lunes, 16 de noviembre de 2015

CIUDADANO DE PARÍS





Yo nunca he estado en París. Yo sólo he pasado por Francia camino de Italia, una vez hace muchos años. Y sin embargo, poseo una geografía y una cartografía personal de París y  de Francia, hecha de lecturas, de películas, de músicas. Supongo que para mí, como para tantos, Francia es nuestra patria de elección porque le debemos a Francia mucho de nuestra opción personal como ciudadanos libres, y París es esa ciudad de la luz, del amor y de la libertad donde nos hubiese gustado derrochar nuestra juventud. Porque Francia hace grande nuestra conciencia política y cívica y París nos ensancha el alma y las memorias y los amores aunque nunca se hayan pisado sus calles.

Si yo hubiese podido elegir dónde nacer habría elegido Francia, porque siempre me ha fascinado ese país con identidad, con valores, con compromisos y proyectos compartidos, ese país dispuesto siempre a acoger a todo el que hiciera suyos los valores de la Revolución, ese país donde la estupidez no quintaesencia la vida pública y donde el discurso cívico tiene argumentos y razones que convierte el debate en algo vigoroso y no en la reiteración de lugares comunes que padecemos aquí, porque siempre que oigo "La Marsellesa" la reconozco como mi personal himno político, civil y social. Y yo, que no creo en esa estupidez de la ciudadanía del mundo y que quiero ser ciudadano con raíces y con referencias, ciudadano con amarres y con asideros, hubiera querido ser ciudadano de París, pintor en Montmartre y amigo de las bailarinas del Mouline Rouge, fotógrafo del Trocadero, poeta de las revoluciones en Saint Denis o barrigudo horneador de croissant en un café de Montparnasse.  

Por eso el viernes sentí un escalofrío que todavía no se me ha ido de la sangre: porque los atentados sucedieron un lugar del mundo que es también mi lugar.

Vive la France.

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