, de volver a poder dormir. Un día menos de mosquitos y moscas, de ventanas abiertas y muebles llenos de polvo, un día menos de ruidos, de sudor, de sed que no se calma, de mediosdías y mediastardes insoportables, de noches en blanco, de duchas que no sirven para nada, de casas que hierven después del empecinamiento con que el verano se ha desatado contra nosotros este año, un día menos de calor despiadado, de renegar añorando el invierno o el norte o de desear las vacaciones de un maestro y el sueldo de un ministro para huir de este tormento. Es 1 de agosto: todavía queda cuesta que subir, pero ya podemos ir viéndole el final a la tortura. Es parco consuelo, pero como en el horizonte no se avecinan fenómenos meteorológicos únicos en la historia (talmente una nevisca el lunes que viene), no nos queda otro.