Yo
nunca he estado en París. Yo sólo he pasado por Francia camino de Italia, una vez hace muchos años. Y sin
embargo, poseo una geografía y una cartografía personal de París y de Francia, hecha de lecturas, de películas,
de músicas. Supongo que para mí, como para tantos, Francia es nuestra patria de elección porque le debemos a Francia mucho de nuestra opción personal como ciudadanos libres, y París es esa ciudad de la
luz, del amor y de la libertad donde nos hubiese gustado derrochar nuestra
juventud. Porque Francia hace grande nuestra conciencia política y cívica y París nos ensancha el alma y las memorias y los amores aunque
nunca se hayan pisado sus calles.
Si
yo hubiese podido elegir dónde nacer habría elegido Francia, porque siempre me
ha fascinado ese país con identidad, con valores, con compromisos y proyectos
compartidos, ese país dispuesto siempre a acoger a todo el que hiciera suyos
los valores de la Revolución, ese país donde la estupidez no quintaesencia la
vida pública y donde el discurso cívico tiene argumentos y razones que
convierte el debate en algo vigoroso y no en la reiteración de lugares comunes
que padecemos aquí, porque siempre que oigo "La Marsellesa" la reconozco como mi personal himno político, civil y social. Y yo, que no creo en esa estupidez de la ciudadanía del mundo
y que quiero ser ciudadano con raíces y con referencias, ciudadano con amarres y con asideros, hubiera querido ser
ciudadano de París, pintor en Montmartre y amigo de las bailarinas del Mouline Rouge, fotógrafo del Trocadero, poeta de las revoluciones en Saint Denis o barrigudo horneador de croissant en un café de Montparnasse.
Por
eso el viernes sentí un escalofrío que todavía no se me ha ido de la sangre:
porque los atentados sucedieron un lugar del mundo que es también mi lugar.
Vive la France.
Vive la France.
No hay comentarios:
Publicar un comentario