
En abril de 1960 Juan Pasquau se refería a Linares como el hijo “emprendedor, juvenil, ardiente, eficiente” de Jaén, que “trabaja, estudia y vibra”. Linares sería para el sabio cronista ubetense una ciudad hecha “para el esfuerzo y la lucha, para el ímpetu alegre, para la dinámica euforia estimulante”, un “plantel de esperanzas”. Y terminaba concluyendo que Linares es una ciudad para imitar.
La sana envidia que desde muchos puntos de la provincia se ha tenido por Linares viene de largo, como puede verse. En realidad, el crecimiento experimentado por la antigua ciudad minera no ha hecho sino acrecentar esa sensación de vitalidad, de desbordamiento laborioso que Linares tiene. Aunque otros pueblos de Jaén –Baeza, Mancha Real, Alcalá la Real...– han crecido y prosperado en los últimos años, a muchos el progreso de Linares, su pujanza económica y su dinamismo social nos siguen pareciendo envidiables. ¿Cuánto de mito y cuánto de realidad hay en esta visión que de Linares se tiene desde otros puntos de Jaén? Es difícil saberlo. En realidad es imposible: nuestra visión de Linares está condicionada, desde hace muchos años, por esa aureola –trazada por Juan Pasquau hace medio siglo– de pueblo emprendedor, dinámico y capaz de sobreponerse a los baches que la historia pone en su camino. Con Linares –vienen a decir los linarenses– no se juega.
En estos cincuenta años Jaén ha cambiado, pero siguen conservándose muchas de aquellas formas –revestidas, eso sí, de nuevos usos y lenguajes y protocolos– clientelares, casi caciquiles, que atenazaban a nuestra tierra allá por 1960. Tal vez el mito minero e industrial del Linares de entonces, con su aureola de lucha y oposición cívica y sindical al franquismo, haya pervivido en la memoria de los otros pueblos de Jaén: Linares sería como una mástil que despuntaba por encima del ambiente pueblerino, provinciano, atrasado del Jaén de siempre. Linares sería la vanguardia de la provincia. ¿Lo sigue siendo? Posiblemente sí: no olvidemos que Linares ha sido, por ejemplo, la primera gran ciudad de Jaén en crear un centro comercial dinámico, estimulante. Linares, guste o no, ha conseguido seguir estando impregnada de vitalidad: la linarense es una sociedad en movimiento, sobrepuesta a cualquier tipo de estancamiento. En Linares la vida civil se palpa en la calle.
Ahora las fiestas de San Agustín remansan a Linares en una plácida diversión –merecido descanso en medio del traqueteo de los afanes cotidianos–, en una modorra festiva que inunda de gentes felices las tardes de calorazo por el Paseo de Linarejos. Me gusta ese ambiente festivo del Linares a la media tarde de San Agustín, cuando los alrededores de la Plaza de Toros se llenan de recuerdos antiguos y manoletinos de quienes acudimos en peregrinación para ver a José Tomás, para venerarlo y elevarlo a los altares de la tauromaquia. Linares, también en el toreo, está hecho de rituales viejos y de mitos. Por eso convoca con la fuerza viva de las citas ineludibles: al fin, a los jiennenses siempre nos quedará Linares.
(Publicado en diario IDEAL el día 27 de agosto de 2009)
La sana envidia que desde muchos puntos de la provincia se ha tenido por Linares viene de largo, como puede verse. En realidad, el crecimiento experimentado por la antigua ciudad minera no ha hecho sino acrecentar esa sensación de vitalidad, de desbordamiento laborioso que Linares tiene. Aunque otros pueblos de Jaén –Baeza, Mancha Real, Alcalá la Real...– han crecido y prosperado en los últimos años, a muchos el progreso de Linares, su pujanza económica y su dinamismo social nos siguen pareciendo envidiables. ¿Cuánto de mito y cuánto de realidad hay en esta visión que de Linares se tiene desde otros puntos de Jaén? Es difícil saberlo. En realidad es imposible: nuestra visión de Linares está condicionada, desde hace muchos años, por esa aureola –trazada por Juan Pasquau hace medio siglo– de pueblo emprendedor, dinámico y capaz de sobreponerse a los baches que la historia pone en su camino. Con Linares –vienen a decir los linarenses– no se juega.
En estos cincuenta años Jaén ha cambiado, pero siguen conservándose muchas de aquellas formas –revestidas, eso sí, de nuevos usos y lenguajes y protocolos– clientelares, casi caciquiles, que atenazaban a nuestra tierra allá por 1960. Tal vez el mito minero e industrial del Linares de entonces, con su aureola de lucha y oposición cívica y sindical al franquismo, haya pervivido en la memoria de los otros pueblos de Jaén: Linares sería como una mástil que despuntaba por encima del ambiente pueblerino, provinciano, atrasado del Jaén de siempre. Linares sería la vanguardia de la provincia. ¿Lo sigue siendo? Posiblemente sí: no olvidemos que Linares ha sido, por ejemplo, la primera gran ciudad de Jaén en crear un centro comercial dinámico, estimulante. Linares, guste o no, ha conseguido seguir estando impregnada de vitalidad: la linarense es una sociedad en movimiento, sobrepuesta a cualquier tipo de estancamiento. En Linares la vida civil se palpa en la calle.
Ahora las fiestas de San Agustín remansan a Linares en una plácida diversión –merecido descanso en medio del traqueteo de los afanes cotidianos–, en una modorra festiva que inunda de gentes felices las tardes de calorazo por el Paseo de Linarejos. Me gusta ese ambiente festivo del Linares a la media tarde de San Agustín, cuando los alrededores de la Plaza de Toros se llenan de recuerdos antiguos y manoletinos de quienes acudimos en peregrinación para ver a José Tomás, para venerarlo y elevarlo a los altares de la tauromaquia. Linares, también en el toreo, está hecho de rituales viejos y de mitos. Por eso convoca con la fuerza viva de las citas ineludibles: al fin, a los jiennenses siempre nos quedará Linares.
(Publicado en diario IDEAL el día 27 de agosto de 2009)