Vuelta de las vacaciones: la mesa llena de sobres sin abrir, de oficios por leer, de cartas que escribir, el correo electrónico saturado con cientos de mensajes que habrá que ir atendiendo en los próximos días. ¿Todo igual? En realidad no: estas semanas frente al mar he seguido con cierto distanciamiento el aluvión de noticias que traían los periódicos, y al final no he conseguido quitarme de encima un desasosiego, como si lo que hubiera cambiado fuese algo dentro de mi. Me fui convencido de que tenía un territorio en el que todavía podía habitar con mis ideas y mis creencias, pero vuelvo de la costa de Almería con la sensación de un exiliado, como si en muy pocos días se hubiera agrandado el abismo de la estupidez y el radicalismo y como si una barahúnda de imágenes de otros tiempos rondara el mañana para dejarnos sin hogar a quienes renunciamos a la etiqueta, al rebaño, a la horda y aspiramos a vivir en medio del error, renunciando voluntariamente a la pereza, instalados en el universo de las preguntas sin respuesta, en constante discusión con nuestra conciencia. Cuando, a comienzos de agosto, me fui a la playa, no me gustaba el país en el que vivía: ahora, simplemente, comienzo a tener miedo; temo que quienes seguimos creyendo en cosas básicas, muy concretas y que han mejorado a la humanidad mucho más que todas las grandes doctrinas juntas, vamos a ser señalados por las nuevas hordas de fanáticos que se agrupan a un lado y al otro de los mapas desgarrados.
Repaso con rapidez foros, mensajes, blogs y páginas webs no sé si para hacerme una idea de qué se ha cocido en mi mundo más cercano mientras yo estaba lejos o para encontrar un lugar habitable en los gestos y las palabras de personas a las que sigo teniendo por sensatas, y entre tantas y tantas palabras que destilan soberbia, orgullo, odio al que piensa de otro modo, estupidez o complacencia con la posesión de una verdad absoluta, sólo soy capaz de sentirme cómodo, sólo reconozco mi hogar ético e intelectual, sólo puedo calmar esta sensación de desterrado en el artículo que para un periódico alemán ha escrito Antonio Muñoz Molina, que en otra entrada de su blog ha señalado el miedo que le da “la gente que es algo muy visiblemente, con mucha unanimidad y en multitud”. Tal vez sea eso lo que me pasa: que me niego con todas mis fuerzas a ser creyente o socialdemócrata o indignado “muy visiblemente, con mucha unanimidad y en multitud”, porque me parece más hondo, más humano y más fecundo ser todo lo que soy con cierto pudor, manteniendo mis pluralidades interiores y sus contradicciones y en soledad.
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