Se suceden cumbres políticas que no invitan al optimismo. No porque cada cumbre demuestren lo lejos que están los políticos de la realidad del mundo, sino porque demuestran que somos nosotros, los ciudadanos corrientes y molientes, los que estamos cada vez más lejos de lo que pasa a nuestro alrededor. Mientras los amos del mundo deciden sobre nuestras vidas y planifican cuántos misiles nos apuntan, cuánto podemos contaminar los ríos o cuánto suben los tipos de interés de nuestras hipotecas, nosotros asistimos al espectáculo cómodamente instalados en nuestros salones.
Mercadean los poderosos con el mañana, que es el mundo que vivirán nuestros hijos y nuestros nietos. Pero lo hacen con nuestra complicidad. No nos engañemos: a ninguno nos importa que los pingüinos se queden sin hielo o que los cerezos florezcan en Nochebuena. Los políticos están tan cerca de la vida real como yo de suceder a Rodrigo Rato en el FMI. Estamos ciegos ante el drama que se avecina y los políticos no tienen ningún interés –electoral– en ponerle al gato el cascabel correcto.
Nadine Gordimer ha dicho –en la cima de la desolación– que el materialismo lo ha conquistado todo: vemos nuestra imagen en función del coche que tenemos Lo único que nos importa es comprar, tener, acumular, pasear por las grandes superficies. Hemos ahumado nuestros ojos para que la realidad se quede fuera: si los osos polares se cuecen dentro de su pellejo blanco, pues que se rapen al cero. A nosotros, plim. Mientras nos sigan protegiendo del caos nuestros aires acondicionados y la boba sopa televisiva, poco nos importa que el mundo se hunda.
El materialismo lo ha conquistado todo: el mundo está condenado. El cambio brutal en la naturaleza no es algo provocado por los políticos: somos nosotros los responsables. Y alguien tendrá que decirnos algún día que si queremos salvar los hermosos atardeceres de Venecia tenemos que vivir una vida más sencilla, más austera, con menos cosas pero con más sentimientos. Pero cuando llegue ese momento, estaremos tan ciegos que optaremos por el precipicio antes que por la vuelta a una Arcadia sencilla en la que las estaciones serán otra vez las estaciones y habrá escarcha en enero y pintarán las uvas para la Virgen de Agosto.
No nos engañemos: en el comportamiento temerario de los políticos buscamos excusas para tranquilizar nuestras conciencias. Y cuando el Emperador del Mundo y su corte de bufones pinchen el balón de oxígeno que necesita este mundo de horizontes desbocados, nos diremos que hay que ver cómo son los políticos, que están hundiendo el mundo. Vamos, más o menos como algunos anarquistas del 36: entre lo que yo tengo y lo que me toca del reparto... Pues eso: que alguien arregle esto pero que ni Dios me toque el coche, el campo de golf o el aire acondicionado.
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