Me gustan los impares. Nací un día par de un mes impar en un año par y siguiendo la obstinada fecha del tiempo, en los años impares me toca cumplir... años impares. ¿Por qué me gustan los impares? Imposible saberlo. Tal vez porque el 2 es un número que está bien, concedido; pero... dónde se pongan el 5 o el 7...
El caso es que los años impares los comienzo con una especie de plus de optimismo. El año nuevo es siempre como un folio en blanco y el año nuevo impar es toda una cartulina. Ya luego se encargará la realidad de emborronar la cosa; pero ahora mismo, con el año 13 recién estrenado, es imposible no tener la sensación de que el año impar va a estar a la altura de las expectativas. Reconozco que mi trabajo ayuda mucho a este comienzo ilusionado del año.
El año nuevo y mi cumpleaños me cogen siempre atareado en los preparativos de la Cabalgata de los Reyes Magos. Y este año —este viernes en el que estreno los 37 años— me ha pillado en medio del Festival de Títeres que ayer terminó y de la Cabalgata de mañana. Al ver durante todos estos días a los niños en el Teatro Ideal Cinema gritándole a los títeres, palmoteando, cantando o bailando delante de las aventuras de los muñecos de la cachiporra, y al pensar en los ojazos gigantes con los que mañana van a presenciar la tramoya de falso barroco de la Cabalgata de los Reyes, que para ellos es un compendio de magia, pienso en lo fácil que es hacer feliz a un niño: bastan el cartón piedra, el trapo y las barbas postizas, la cera negra, el papel arrugado, una carta de trazos gordos y apretados, un puñado de caramelos, unos cuantos muñecos. Es imposible no sentirse feliz en medio de este apretado batiburrillo de la organización de las ilusiones infantiles.
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