viernes, 17 de septiembre de 2010

HUELGA GENERAL



Una tarde de invierno, en Granada, cuando era estudiante, iba camino del Cine Club y al pasar por delante de la Facultad de Ciencias me paró un tipo para atracarme, lo que hizo casi entre ruegos de que le diese el dinero. Me decía que le faltaban 300 pesetas para comprarse «un pico» y, ya les digo, casi me pidió por favor que se las diese, porque si no tendría que darle un tirón a una anciana y no quería hacerlo. No hizo falta que me sacase ni jeringuilla ni navaja, porque me dio tanta lástima que le di las 500 pesetas que llevaba en el bolsillo y me di la vuelta para mi casa, sin ver la película.

Les cuento esta historia porque la huelga general del próximo día 29 me recuerda mucho aquel atraco de mis tiempos mozos, que visto en la distancia resulta tan cómico como cómica le resultará a nuestros hijos esta huelga. Y es que los sindicatos han convocado la huelga casi rogándole al gobierno que los perdone, suplicándole que los entienda, mendigándole una bendición. Y el gobierno, buen amigo de sus amigos y si no que se lo pregunten a Botín, les ha dado el permiso moral para convocar la huelga. Sólo así se entiende el buen rollo que todavía existe entre los que quieren dar el palo –los sindicatos– y quien previsiblemente debería soportarlo –el gobierno y el PSOE–, tan distinto a aquel ambiente abismal que existía el día antes del mítico 14-D. Sin duda, aquél era otro gobierno y aquellos otros sindicatos.

No se crean, por otra parte, que la esquizofrenia propia de esta huelga afecta sólo a sindicatos y gobierno, porque se ha contagiado a todo el especto político y mediático. Por una parte, la derecha –el Partido Popular y sus voceros de radios y periódicos– sabe que un éxito rotundo de la huelga es un varapalo grande para ZP, lo que redunda en beneficio de la cosecha de votos que los populares otean en el horizonte. Pero por otro, tienen muy claro que el previsible fracaso de la huelga por el descrédito generalizado de los sindicatos, pone a estos en situación de coma, lo que a largo plazo beneficia los intereses sociales, económicos y políticos de la derecha. Sólo así se entiende la visceral campaña que se ha desatado contra los sindicatos, que realizan aprovechando las decenas de excusas que los sindicatos y sus representantes –que no representantes de los trabajadores– ofrecen para ser zarandeados. Por otra parte la «izquierda» representada por el PSOE tiene el corazón partido, pues por un lado quiere a toda costa que se mantenga ZP en el poder (pese a haber demostrado que es difícil hacer peor las cosas) y por otra quieren cuadrar el círculo con un éxito de la huelga. Su máxima aspiración sería una huelga general que fortaleciese al gobierno socialista y a los sindicatos, juntamente, pero eso es imposible.

Y en medio de este batiburrillo que la huelga está generando sólo quedan dos figuras coherentes y sensatas. Una es la del militante de Izquierda Unida, que suele ser un iluminado muchas veces fuera de la realidad pero que ahora lleva más razón que un santo al denunciar el ataque feroz que están sufriendo los derechos de los trabajadores y el propio Estado del Bienestar, tan precario en España. La otra figura coherente y sensata es la de los miles y miles de ciudadanos españoles hartos de todo, hastiados de este circo insoportable, cansados de que las facturas de la historia siempre tengan que pagarlas los de abajo mientras la bocaza de todos los políticos se llena de frases pomposas y vacías o de solemnes imbecilidades, como la que ZP pronunció en Oslo el otro día a cuenta del drama personal de los parados. Para conseguir que la huelga triunfe, los sindicatos tendrán que sacar a la calle todas las divisiones acorazadas de sus piquetes coactivos. Porque es tal el hartazgo de la calle, que el éxito de la huelga sólo puede ser directamente proporcional al grado de violencia que desplieguen los sindicalistas.

Hoy por hoy, la única huelga general con visos de ser masivamente seguida, atronadoramente aplaudida por los españoles, sería la que se convocase contra el gobierno y contra la oposición, contra el PSOE y contra el PP, contra los empresarios y contra los sindicatos. Bien harían todos los subvencionados con nuestros impuestos –partidos, sindicatos y patronal– en reflexionar porqué hemos llegado a esta situación.

(Publicado en IDEAL el 16 de septiembre de 2010)

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