Si yo fuese griego, le daría las gracias al gobierno de mi
país (lo hubiese votado o no) por haberme permitido expresarme sobre cómo
quiero que sea el país que heredarán mis hijos, por haberme permitido asumir mi condición de ciudadano libre y mi responsabilidad personal y patriótica y mi dignidad cívica,
haciéndome ver que mi país es mío y de mis hijos y no de las instituciones
europeas secuestradas por Berlín.
Si yo fuese griego asumiría que mi país se encuentran en
una situación excepcional, como si por él hubiese pasado una plaga bíblica,
como si hubiese sido sacudido por un terremoto, como si acabase de salir de una
guerra, como si todo fuesen escombros y cenizas y fuese necesario empezar de
cero y hubiese que reconstruir la vida y la esperanza con sacrificios sin límite pero sin consentir más humillaciones
de los nietos de quienes arrasaron mi país en 1941 y a los que, luego, les
perdonamos sus crímenes.
Si yo fuese griego votaría "no" el domingo sabiendo que el
lunes vendrán la sangre, el sudor y las lágrimas. Pero es que la sangre, el
sudor y las lágrimas también vendrían si votase sí, solo que entonces, vendrían
sin futuro para mis hijos.
Si yo fuese griego el domingo, después de votar, dormiría preocupado pero sin
duda conciliado conmigo mismo por haber intentado rescatar la idea y el ideal de Europa de las
zarpas de Alemania, restaurando la dignidad de la política de los libres sobre
el imperio de la necesidad de las monedas.
Si yo fuese griego votaría no y luego maldeciría a los políticos
y a los dioses y al destino y a mi mismo por el dolor que mi voto pueda causarle a mis hijos, pero lo haría con la cabeza alta de
los hombres libres.
Si yo fuese griego.
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