viernes, 23 de mayo de 2014

LA PRIMERA VEZ





Creía que estaba preparado para que fuese mi primera vez. Creía que no me iba a remorder la conciencia. Creía que no iba a sentir el aliento de mi padre o de mi abuelo en el cogote preguntándome qué estás haciendo chaval. Pero a medida que se ha acercado el día he sentido que flaqueaban las fuerzas y que se me desbarataban los argumentos, que la conciencia me remordía y que no iba a poder consumar la decisión que tan firmemente tenía tomada.

Lo siento. No sé bien cuanto pero lo siento. Siento tener que dejarlo para otra vez. Siento tener que dar marcha atrás. Siento tener que ir a votar el domingo. Pero es que no he podido remediarlo.

Sí, ya sé todos los argumentos que hay para no ir a hacerlo. Son los mismos que yo me he repetido día tras día los últimos meses.

Sé que el Parlamento Europeo en realidad no sirve para nada porque las decisiones importantes se toman en la Cancillería de Alemania y en el Bundestag.

Sé que la Unión Europea, que nos compró por un puñado de autovías, se ha convertido en el instrumento que machaca el futuro de nuestros hijos, la escuela y la sanidad públicas, los derechos de los trabajadores.

Sé que Alemania es hoy, otra vez, como hace justo cien años, como hace justo setenta y cinco años, el cáncer de Europa, el problema que tendremos que enfrentar en el futuro si queremos vivir en paz y en libertad: "la muerte es un maestro venido de Alemania", decía Paul Celan en la década de 1940; hoy, la miseria y el neofascismo son los maestros que vienen desde Alemania. 

Sé que el euro es la versión moderna de las divisiones pánzer y que Merkel, propietaria de las instituciones europeas, consigue con el Banco Central Europeo, la Troika y la Comisión lo que el káiser Guillermo y el furer Hitler no pudieron conseguir con sus ejércitos, así, sin necesidad de ahogarnos en un océano de sangre pero sumergiendo a millones de ciudadanos del sur de Europa en un mar de sufrimientos y de indignidades.

Sé que desde que entramos en el euro, guiados no por ninguna decisión racional y sensata sino tan sólo por un complejo histórico de inferioridad, nuestras vidas han ido a peor, han mermado nuestros sueldos y se han convertido en artículos de lujo cosas tan básicas como la luz, el agua, el gas... por no hablar del deterioro sufrido por los servicios públicos esencias y por el ataque padecido por las políticas de igualdad social.

Sé, sé todo esto. Y sé que no hay posibilidades de romper ese corsé de acero que Alemania ha construido para encerrar a Europa dentro, vengando su justa derrota de 1945. 

Lo sé. Lo sé todo. Todo lo de antes y todos los otros argumentos que queráis darme para quedarse en casa el domingo. Yo ya tenía pensado hacerlo. Por primera vez. Sin pensar en españoles como mi abuelo Juan que tanto lucharon y padecieron para conseguir el derecho al voto. Lo tenía pensado. Estaba decidido. Y sin embargo, he cambiado de opinión.

Y voy a ir a votar. No porque haya cambiado de opinión. No porque me haya vuelto amante del Parlamento Europeo, de la Unión Europea o del euro. No. Voy a ir a votar simplemente por fastidiar: por fastidiar a los grandes, para que los grandes no se salgan con la suya, para dejar claro con mi humilde voto perdido en la urna que estoy harto, cansado y que no quiero para mi hijo el futuro pardo que Merkel y sus esbirros de Bruselas y Estrasburgo han diseñado. Simplemente para eso voy a votar, sin convencimiento y con rabia: para ejercer mi derecho a joder un poquito a los grandes, a los poderosos, a los que se creen dueños de mi vida y de la vida de mi hijo. Hoy por hoy no se me ocurre ejercicio más sano de libertad: se saldrán con la suya, porque tienen sobrada fuerza bruta para ello, pero no será con  mi complicidad.


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