viernes, 5 de agosto de 2011

ME LO HE PASADO BIEN





De todas las fotografías que llegan de Somalia y Kenia me quedo con una encontrada en ABC, en la que un niño de dos o tres años mira fijamente hacia nosotros. Tumbado sobre un revoltijo de telas naranjas y azules sus costillas resaltan escandalosamente bajo la debilísima piel que el hambre ha dejado en su cuerpo, tres manchas blanquecinas resaltan como una conjunción de lunas fatales en su frente ancha, su boca quiere esbozar una sonrisa imposible, como si intuyese que en algún lugar puede conmover una conciencia, porque él no sabe que nuestras conciencias están ya podridas y que somos capaces de tolerar que las bandas criminales de los islamistas o los ejércitos sin alma de los generales bloqueen el reparto de alimentos e impidan que él tenga agua y pan. Pero son sus ojos, sus gigantescos ojos negros, los que se clavan sin misericordia dentro de nosotros y nos envían un mensaje desde no sabemos qué profundidades del dolor, los que brillan sin que sepamos si el brillo es por falta de lágrimas, por hambre o por una tozuda esperanza de ocupar un lugar en el mundo de los vivos. Son ojos que quieren vivir, con una rabia animal de vivir por vivir una vida condenada al sufrimiento, una vida sin felicidades.

Qué diferente la vida de este niño somalí a la vida de mi hijo Manuel.

Cuando volvemos de la piscina, cuando juega con sus amigas o con su moto o cuando jugamos juntos a las procesiones, cuando caza hormigas a manotazos, cuando ve las palomas de Pepe Navarrete o canta una tras otra todas las canciones que se sabe mientras nosotros lo miramos derretidos, él se acerca a nosotros y nos dice «papá, mamá, me lo he pasado bien». «Me lo he pasado bien»: esas cinco palabras te reconcilian contigo mismo, con el mundo, justifican los madrugones y un trabajo ingrato, le dan sentido a una vida. Hacer que los hijos se lo pasen bien en la vida, que sean felices es, posiblemente, la gran tarea vital que nos imponemos los padres, con nuestro afán de evitar que sufran y les hagan daño, que estén enfermos, que tengan hambre, que lloren.

Pero ese niño de la fotografía que ha volado hasta los periódicos desde los resecos campos del Cuerno de África que han creado la ceguera y la sordera de Dios, desde los campamentos donde los matones de Alá imponen una violencia que no entiende las lágrimas ni los gemidos de los niños hambrientos, ese niño, digo, nunca podrá decir «me lo he pasado bien». No tiene ropa ni comida ni agua, no conoce el sabor de la leche caliente con cacao, puede que nunca haya jugado porque no se juega mientras se huye de los soldados y de la sequía, no hay paños de agua fría para calmar su fiebre, no tiene juguetes, tal vez ha presenciado como violaban o golpeaban a su madre y hasta puede que haya sobrevivido porque algún hermano suyo se ha quedado abandonado y muerto en los caminos que conducen de una miseria a otra, a merced de los buitres y las hienas: tan pequeño y ya ha padecido sufrimientos que superan los de todos nosotros. No, este niño no podrá decir nunca «me lo he pasado bien» porque su vida no le importa a nadie, o no le importa a nadie de los que podemos salvarlo, de los que podemos decir rebelarnos contra un mundo capaz de alimentar a todos los seres humanos y que sin embargo deja morir de hambre a cientos de miles de niños. Los adultos me importan ya una mierda, al diablo con todos nosotros que seguimos adorando al Dios de las hambrunas y las sequías y seguimos comerciando con armas y miserias; pero los niños sí me importan: esos ojos negrísimos, abismales, son la mayor acusación que puede lanzarse contra nuestra cobardía y contra nuestras componendas. Los niños son lo único sagrado, más importantes que los dioses y las constituciones, que las instituciones y las fronteras, lo único por lo que sigue siendo necesario un puñetazo encima de los mapas y de la historia, porque no hay crimen mayor que privar a los niños de su derecho a decir «me lo he pasado bien».

(IDEAL, 4 de agosto de 2011)

3 comentarios:

Fernando Gámez dijo...

Admiro, amigo Manolo, tu gran sensibilidad por todo lo concerniente a los niños y tu rebeldía contra todo lo que les pueda causar dolor, infelicidad, terror, etc; y no sólo la admiro sino que la comparto, porque soy padre, abuelo y educador de niños y niñas desde siempre.
Este artículo me llega hondo, porque lo que está sucediendo en el Cuerno de Africa no es de recibo, como tampoco lo es todo lo que sucede en el mundo por el egoismo, la ambición, la pepotencia y la falta de amor entre las personas hacia las demás personas. Lo que priva es la ambición, el amor propio, la adoración a las riquezas, el pasárselo bien... ¡caiga quien caiga y a costa de quien sea!
No puedo compartir dos alusiones que haces a DIOS y menos en ti persona culta y preparada intelectual, moral y religiosamente.
Puedo entender tu "rebeldía" por tu aún fogosa juventud; pero sabes como yo que DIOS, ese DIOS que escribes con mayúscula, no es el "culpable" de lo que sucede en esos campos del Cuerno de Africa ni lo ha creado su ceguera ni su sordera; sino la de las personas que no saben solucionar los problemas de esa sequía. Como tampoco yo adoro al DIOS de las hambrunas y sequías, porque es a las personas a las que hay que pedir responsabilidades.
Retratas muy bien las situaciones, las presentas con una prosa desgarradora e impactante; pero no debemos quedarnos en eso. Hay que actuar. Y actuar ya y pronto. Cada uno como pueda y como sepa.
Yo ya lo he hecho, aunque suponga un granito de arena; ¡pero muchos granitos hacen playa!
¡A ver si se te ocurre alguna iniciativa interesante para ayudar y paliar en algo las necesidades de esos niños, que se mueren a puñados diariamente! Y cuenta conmigo! Ya sabes que los primeros que los están atendiendo son los religiosos y religiosas que diariamente dan su vida en las Misiones por ellos.
Un abrazo.

ecos de ubeda dijo...

me ha gustado como lo retratas con su crudeza los humanos somos los que damos las guerras y el odio ese seria el infierno interior que pudre dentro y que pocos devuelven a sus propios cuerpos mas bien los debiles , las guerras dan sequias y esos paises ya las dan de sobra las guerras lo cual no habra nada , si que siempre si el que tiene diera parte de un capricho caro pocos moririan de hambre , y la natalidad sujetarla , en esas condiciones para que traer hijos , solo que en esto no me salga nadie diciendo que digo , pues mi madre trabajaba , crie con abuela y tia , que tambien trabajaban , era esparto , y la nena to el dia en la calle , para eso uno no nace , y los peligros de la vida , no se los lleva , pensamos de palabra que hay bondad , en silabas si , fuera de ellas poca , y un niño mas que comida al compas son cuidados , velar por el son los animales y llevan a sus crias en brazos hasta mas o menos den preparados para la vida , que sentido tiene , venir y no ocuparse nadie ,no digo mas nada , para que , yo se mi vida , y otro u aquel sabra la suya , Dios da arriba , aqui vamos nosotros ,
en la vida hay que ser fuertes ,
para tu sobrevivir ,
es como la jumgla ,
como los animales ,
alli estan ellos ,
pues todos somos iguales ,
la vida es un desierto ,
de luz o soledad ,
tu fortaleza el alma ,
que te pide mas ,
fuerza al dolor ,
ante el desengaño ,
ante el corazon ,
o ilusion lo que se quiera , pero si la vida es una selva mas de malos que de buenos , por eso ante el aborto no estoy , pero si ante sujetar la natalidad en situaciones o seres no son los idoneos , y cada cual de sus ideas , perdonen , mas yo llevo las mias , creo doy derecho

ComanLeg dijo...

Desde aquí, te propongo organizar una cena solidaria con amigos y compañeros en favor de Somalia, dándole un valor económico moderado a la cena y poner un cepillo para que cada cual aporte lo que crea conveniente y su economía le permita.
Diferentes ONG, tienen proyectos de cooperación en las regiones de la zona y han habilitado números de cuenta de recaudación de fondos (mirar en Internet), para hacer frente a la emergencia,(Cruz Roja, Médicos sin Fronteras, Unicef, Manos Unidas, Ayuda en Acción y un largo etc.)