viernes, 14 de agosto de 2009

IBERISMOS



La historia es tozuda y sabia, pese a ser despreciada en los planes de estudio de los alumnos españoles. Y nos enseña –la historia, no los planes de estudio, que no enseñan nada– que el presente es un accidente que resulta de matrimonios o batallas o ambos. Así ocurre con España, un territorio moral e imaginario que desde la Edad Media ocupa todo el espacio físico de la Península Ibérica y que tenía en Toledo su capital mitológica, y que es lo que es y no otra cosa porque la guerra civil que lucharon los partidarios de Isabel de Castilla –casada con el rey de Aragón– y Juana La Beltraneja –casada con el rey portugués– la ganó la primera, por lo que de entrada Portugal quedó apeado del largo proyecto histórico de restauración de la unidad de Hispania. Luego, la muerte se llevó por delante al príncipe Miguel, nieto de los Reyes Católicos y heredero de todos los tronos hispánicos, frustrando así la unidad española. Y después, la torpeza de los Austrias menores y de sus ministros desbarató la frágil unión ibérica conseguida por Felipe II. Y así, de desencanto en frustración y de frustración en portazo, los portugueses y los otros españoles han vivido de espaldas durante siglos y siglos, ignorándose mutuamente. Y eso, pese a que los movimientos liberales y republicanos del siglo XIX, y aún del XX, propugnaban la unidad de los dos países por considerar que, en realidad, no eran más que una sola unidad histórica, fragmentada a raíz de la invasión musulmana y el posterior periodo de reconquista, que en realidad no es más que una reconquista épica y poética de la Hispania perdida, el reino de Don Rodrigo.

Y así, llegamos a nuestros días, en que las encuestas nos dicen que un número creciente de portugueses son partidarios de que su país se una a España, aunque a mí me parece que lo correcto históricamente es la integración de Portugal en la Hispania todavía no recompuesta del todo: la unión de España y Portugal –o de Portugal con el resto de España– es la culminación de un proyecto mantenido durante siglos por los hombres mejores de ambos territorios, la restauración definitiva de esa casa común que se rompió cuando las tropas hispanas fueron derrotadas por Tarik en la batalla de Guadalete, allá por julio del 711. Y un número aplastante de portugueses defienden la opción de que el español sea lengua de obligatorio estudio en las escuelas portuguesas.

En España –mientras– la opción iberista pasa desapercibida: aquí estamos bastante ocupados con desmemoriar nuestra memoria y desandar el camino andado desde los Reyes Católicos como para embarcarnos en balsas de piedra que restauren las heridas abiertas hace muchos siglos. Somos, definitivamente, un país que resta y carecemos de la generosidad de los portugueses, un pueblo empeñado en sumar, en sumarse a nosotros, en sumarnos a un proyecto común, ibérico, hispánico, el proyecto de Camoens, Unamuno, Juan Valera, Maragall, Miguel Torga, Saramago, Pérez Reverte o Lobo Antunes. Creo que también es mi proyecto.

(Publicado en diario IDEAL el día 13 de agosto de 2009)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por lo que me han contado, un grupo de cubanos en el exilio piden también ser la dieciochoava autonomía española. Y digo bien porque aquí las autonomías son partes.